No le queda mucho tiempo para ser madre. Debemos tener la misma edad, por eso lo sé. Aunque ahora la ciencia te permite concebir después de los cuarenta, siempre pueden surgir las complicaciones sobre todo cuando eres primeriza. Sé que en Estados Unidos –que nos llevan kilómetros en avances médicos– consideran de alto riesgo los embarazos después de los treinta y cinco años.
Pero ese ‘deadline’ impuesto por la naturaleza no les importa tanto a las mujeres que priorizan su vida profesional antes que la de madre. Yo pensaba que ella era así. Sin embargo, hace unos días en una entrevista de televisión dejó entrever que la maternidad era lo más importante de su vida. Su frase con la voz quebrada fue: «Todas sueñan con ser madres». Me sorprendió que usara la palabra «todas» como si se tratara de un dogma. Yo la veía en el grupo de las que se fastidian cuando circunscriben a las mujeres a un rol meramente reproductor.
Hasta ese momento no pensé en escribir sobre su caso, que había generado una tremenda polémica: hizo público que perdió un niño de un escritor con el que estuvo pocos meses, un hombre que la abandonó luego de enterarse del embarazo. Todos le creían a él –que desmentía el abandono– y no a ella. Yo no entendía por qué. ¿Porque contó su historia en televisión? ¿Porque hizo calendarios semidesnuda? ¿Porque siempre será de Chollywood?
A mí lo que me conmovió fue su frustrada maternidad. Ver cada vez más lejano un sueño es doloroso. Y cuando se trata de un hijo peor aun. El instante en el que te enteras de que estás embarazada sientes realmente que algo está palpitando en tu vientre. Saber que se fue y que tal vez no regresará otra oportunidad, no es «una tontería» que duró apenas unas semanas como algunos dijeron.
Comencé a buscar información sobre ella en Internet. Ha tenido una vida realmente dura, que quedó oculta por el brillo de las lentejuelas que usaba. Ha declarado que muchas veces no ha tenido qué comer. Su padre se fue de la casa cuando era muy chica. Cuando tenía 18 años y recién entraba a la televisión, su mamá murió de cáncer. La primera plata que cobró por aparecer unos segundos en pantalla la utilizó para comprar el féretro de su madre. Alguien que recibe tales golpes no tiene por qué estar preparada para superarlo todo, al contrario.
Podría no haber curado las heridas del abandono de su padre y luego la muerte prematura de su madre. ¿Se imaginan una nueva pérdida? Dice que le encantaría tener una familia para criar a un hijo, pero ha hecho todo lo contrario para lograrlo. Sus relaciones no han sido precisamente muy estables. A veces el tiempo pasa sin avisar.
Cuando tenía treinta y cinco años, los hijos no figuraban en mi agenda, pero una ginecóloga me sacó unos exámenes hormonales que lo cambiaron todo. Los resultados fueron malos. Me dijo que parecía una mujer de 45. O sea, como si mi cuerpo estuviera a un pie de la menopausia. Consulté a varios médicos.
En ese momento dejé de ser de las mujeres que priorizan su vida laboral y en dos segundos entré al grupo de las que querían ser madres. Tenía miedo de no estar a tiempo de conseguirlo. Fueron semanas difíciles. No sé si por la presión social y el típico comentario que «se te está pasando el tren» pero me sentía realmente vieja y hasta inservible. Eso, acompañado a una decepción amorosa, debe ser terrible.
Lamento no tener palabras de ayuda ni consuelo en estos casos. Nosotras tenemos un límite para decidir sobre la maternidad y no hay mucho que hacer al respecto. Si están en esa situación, solo me queda aconsejarles que lo evalúen sin presión. Antes de que el dictador tic tac del reloj biológico empiece a sonar.