Llegar al Pastoruri puede ser una travesía de ensueño a los 5200 metros de altitud, donde el humano empieza a morirse por la falta de oxígeno y la presión atmosférica, pero también es un desolador choque con el deshielo progresivo de este nevado, uno de los más famosos del Perú, donde ahora aparece más el oscuro de las rocas que el blanco de la nieve y el hielo.
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Para quienes no están acostumbrados a las alturas, lo primero que deben hacer es aclimatarse por lo menos un día en Huaraz, que se ubica a unos 3100 metros sobre el nivel del mar. Los mates de coca calientes, pastillas o caramelos son fundamentales, pero aún es necesaria la hidratación continua y haber llevado una buena alimentación y rutinas de ejercicio.
En Huaraz hay hoteles y hospedajes que van desde 20 o 30 soles la noche. La comida es barata y rica; a lo largo de sus avenidas y calles existen muchos sitios donde se toman frescos jugos de frutas y sopas de pata de toro, de cabeza de toro, de gallina o cuyes fritos; incluso hay chifas, pollerías y pizzerías, que se convierten en claves neutrales para los que no gustan de gastronomía local.
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Los paquetes turísticos para el nevado Pastoruri pueden costar desde 50 a 60 soles por persona en un día: parten en un bus (o miniván) desde Huaraz a las 9 de la mañana y regresan a las 6 de la tarde. Todos los turistas deben llevar mascarillas y protectores faciales, porque la Policía y la Superintendencia de Transporte Terrestre de Personas, Carga y Mercancías (SUTRAN) están en constante fiscalización hacia los operadores, que deben asegurar el aforo del vehículo hasta la mitad para mantener el distanciamiento por COVID-19.
Durante el trayecto, la unidad de servicio turístico hace entre dos a tres paradas obligatorias antes de llegar al campo base del Pastoruri, a unos 4800 metros de altura, sitio en que la gente empezará a caminar. La primera puede ser en algún restaurante del distrito Recuay para que los visitantes tomen infusiones o chacchen (mastiquen) hojas de coca y así evitar el soroche. La segunda parada es en la entrada o garita de control del Parque Nacional Huascarán, que tiene unas 340 mil hectáreas de extensión; aquí cada peruano debe pagar 12 soles para ingresar.
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Por la trocha podemos apreciar la belleza de la puya de Raimondi, una especie en peligro de extinción y endémica de los Andes peruanos. Ya en el campo base, la concentración debe ser absoluta. Los guías locales advierten que no hay postas médicas cercanas y que, si el turista se siente mal -mareos, náuseas, desvanecimientos-, es preferible avisar para bajarlo de inmediato y darle los primeros auxilios. Caminar sobre los cinco mil metros de altitud no es un juego.
Nuestro guía, Rivelino, quien prefiere ser llamado “Alpaca fashion”, cuenta que subió por primera vez al Pastoruri en 1994. “En ese tiempo todo era hielo, no estaban las lagunas que verán ahora”, dice, mientras sigue atento el paso de sus turistas atolondrados por la altura, el frío, los videos y las fotografías a lo largo de una pendiente empedrada de unos 300 a 400 metros de elevación, y en un tramo de unos 3 kilómetros de ida y 3 de vuelta. A lo lejos se ve el Pastoruri como un pequeño pastizal blanco rodeado de oscuras mantas. Es decir, se deshiela cada día, ya no es jamás el Pastoruri de hace 15, 20 o 30 años. El Ministerio de Agricultura y Riego (Minagri), mediante la Autoridad Nacional del Agua (ANA), indicó en julio de 2020 que el Perú perdió el 51% de su superficie glaciar en los últimos 50 años. La razón: los efectos del cambio climático en estas reservas de agua sólida.
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A la cima real, punto donde aún persiste el hielo y la nieve, no dejan entrar por una cuestión de cuidado. Los vigilantes del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP) están atentísimos al movimiento de los turistas, quienes no pueden pasar más allá de unas sogas extendidas sobre parantes. Por eso, acaso lo más atractivo para la gente es una especie de cueva que se ha formado desde hace unos años – por el deshielo – en una base del glaciar junto a una laguna también generada por el deshielo.
Entonces, lo que apreciamos, frustrados y emocionados, es el ritmo lento de un calentamiento global en su versión peruana.
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