"Rebotar tiene que ver con la creencia de que lograremos regresar de situaciones duras o difíciles y, que al hacerlo, regresaremos ganadores", precisa Temple. (Foto: Archivo)
"Rebotar tiene que ver con la creencia de que lograremos regresar de situaciones duras o difíciles y, que al hacerlo, regresaremos ganadores", precisa Temple. (Foto: Archivo)
Inés Temple

Hace un tiempo escribí sobre el poder de rebotar, que es una de las cosas más valiosas que he aprendido en la vida. Para mí, rebotar no es lo mismo que la resiliencia. Rebotar es mucho más que sobrevivir a una situación y volverse a poner de pie.

Rebotar, como expliqué en ese artículo, tiene que ver con la creencia de que lograremos regresar de situaciones duras o difíciles y, que al hacerlo, regresaremos ganadores, ¡con mejores resultados y con más avances! Rebotar es volver pero con más fuerza, con más ganas, con más energía, con más altura, con más éxito. ¡Con más bríos que antes!

La idea original de rebotar la saqué de esa pelota roja de jebe que adoraba cuando era chica. Mientras más fuerte la tiraba contra el piso, más alto rebotaba. La recuerdo mágica, invencible, desafiante de la gravedad. ¡Siempre rebotaba más alto y cada vez más y más fuerte!

El poder de rebotar, de saber que podemos rebotar, ha contribuido varias veces a generar el punto de inflexión de la recuperación y me ha guiado, a mí y a muchos, por el camino de regreso con renovadas ganas.

Saber que rebotaremos –con esa fe que lo haremos con la ayuda de Dios– nos ha motivado, dado ánimos y ha sido la fuente divina de nuestra inspiración. Nos ha posicionado para triunfar sin importar qué tan dura sentimos la caída –o el empujón–.

Las razones por las que nos caemos son muchas –desilusiones, deslealtades, egoísmos, pérdidas, despidos, traiciones o desengaños, en lo personal, en lo profesional– y nuestra reacción es diferente en cada oportunidad. Pero todos sabemos bien cómo se sienten, cómo duelen, cómo pueden hundirnos y quitarnos toda la energía y hasta las ganas de luchar.

Pero siempre hay un punto de quiebre, y ese llega cuando tocamos fondo, cuando sentimos que ya no podemos más, listos a rendirnos y abandonar la lucha, invadidos de autocompasión.

Pero justamente allí, al fondo del pozo, cuando logramos recordar la pelota de jebe lanzada con fuerza contra el piso, redescubrimos la creencia liberadora de que lograremos rebotar, ¡que rebotaremos! Que, como en veces anteriores, regresaremos con más ganas y con más fuerzas, resurgiendo con más brío ¡para llegar más alto aún!

¿Por qué la idea de rebotar funciona, inspira tanto y nos ayuda a salir adelante con más ganas que antes? He aprendido que es porque cuando uno se cae, aprende y se fortalece.

Cada dolor enseña, cada fracaso deja lecciones que nos hace madurar. Nos obliga a establecer y ordenar prioridades, a ser más efectivos. A definir qué queremos y cómo lo queremos. A pensar en salidas o soluciones, a evaluar opciones y necesidades. Y a sacarnos el equipaje extra que ya no sirve. A transformar miedos y dudas en nuestros mejores aliados, que nos dan la fuerza para el rebote.

En otras palabras, las caídas nos preparan para regresar a la batalla mejor equipados, con las ideas más claras y el espíritu con más ganas de éxitos y logros. Como mencioné antes, caer nos hace más sabios, rebotar nos hace triunfadores. Y sí, esta vez, ¡también rebotaremos!