La semana pasada, la Real Academia de las Ciencias de Suecia anunció que el Premio Nobel de Economía del 2019 era otorgado al indio Abhijit Banerjee, a su esposa, la franco-estadounidense Esther Duflo, y al estadounidense Michael Kremer. Los especialistas fueron reconocidos “por su enfoque experimental para aliviar la pobreza” y “la introducción de un nuevo enfoque para obtener respuestas válidas sobre la mejor manera de luchar contra la pobreza global”. Hoy, veremos algunos ejemplos de su trabajo y como este incide en el campo de la salud.
Una de las múltiples consecuencias de la pobreza es que –de una manera muy cruda– desnuda las desigualdades en una sociedad. Al mostrarse las carencias de la gente pobre, se evidencian las diferencias entre aquellos que tienen mucho y aquellos que no tienen nada. Los recientes episodios violentos ocurridos en Chile la semana pasada, se atribuyen –en parte– a estas profundas brechas sociales.
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[Premio Nobel de Economía 2019: ¿Quiénes son Abhijit Banerje, Esther Duflo y Michael Kremer?]
En ese contexto, la lucha contra la pobreza es en realidad una lucha contra la desigualdad, y en ese sentido, los ganadores del Premio Nobel de Economía de este año nos muestran algunos creativos estudios destinados a cerrar la brecha entre la pobreza y las desigualdades en poblaciones vulnerables.
Pagar por agua potable
En un estudio publicado en el 2012, Esther Duflo y colaboradores decidieron explorar cuál es la manera más efectiva de convencer a los habitantes pobres de un barrio en Tánger (Marruecos) para que paguen la conexión de una tubería que les lleve agua potable a su casa.
El hecho es que, a pesar de que la compañía de agua potable local ya había ofrecido a los pobladores un sistema para pagar a crédito la conexión de agua potable, no muchas personas se enrolaron en el programa. El problema –al parecer– eran los pesados trámites burocráticos, que incluían llenar un largo formulario y presentarse en las oficinas de la compañía con fotocopias de documentos personales y de la casa.
Duflo dividió a 845 hogares en dos grupos. Uno (el de estudio) recibía asistencia domiciliaria para llenar los formularios, tomaba fotocopias con un celular, y llevaba los documentos a la oficina. El otro, (el de control) solo obtenía la información como de costumbre. La respuesta fue impresionante, 69% de los hogares del grupo de estudio –que recibió ayuda– pagó su conexión de agua, comparado con solo 10% del grupo de control.
Pero lo interesante es que –a pesar de que el beneficio positivo inicial sobre la salud de los habitantes fue marginal–, el beneficio de tener agua potable en el bienestar social de la familia fue intenso. Mayor tiempo para estar con la familia y menos conflictos por el agua mejoraron la calidad de vida de los pobladores.
Duflo concluye que el incentivo para que los habitantes pobres paguen la instalación de agua potable en sus casas depende más de la eliminación de las barreras burocráticas, que de insistir en los clásicos mensajes de salud y prevención de infecciones. Ese conocimiento es fundamental para aquellos programas –privados o estatales– que intenten aumentar las instalaciones de agua potable, y mejorar la calidad de vida de los pobladores en barrios pobres.
Educación escolar
En un estudio publicado el 2009, el Dr. Kremer demostró que, al contrario de lo que se creía, repartir libros y materiales de estudio no mejoró el rendimiento escolar de niños pobres en Kenia. Kremer mostró que los libros –en inglés, el tercer idioma de los niños– no eran útiles para los escolares. Se encontró también que al concentrarse en estudiantes académicamente más fuertes, se descuidaban a los menos desarrollados, lo cual solo aumentaba la brecha de desigualdad.
En una investigación similar del 2007, la Dra. Duflo demostró que en la India, más que libros y materiales educativos, los niños con menor rendimiento escolar se benefician del empleo de tutores reclutados en la propia comunidad.
Seguridad ciudadana
Este año, el Dr. Banerjee respondió –a través de un nuevo estudio– una pregunta que se hacen las autoridades que desean controlar la delincuencia en una ciudad: ¿deben ponerse más recursos en ciertas áreas peligrosas o estos deben repartirse al azar en otras zonas en la comunidad? Después de usar el método científico, Banerjee revela que cuando se pusieron puntos de control de sobriedad rotatorios en tres ubicaciones al azar de la ciudad, los accidentes nocturnos se redujeron en un 17%, y las muertes nocturnas en un 25%, comparados con colocarlos en una zona fija, considerada “más peligrosa”.
Aliados comunitarios
Este es otro asunto de mucha importancia cuando se desean implementar programas comunitarios. La pregunta es: ¿cómo identificamos a los aliados comunitarios que nos ayuden a diseminar e implementar un programa? Por ejemplo, si un profesional de salud pública desea poner en marcha un programa de fumigación contra el mosquito que transmite el dengue, ¿a quién busca para que lo ayude? ¿Al alcalde, al presidente de la asociación de vecinos o a otro funcionario público? O le pregunta directamente a la gente.
Banerjee y Duflo demuestran en un estudio llevado a cabo en la India, y presentado el pasado febrero, que cuando los investigadores siguieron los consejos de ciertos líderes comunitarios, sugeridos por los pobladores (‘influencers’), la cobertura de vacunación infantil fue 22% mayor que cuando buscaron la ayuda de las autoridades.
Colorario
Los expertos coinciden en destacar que la contribución de los economistas Duflo, Banerjee y Kremer es demostrar científicamente que intervenciones locales, basadas en el sentido común, son muy valiosas en la lucha contra la pobreza.
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