El otro día tardíamente escuché la historia de Randy Pausch, aquel profesor estadounidense de ingeniería que sorprendió a una audiencia universitaria de 400 personas con un discurso magistral en el que anunciaba que tenía cáncer, moriría pronto y además, revelaba los secretos de una sabiduría conseguida solo por la verdadera valoración del mundo: debemos sentirnos personas agradecidas.
El discurso de Randy, «La última lección», fue grabado y subido a YouTube en el 2007, se convirtió en un viral de inspiración y luego en un best seller en la lista del New York Times. Hagámosle caso, pensé. Y comencé a hojear su libro cuando me encontré con una maravillosa nota sobre lo que este peculiar personaje, ahora mi ídolo, tenía acerca de la moda:
«Mi guardarropa no ha cambiado. La moda, por cierto, es comercio disfrazado de actualidad. No me interesa la moda en absoluto, razón por la cual rara vez compro ropa. El hecho de que la moda pase de moda y que luego regrese como moda, y que el único fundamento sea que, en algún lugar, algunas personas piensen que pueden vender, bueno, para mí es una locura».
Ajá, pensé, me interesa su perspectiva sobre las tendencias, porque siempre me he preguntado sobre su ciclo, cómo opuestos conviven en una sola temporada (rayas y puntos, por ejemplo, o looks minimalistas y barrocos) y que si bien algunos días me gusta jugar con mi imaginación para vestirme, encuentro delicioso repetir la ropa día a día. Hace algún tiempo, también comenté sobre el caso de una editora de moda de una publicación estadounidense que decidió un buen día ponerse la misma ropa para ir a trabajar y que se convirtió en una noticia viral.
Hombres superexitosos como Steve Jobs, Marck Zuckeberg y hasta Barack Obama, han decidido seguir la misma fórmula –también lo he comentado antes– y no pasa nada, pero la gente encuentra peculiar y curioso que otros prescindan de usar su creatividad para ir a trabajar vestidos de tal o cual forma. ¿Por qué?
Es muy interesante, porque la razón que motiva tanto a líderes como no líderes a vestir igual día tras día para ir a trabajar es que no quieren gastar energía en algo que consideran innecesario.
La moda puede ser el Drácula de la energía personal (y de nuestra billetera): «yo quiero usar ese vestido para verme así de flaca como ella», «quiero comprar esos zapatos aunque los pies me duelan», «tengo que tener la nueva cartera de tal marca».
Cuánta energía acumulada en querer, en esos deseos que la moda y su inmediatez nos despiertan!
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Le damos importancia o no a la moda? ¿Prescindimos de ella? Por otro lado, nadie nos puede negar que cuando nos arreglamos nos sentimos bien, porque nos vemos bien y vernos bien afecta claramente nuestra aceptación personal. Nadie dice que no nos arreglemos ni condena el hecho de que queramos vernos en nuestra mejor versión. Nuestra apariencia influye en nuestra autoestima, pero ojo: siempre debemos enfocarnos en querernos por lo que somos y no por cómo nos vemos. Sin dejar que nuestra energía se derroche entre tacones, bolsos y lo último para este otoño invierno 2015.