Me he reinventado muchas veces. De periodista que nunca sabía sobre qué escribir a conductora de programa de moda, de fashion blogger a profesora de yoga, de adulta joven que hace lo que quiere sin pensar en nadie ni nada, a madre, esposa, ama de casa.
Muchos de los cambios llegaron de improviso, obligados por la coyuntura. Nunca he sido de planear ni organizar mi vida que digamos. Muchos de ellos fueron recibidos a regañadientes, con miedo y sin idea alguna de cómo proseguir. Otros fueron abrazados, esperados, recibidos con aceptación y emoción. Y es que la vida en su complejidad encuentra siempre el equilibrio.
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Si han llegado hasta aquí, pueden darse cuenta de que estas mismas páginas lucen hoy diferentes. La revista ha crecido y esta nueva versión responde a una necesidad de aires nuevos porque lo que no se mueve, se estanca. Piensen por un momento en agua estancada, que termina convirtiéndose en un ambiente tóxico y no seguro.
Me encanta usar el elemento agua como metáfora de adaptación a la vida, porque representa la fluidez. Ya lo explicó con una sabiduría envidiable el genio del dominio personal, Bruce Lee: “Vacía tu mente. Sé amorfo, sin límites, como el agua. Si pones agua en un vaso, ella se transforma en vaso; si la pones en una botella, se transforma en botella; si la colocas en una taza, se transforma en taza. Sé como el agua, mi amigo”.
Sucede que los seres humanos tendemos a refugiarnos en territorios conocidos, en espacios mentales que nos generen confianza y seguridad. Nadie quiere salir a enfrentarse a lo nuevo sin armaduras ni protecciones y sin tener idea qué viene. De ahí que nos cueste tanto cambiar o movernos de nuestro espacio o rutina de comodidad.
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Sucede también que la vida es evolución, avance, y que sin cambios, y sin intentos, nos quedaríamos en el lugar de siempre. Cuidado con creer que estabilidad es sinónimo de felicidad. No siempre.
Por eso, si sientes que la rutina te pesa o te arrepientes de no haber hecho lo que siempre quisiste hacer, quizás es el momento de dar un paso al lado o adelante. De preguntarte si no es hora de un cambio. De escuchar lo que dice adentro tu corazón (no miento ni exagero: está comprobado que el corazón como órgano tiene el campo electromagnético más grande, aun mayor que el del cerebro, y que su vibración, alta o baja, armoniosa o agitada, tiene injerencia en el resto de los órganos del cuerpo).
Uno siempre puede cambiar: puede hacerlo drásticamente, como el clima de diciembre; o de a pocos, ajustando pequeños detalles. Como, por ejemplo, poner en práctica la disciplina con la que soñamos y que, por falta de tiempo, ganas o demasiadas excusas inventadas, dejamos de lado.
No reprimamos esos impulsos intuitivos, personales, que un día nos gritan al oído: oye y ¿por qué no te pones a ……. ( rellene usted de acuerdo con sus propias necesidades)?
Algunos adoptamos mascotas; otros adoptan proyectos de vida. Unos se mandan sin miedo al éxito y completamente seguros, y otros simplemente hacen con dudas.
Para mí, lo importante es hacer, y esta es una lección aprendida de mi marido: hacer. Romper con la inercia de la quietud, poner en movimiento.
Dicen por ahí que uno no tiene que estar necesariamente motivado para hacer las cosas, que la motivación se despierta y encuentra en el camino de la acción. Así que manos a la obra. Ni siquiera hay que esperar a tener las ganas.
Dice también Jorge Drexler en su canción: nada se pierde, todo se transforma.