Las obsesiones de Alex von Tunzelmann (Reino Unido, 1977) tienen que ver con cómo vemos el pasado para entender nuestro presente. Y eso se refleja en dos interesantísimos libros que ha publicado en los últimos años y sobre los que discutirá en el Hay Festival Arequipa, adonde ha llegado como invitada.
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El primero de esos libros es “Reel History”, un conjunto de reseñas de películas en las que Tunzelmann analiza cuánto de verdad histórica hay en esas adaptaciones cinematográficas de hechos reales. El segundo libro es “Fallen Idols”, en el que reflexiona sobre la ola de estatuas derrumbadas en todo el mundo que se desató en el 2020. Para ello, la historiadora y guionista examina 12 casos de monumentos caídos (entre ellos Washington, Lenin y Saddam Hussein) y va estableciendo criterios, controversias y diferencias entre caso y caso.
Sobre esas dos publicaciones, El Comercio conversó con ella.
—¿Por qué deberíamos pedirle precisión histórica a una película de ficción?
Bueno, creo que es solo una de muchas formas de mirar una película. En realidad mi posición es que los cineastas pueden hacer las películas como quieran. No es que estén obligados a ser precisos o rigurosos. Pero cuando empecé a escribir los textos de “Reel History”, lo hice desde la perspectiva de una historiadora. Era una manera diferente de ver las películas y de pensar en las razones por las que los directores hacen esos cambios en la historia original. Para ello puede haber muchísimas razones: que tengan que contar toda una historia en una hora y media o dos horas, que deban darle determinada estructura a la película, o que necesiten ficcionar algo por razones legales. Pero también hay razones algo más cuestionables, como la propaganda. A veces los cambios vienen por razones políticas.
—¿Y ver una película con el criterio del rigor histórico no hace que la disfrutes menos de lo que podrías disfrutarla?
(Risas) A veces sí. Ese es un peligro. Cuando sabes demasiado sobre algo, puedes terminar no disfrutándolo completamente. Me pasa por ejemplo con “The Crown”. Realmente sufro porque sé demasiado sobre el tema, sobre lo que pasó y sé lo que va a pasar. Me anticipo demasiado a lo que estoy viendo. Por supuesto, igual creo que es un gran show, eso es algo que no está en discusión. Es más un problema mío que de la serie.
—Mencionas en el libro a dos cineastas particularmente reacios al rigor histórico: Oliver Stone y Mel Gibson. ¿A qué lo atribuyes?
Oliver Stone es un director conocido por sus fuertes opiniones políticas de izquierda. Y Mel Gibson también lo es, pero por sus opiniones conservadoras. Así que vienen de diferentes lados. Y aunque creo que son cineastas muy talentosos, ambos tienen una agenda muy poderosa que quieren comunicar. “JFK” de Stone, por ejemplo, inventa muchísimo en torno al caso del asesinato de Kennedy y por momentos trata de ser visto como un documental. Stone cambia completamente la mayoría de detalles sobre el caso porque tiene una opinión política muy definida. Lo mismo pasa con Mel Gibson y sus rígidas posturas religiosas, como se ve en “La pasión de Cristo” o sus visiones políticas que quedan claras en “Corazón valiente” o en “El patriota”, donde es el protagonista. Son directores que hacen esas películas para convencer a alguien sobre sus puntos de vista, y no les importa si lo que cuentan coincide con lo que históricamente ocurrió. Quizá no debería hablar por ellos, y lo correcto sería que ellos respondieran al respecto, pero esas parecen ser sus prioridades. Desde luego, han tenido mucho éxito haciéndolo e incluso han conseguido hacer películas bastante disfrutables; pero creo que es importante señalarlo, discutirlo y saber que son increíblemente persuasivos.
—Hablaste hace un rato de “The Crown”. Y hace unas semanas los productores han tenido que poner una advertencia de que se trata de una obra de ficción, por las críticas recibidas sobre su rigurosidad. ¿Estás de acuerdo con eso? ¿Te parece suficiente? ¿O no sirve para nada?
No, debo decir que es bastante tonto (risas). No tiene ningún sentido. Una serie con actores y actrices, interpretando un guion, obviamente es una ficción y no un documental. La gente no es estúpida. Creo que algo que debemos entender es que usualmente malinterpretamos o subestimamos a los espectadores. Se tiende a asumir que la gente no va a entender lo que ve, que son ignorantes y que no pueden entender las diferencias entre la realidad y la ficción. Pero no hay ninguna evidencia de esto. De hecho, la única evidencia que tenemos muestra lo contrario. Te explico: en Estados Unidos se han hecho muchas encuestas sobre lo que opina la gente sobre el asesinato de Kennedy. Se hacen desde los años 60, y por ende hay mucha evidencia sobre cómo es que la gente piensa. En la década del 70 salieron a la luz diversos tipos de investigaciones y muchas personas empezaron a creer en teorías de conspiración al respecto, según esos sondeos. En cambio, después de que se estrenó una película como “JFK”, las opiniones sobre el caso cambiaron apenas en un 1%. La evidencia señala que los acontecimientos políticos modifican la perspectiva de la gente y que, en cambio, una película prácticamente no hace ninguna diferencia. Por eso digo que debemos confiar más en la audiencia, sin pensar que son demasiado estúpidos para creer que “The Crown” no es un drama. Además, como historiadora debo decir que no tiene sentido aprender puros hechos y verdades. Nadie podría conocer de memoria todas esas verdades. Lo realmente importante es desarrollar un pensamiento crítico para utilizarlo en recurrir a las fuentes, cruzar referencias, etc. Eso es lo que necesita el mundo hoy, con tantas mentiras pululando. Olvídate de las películas: las mentiras están hasta en los periódicos, en la política, y más. De hecho, creo que, en cierta forma, uno puede usar las películas históricas para enseñar eso. Comparar la historia real con una película puede ayudarnos a promover el análisis.
—Hablando de advertencias, en tu otro libro, “Fallen Idols”, afirmas que las placas puestas en estatuas para aclarar hechos históricos no sirven para nada. ¿Será que por la misma razón que en las películas?
Probablemente sea por la misma razón. Pero sobre todo que la gente no lee esas placas. Si tienes una estatua colocada en una avenida y pones una placa con una explicación, nadie la va a ver. Es parecido al caso de las películas, cuando al inicio ponen aquello de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. No sé si lo sabes, pero la razón de esa advertencia nació con una película de los años 30, “Rasputín y la zarina”, que motivó un gran juicio por difamación contra la MGM y una demanda millonaria. Desde entonces, esa advertencia aparece siempre en las películas por razones legales. Pero nadie la lee o la toma en serio. No funciona. Con las estatuas, al igual que con las películas o con cualquier obra, lo que tenemos que hacer es prepararnos críticamente lo más que podamos. Hacer preguntas, mirar bien las cosas. Y creo que la gente lo hace de una mejor manera de la que creemos.
—¿El valor artístico de una estatua no es un criterio válido para defenderla?
Por supuesto que sí. Creo que hay muchos aspectos a considerar cuando uno mira una estatua y se pregunta si debe conservarse, si debemos librarnos de ella o si la cambiamos de alguna forma. Creo que el tema artístico es sumamente importante, aunque también es subjetivo, claro. Tendríamos que tener una discusión sobre eso. Hay estatuas que mejorar el entorno, a las que la gente realmente las quiere; otras son increíblemente malas y la gente las odia. Hay una muy graciosa, sobre la que escribí también, de [la estatua de] Melania Trump en Eslovenia. Es feísima, nadie la quiere, incluso el artista que la hizo dijo no le importa si la gente la quiere sacar. Por, insisto, hay muchas cosas por considerar. Las consideraciones políticas son importantes, pero las consideraciones artísticas e históricas importan también. Puedo darte otro ejemplo: existe una estatua en Trafalgar Square, en Londres, del rey Jacobo II. Es una estatua muy controversial porque Jacobo II dirigió la Royal African Company, que tuvo el monopolio de la esclavitud en su momento. Él estuvo a cargo del comercio de esclavos en Inglaterra durante mucho tiempo. Mi opinión particular respecto a esa estatua es que debería ser trasladada a un museo, porque es histórica y artísticamente bastante valiosa y particular. Me parece que no debería haber una estatua un esclavista en una plaza pública, pero a la vez no me gustaría que sea destruida ni nada por el estilo. Cada caso es diferente.
—Si, como dices, las estatuas son creaciones pasadas de moda. ¿En este siglo XXI se levantan menos estatuas que antes? ¿Se ha reducido esa obsesión?
Yo creo que aún se puede ver a personas erigiendo estatuas hasta hoy. Justamente a raíz de esa ola por derrumbar viejas estatuas es que la gente empezó a decir “necesitamos nuevas para reemplazarlas”. Y aunque ya no se trata de lo mismo, pues no diría que es una obsesión, creo que la gente busca poner sobre pedestales algo que realmente los represente, y algo más imaginativo también. Porque hay trabajos brillantes y, al mismo tiempo, todavía vemos algunas estatuas, como una de la princesa Diana de Londres, que lamento decirlo honestamente, no es de una gran calidad. No son monumentos agradables de ver.
—¿Qué casos de estatuas o monumentos creativos recientes podrías mencionar?
Hay muchos. Actualmente hay una discusión interesante en Filadelfia, por una estatua de Cristóbal Colón que es muy polémica. Hay muchas estatuas de Colón que han sido derribadas en los últimos dos años, pero esta en particular no ha sido derribada, aunque está cubierta por una gran caja. Y hace solo un par de semanas la comunidad italiana en Filadelfia, que realmente amaba la estatua de Colón, pinto la caja con los colores de la bandera de Italia. Así que ahora es otra cosa, un monumento totalmente diferente. Eso me parece interesante. Creo que, en cierto sentido, la gran caja es la mejor solución (risas). En Ucrania, desde antes de la invasión sufrida, se empezaron a retirar muchísimas estatuas de Lenin. Pero hay una intervención especialmente genial que convirtió una imagen de Lenin en un Darth Vader. Yo estoy muy a favor de ese tipo de respuestas creativas.
—Si las películas y las estatuas mienten sobre la historia y sobre el pasado, ¿aquellas mentiras sobre el presente no son más peligrosas?
Creo que pueden ser igualmente peligrosas. Hay muchos dictadores poniendo estatuas de sí mismos, por ejemplo. Esto pasa todo el tiempo. Como en Corea del Norte, donde hay un número increíble de estatuas de sus líderes. Y eso es aterrador, por supuesto, porque obviamente están tratando de construir una agenda y eso no es parte de la Historia todavía. Es algo muy presente. La historia es a menudo usada políticamente para tratar de crear versiones particulares de la historia. Y si te das cuenta, la historia que se representa en las películas trata siempre sobre el presente. No es realmente un reflejo de la historia. Incluso en asuntos mucho más benignos, como cuando la gente se molesta de que en cada película hay algún personaje excesivamente feminista y esas cosas. Pero si eso ocurre es porque hay gente que quiero verlo. Y las películas de hoy no se hacen películas para la gente del pasado. Se hacen para las audiencias de hoy. Y cuando discutimos sobre si una estatua debe mantenerse o quitarse, la pregunta nada tiene que ver con el hecho de si las personas del pasado estuvieron felices de convivir con ellas. Tiene que ver más bien con nosotros en el presente, si es que nosotros queremos convivir hoy con ellas.
La autora conversará con Heiner Valdivia y Miguel Barreda Delgado este viernes 4, a las 10 a.m., en el Teatro Fénix - Escenario Gales / Llwyfan Cymru.
El sábado 5, a las 10 a.m., dialogará con Marco Sifuentes, Esther Paniagua y Guillermo Olmo en la UNSA (Paraninfo).
El mismo día, a las 6 p.m., charlará con Sarah Churchwell también en la UNSA (Paraninfo).
Todos los detalles en www.hayfestival.com/arequipa
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