El arte y la cultura no gozan de buena salud. Desde hace un año –cuando la emergencia sanitaria por la COVID-19 se hizo visible en varios países– las actividades culturales presenciales están parcialmente suspendidas.
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En agosto, varias galerías de arte y museos del Perú reabrieron con un aforo reducido, y en enero de este año estaba programado el retorno de las artes escénicas; sin embargo, las actividades culturales otra vez quedaron interrumpidas luego de que el gobierno peruano impusiera un nuevo confinamiento debido al espeluznante crecimiento de contagios por coronavirus en varias ciudades del país, incluyendo Lima.
Los indicadores económicos predicen que el sector cultural será uno de los más afectados en el mundo y probablemente uno de los últimos en recuperarse de la pandemia y sus consecuencias. Mientras no haya inmunidad y los espacios físicos no sean 100% seguros, el impacto de la austeridad se trasladará al consumo cultural y de ocio ¿Cómo entonces puede sobrevivir un sector que ya sufría los embates de la economía, con bajos presupuestos y precarización laboral? Quizá la respuesta esté en las “audiencias digitales”.
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Durante esta etapa de encierro, hemos visto que los artistas no han dejado de crear. Recorridos virtuales a museos, obras de teatro por streaming y conciertos virtuales a un solo clic: todos en algún momento, en el aislamiento, hemos accedido a la gran oferta cultural que se ofrece en Internet. Y a pesar de que un gran porcentaje de contenido es gratuito, el público está cada vez más dispuesto a pagar algo por consumir contenido cultural.
Una investigación de The Economist (patrocinada por YouTube) señaló que ocho de cada diez personas en el Reino Unido accedió a contenido cultural y estaba dispuesta a pagar por ello. Las buenas noticias continúan: cuatro de cada diez jóvenes de entre 16 a 24 años han pagado para participar, durante la pandemia, en una actividad cultural en línea. Y aunque hablamos de una sociedad anglosajona acostumbrada a pagar por este tipo de contenidos, no podemos perder de vista la participación creciente de los jóvenes en todo el mundo, los futuros consumidores de nuestras propuestas creativas.
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Es interesante ver, por ejemplo, cómo plataformas de streaming como Spotify o Netflix tienen clara su estrategia. Con una suscripción mensual te ofrecen un enorme catálogo de series y películas, que difícilmente los usuarios logran completar, pero que se va reestructurando a gusto de sus intereses. Esto puede ser trasladado a la cultura ¿Sabías que el mayor éxito de suscripciones en Disney+ es gracias a una obra de teatro llevada al streaming? Se trata de “Hamilton”, un musical de Broadway protagonizado por Lin-Manuel Miranda, que logró el pico de audiencias en julio del año pasado. Esta película, además, logró que la plataforma sumara nuevos sunoscriptores fuera de su “público objetivo” (seguidores del Universo Marvel o “Star Wars”). Con este espaldarazo, la industria de las tablas ha potenciado su plataforma de streaming BroadwayHD que con una suscripción de $8.99 al mes o $99.99 al año, los amantes del teatro pueden acceder a una inmensa videoteca con títulos de Broadway, Off-Broadway, West End y mucho más. En nuestra región ya existen propuestas similares Teatrix (teatro argentino) e Ilustre (plataforma colombiana de divulgación cultural y artística).
La existencia de estas plataformas de cultura a la carta no implica el fin de los espacios presenciales, asimismo, el futuro del sector no puede ni debe asegurarse solamente de los públicos presenciales. El confinamiento nos ha llevado a descubrir que la cultura necesita un modelo mixto para sobrevivir, y habrá gente que siga anhelando volver a un teatro o un museo, pero también habrá aquellos que valoren tener una experiencia cultural en línea segura y atractiva. En la adaptación tendremos la cura.
DATO
Charla: Marketing cultural - caja de herramientas para las artes
Día: Jueves 11 de febrero
Hora: 11:00 a.m.
Vía Google Meet (previa inscripción a través de este link https://forms.gle/TxFqPypz2qVs6n3d9)