Su punto de partida fue un orfanato el sur del Lago Michigan, en el medio oeste estadounidense. Candice White-Ardlay o, simplemente Candy, es la niña pecosa de nariz respingada y dificultades para crecer sola, luminosa sonrisa y ojos húmedos en los que el televidente corría el riesgo de caer. Publicado como manga un año antes por la escritora Kyoko Mizuki y la mangaka Yumiko Igarashi, “Candy Candy” se proyectó como anime un 1 de octubre de 1976, producido por el estudio de animación Toei, responsable de los 115 episodios de la serie dirigida por Hiroshi Shidara y Tetsuo Imazawa hasta 1979.
Ciertamente, enormes pupilas como las de Candy abundan en el shōjo (género de anime dirigido a jovencitas), pero para nosotros resultan inolvidables al ser las primeras que dirigieron su mirada hacia occidente. En efecto, Candy sedujo a los televidentes de América Latina y Europa por sus diálogos románticos, el dolor sutil del primer enamoramiento, las emblemáticas rosas que identifican el amor, y una serie de tragedias que impulsaron torrentes de lágrimas, como fue, por ejemplo, la muerte de su amado Anthony, en medio de una cacería de zorros, escena que marcó a millones de niños que hoy bordean la cincuentena.
“Candy, Candy” no es para mirarla por encima del hombro”, advierte Iván Antezana, director de la recientemente renacida revista “Sugoi”. “Es el único caso en la televisión peruana en que desde los años 80, la señal de Panamericana podían repetir un anime cada tres años y obtener una sintonía estupenda”, recuerda.
¿Cuál es la razón del éxito de Candy en América Latina? La primera respuesta parecería obvia: hablamos de un melodrama para niños, que basa sus conflictos en las diferencias de clase. Natalia Jaira, Historiadora del Arte de la Universidad Católica, aporta a esta respuesta cuestiones propias del género del anime que, a fines de los años 70, empezaba a demostrar poder e influencia cultural en nuestras costas. “En su momento, “Candy Candy” fue una novedad estética. Nunca se había visto algo así en la televisión infantil. Tenía que ver con la primera globalización del manga “shōjo”, dirigido en Japón al mujeres jóvenes, pero que en el resto del mundo era consumido por públicos más amplios”, explica la experta en anime y cultura Otaku.
¿Una heroína feminista?
En formato manga, Candy se publicó en la revista mensual Nakayoshi, entre 1975 y 1979, en un total de 55 capítulos recopilados en nueve volúmenes. Como señala la historiadora de arte, como novela de aprendizaje “Candy, Candy” asume elementos que resumen diferentes generaciones de pensamiento feminista, desde fines del siglo XIX hasta los años setenta. Combina la llamada “Chick literature”, con novelas como “Anne of Green Gables” (1908) de la escritora canadiense Lucy Maud Montgomery, o “Daddy Long Legs” (1912) de la estadounidense Jean Webster, con la fórmula del amor romántico del cine de Hollywood, así como las propias vivencias de sus autoras, crecidas en el Japón de la inmediata postguerra. “Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi forman parte de una generación de mujeres escritoras y artistas que buscaron incursionar en el mundo del manga y el anime, hasta entonces un coto masculino. Y lo hicieron pisando fuerte, desafiando las resistencias al cambio”, explica Jaira.
Consciente o inconscientemente, ello se plasmará en esta historia ubicada cronológicamente en las primeras décadas del siglo XX, en momentos en que el mundo experimentaba un surgimiento de mujeres protagonistas de las artes o la política, con fenómenos como el sufragismo o la presencia de enfermeras en los conflictos bélicos. Sin embargo, aunque Candy puede abrazar estos ideales, para Jaira no hay personaje femenino más disruptor que Lady Oscar, la protagonista de “La rosa de Versalles” de Riyoko Ikeda, dibujada en los mismos años: nada más transgresor que su condición de mujer transgénero en un contexto revolucionario.
¿Albert o Terry? Esa es la cuestión
Como advierte Iván Antezana, el entusiasmo por “Candy, Candy” genera dos posturas antagónicas: la de las “Albertfans” y las “Terryfans”, bandos en permanente conflicto. “El fandom de Candy se divide entre las que piensan que su heroína debe quedarse con uno o con otro. Hay discusiones terribles en las redes. Incluso odios personales”, comenta.
Para Natalia Jaira, ambos galanes representan dos formas de masculinidad distinta, ambas conteniendo tanto aspectos conservadores como novedosos para su época. Albert es el tradicional hombre proveedor, pero que también abre espacios de libertad, ayudando a Candy a encontrarse con ella misma. Terry, el melancólico galán inglés, es el hombre que se impone, que puede robarle un beso, pero que también es capaz de romper con la tradición, dejar de ser un aristócrata para busca su camino lejos de la familia. “Es una réplica a la figura tradicional del príncipe”, explica.
“En el final de su historia, Candy supera las convenciones narrativas del shōjo al decidir que no será la novia o la esposa de ninguno de ellos, sino que seguirá su propio camino. Y en eso se suma al mensaje de los mangas más recordados, donde el esfuerzo es la clave de todo”, señala Antezana.
Por su parte, Jaira confiesa que, cuando niña, no pudo evitar quedar insatisfecha con el final abierto del anime. “En las historias románticas tradicionales, los romances siempre terminan en boda. Y nosotras queríamos ver, luego de que Candy superara todas las adversidades, si se quedaba con Terry o con Albert. Yo entiendo que quienes recuerdan el final del anime, se quedaron con un vacío emocional”, advierte Jaira.
Por cierto, mientras que en el anime, la joven opta por abrazar su independencia, en el manga, cuya resolución llegó mucho más tarde a América Latina, con una circulación restringida a círculos de fans, Candy se inclinó por la figura protectora de Albert.
Tremenda pelea
Cuenta la historia que la guerra entre la pareja de creadoras se inició a mediados de la década del noventa, cuando la mangaka Yumiko Igarashi se lanzó a vender calendarios del personaje sin contar con la autorización de la guionista Kyoko Mizuki, quien nunca vio su parte en ese negocio. Entonces, la serie vendía aproximadamente 13 millones de historietas a la semana y representaba más de 45 millones de dólares en regalías.
Sin embargo, como señala Antezana, el crecimiento y actualización de Candy se vio obstruido por una ruidosa pelea legal entre ambas desde 1998 por los derechos de la obra, lo cual restringió las licencias de publicación así como la prohibición de la trasmisión del anime y la maquinaria de merchandising con la que soñaban los estudios Toei. Al año siguiente, la Corte de Distrito de Tokio le dio la razón a Mizuki, e impidió a Igarashi lucrar con las imágenes de la serie. Además, determinó que ambas autoras tenían el mismo derecho sobre “Candy Candy”, por lo que la escritora no podría incluir imágenes en ninguna historia posterior y la ilustradora no podría comercializar su mercancía.
“‘Candy Candy’ es una historia de formación y de crecimiento personal. Lamentablemente, sus propias creadoras demostraron su falta de madurez, su incapacidad para crecer y para deponer sus diferencias como adultas”, afirma el director de Sugoi.
La novela definitiva
“Candy, Candy. La historia definitiva”, novela firmada por la escritora japonesa Keiko Nagita (ya librada de su seudónimo de Kyoko Mizuki), fue publicada en Japón en 2010, gracias a que la justicia japonesa le reconoció a la escritora autoría plena de la obra original. En la historia, Candice White-Ardlay, ya una mujer adulta de treinta años, radicada en Inglaterra, recuerda su infancia y juventud en las primeras décadas del siglo XX. Su edición traducida al castellano circula desde el año pasado en librerías locales.
Si recordamos el célebre “maldita lisiada” en los diálogos de la telenovela “María la del barrio” protagonizada por Thalía en 1995, en esta novela podemos encontrar agresiones verbales como “Maldita bastarda” o “huérfana”, entro otras crueldades que, a decir de Natalia Jaira, forman parte del repertorio de insultos en culturas jerárquicas y patriarcales, como pueden serlo Japón o América Latina. En la novela, la autora no se reprime nada al escribir para una lectoría adulta enamorada de su personaje desde la tierna infancia.
La pregunta cae de madura: ¿en esta novela, por fin, se sabe si Candy se decanta por Terry o por Albert? Keiko Nagita propone que sea el propio lector el que decida. Y quizás esa estrategia sea la más sabia: Candy nos dice que todos tenemos la libertad de elegir. Esa es la enseñanza de una heroína decidida e independiente, dueña de su vida y de su sonrisa.
Dato
Todos los episodios de “Candy Candy” están disponibles en Movistar Play.
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