La Dirección Nacional de Artesanías del Mincetur me invitó a ser parte de un increíble nuevo proyecto: Los Jueves del Diseño Artesanal. ¿Qué es eso?, se preguntarán. Se trata de una iniciativa fabulosa que tiene como objetivo revalorizar la artesanía peruana y que los artesanos locales dedicados a la industria de la moda (en cualquier categoría) puedan recibir información útil sobre tendencias globales y sobre la gestión de la industria de la moda actual. En pocas palabras, lo que se busca es que los artesanos comiencen ellos mismos a valorizar su trabajo, más allá de la etiqueta de «souvenir para turistas».
El jueves pasado fue la primera fecha de esta proyecto, en el que participo como moderadora del contenido. Se presentaron dos diseñadoras de moda locales que han invertido su tiempo, esfuerzo y sudor en trabajar de la mano con artesanos y potenciarlos. Por un lado, Harumi Momota nos contó a todos los presentes que lleva más de una década capacitando y gestionando artesanos de todo el Perú y su mensaje para ellos fue precisamente que exploten nuestro legado, nuestra historia, que hagan uso de las iconografías para tener una propuesta que no solo tenga la marca de «Hecho en el Perú» sino que también cuente una historia, la nuestra.
Por otro lado, Susan Wagner fue en retrospectiva y comentó un punto de la historia que yo desconocía: el inicio del debate: ¿es el artesano un artista? ¿Merecen estar en un museo los objetos que se consiguen en mercaditos?
Este es el precedente en el Perú: en 1975, el Gobierno Peruano distinguió a Joaquín López Antay, maestro del retablo ayacuchano, con el Premio Nacional de Cultura. En ese entonces, la voz intelectual de nuestro país se levantó con indignación: ¿cómo un artesano puede ser premiado igual que un artista? Fue, en efecto, un hito en nuestra historia, sobre todo en la percepción de lo andino en territorios culturales urbanos, pero sentó un precedente que ya no tendría marcha atrás.
A San Francisco de Asís se le atribuye la frase: «Aquel que trabaja con sus manos es un obrero; aquel que trabaja con sus manos y la mente es un artesano; y aquel que trabaja con sus manos, la mente y el corazón, es un artista». Pero eso no significa que el artesano se quede en el plano del mero oficio y su labor se circunscriba a la reproducción de una pieza. No. Tampoco que el artista sea el único que trabaje en base a ingenio y creatividad y que el artesano no le ponga valor estético a lo que haga. (López Antay demostró lo contrario). Como señalara El Comercio el 11 de enero de 1976: «Debe estimularse el pluralismo creativo en nuestro pueblo... esta distinción a un ilustre artesano pone de manifiesto la revalorización que hace hoy la revolución peruana al arte que emerge del pueblo…».
El artesano es un artista y el artista es un artesano y a partir de este hecho histórico, artesanos peruanos y artistas peruanos ya no se enfrentarían más en el ring de la creatividad: lo que importa es que sigan las expresiones culturales con identidad nacional. ¿Cuántos diseñadores actuales podrían existir sin el respaldo, creatividad, talento y mano de obra de un artesano? Muy pocos.
Ese mismo jueves, además, me enteré de la existencia de un personaje fabuloso: Walter Gonzales Arao, diseñador industrial de la Universidad Nacional de Ingeniería. Él fue invitado por el laboratorio de proyectos culturales Fablab español para dar un taller en España y crear en conjunto un proyecto que potencie la producción textil. Gonzales reinventó un telar a pedal que optimiza en un 60% la producción tradicional de un telar. ¿Y cuántos sabíamos de esto? ¿Cuántos? Ni la prensa le dio bola.
La buena noticia es que por lo que resta del año estaré en contacto con más gente talentosa con historias de inspiración que contar y que reafirman que nuestra moda, sin artesanos no existiría. Larga vida para ellos.