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Durante la adolescencia te repiten miles de veces que ya no eres una niña, que ya has crecido y que eres “toda una señorita”. Te piden que te comportes como adulto. Dejas de ser la más pequeña de la secundaria, empiezas a usar delineador, rímel, lápiz de labio y tacos. Y entonces te la crees: te sientes grande.
Las conversaciones con las amigas cambian: ahora el tema es el chico que les gusta y les provoca cosquillas por todo el cuerpo cuando pasa cerca, porque creen que las va a saludar. Confiesas que nunca nadie te ha besado, pero que ansías ese momento. Por supuesto que no estamos hablando de un piquito tonto e infantil sino de un beso grande, húmedo e interminable.
En ese contexto, ¿qué pasa si conoces a alguien diferente a los vecinos o los amigos del colegio? Un joven mayor que te escucha, te atiende, te mima, te cuenta sus problemas y te pide consejos. Te trata de tú a tú y te hace sentir importante. ¿Crees estar enamorada? ¿Crees a ojo cerrado todo lo que te dice?, ¿llegarías al extremo de creerle que es un ángel reencarnado?
Desde que escuché las historias fantásticas que el profesor de danza Abel Pantigoso Yauri les contaba a sus alumnas para abusar de ellas, no dejo de preguntarme qué tan confundidas habrán estado estas chicas, para acceder a todo lo que les pedía. Intento ponerme en los zapatos de sus víctimas, trato de recordar cómo era yo a esa edad, lo vulnerables que somos en la adolescencia, pero no entiendo.
Según el testimonio de las madres de las víctimas, el profesor Pantigoso les decía que estaba enfermo y que necesitaba de la energía de las jóvenes para seguir viviendo. Las encerraba en un salón aparte para supuestamente sacarles el aliento de vida de sus almas, que estaba guarecido en sus pulmones.
¿A los 16 años puedes tragarte ese cuentazo? ¿Que alguien es el enviado de Dios? A estas alturas del siglo XXI pareciera difícil, pero sucedió y eso me preocupa. ¡Qué frágiles que pueden ser nuestros hijos y qué expuestos están ante el peligro. Los padres de estas niñas estaban tranquilos, porque sabían que sus hijas iban a clases de un profesor que de danza que antes había estado en el colegio. No se trataba de un “x” desconocido. En otros casos, una municipalidad le alquilaba el ambiente donde bailaban. Entonces, las niñas iban a un local de la comuna. Seguro que los papás preferían que sus hijas hagan ejercicio bailando que verlas todos el día prendidas al celular o al televisor.
Pantigoso actuaba bajo una supuesta formalidad en varios distritos de la Carretera Central. Apuntaba a familias que podían pagar las actividades extracurriculares, papás dispuestos a invertir en la educación de sus hijos. Hay enfermos en todos los círculos sociales y abundan las familias en donde la vergüenza puede más que la denuncia. Por eso actuó durante años.
Temo que este sujeto salga pronto en libertad y con más ganas de abusar a nuestras hijas. Ya empezó a decirles a los periodistas que les pregunten a sus alumnas qué sucedía en realidad. Creo que pretende decir que no violó a las menores y que si en algunos casos hubo sexo fue con el consentimiento de ellas, para recibir una pena de 3 a 5 años. O sea nada.
Es indignante ver lo enclenque que resultan nuestras leyes ante personajes así, pero no podemos ampararnos en el Estado para todo. El primer paso para proteger a nuestro hijos es darles la confianza para hablar. No hace falta fiscalizar todo lo que ellos hacen ni ahondar en detalles, solo saber en qué andan sus hijos y que ellos sepan que están protegidos. El profesor de baile cayó así, cuando una niña le contó todo a su mamá. Es verdad que a veces falta tiempo, que los meses pasan volando y que cada uno tiene sus propias actividades, pero es importante que ellos sepan que cuentan con nosotros siempre. (function(d,s, id) { var js, fjs =d.getElementsByTagName(s)[0]; if(d.getElementById(id)) return; js =d.createElement(s); js.id = id; js.src =“//connect.facebook.net/en_US/sdk.js#xfbml=1&version=v2.4&appId=465882020151522”; fjs.parentNode.insertBefore(js, fjs);}(document, 'script','facebook-jssdk'));VIŸ