MDN
Misión imposible 2
Jaime Akamine

De ser un biopic de ídolos caídos, esta historia debería arrancar en los ochenta. Da igual el año. Toda esa década y poco más le pertenecen a un neoyorkino de nombre casto, Thomas Cruise Mapother IV, o sencillamente Tom Cruise. Negocios riesgosos, Cocktail, Rainman, Nacido el 4 de julio, El color del dinero… un hit tras otro, el actor encarnó mejor que nadie la figura del self-made man, el hombre parido y hecho estrella en el vientre de Hollywood.

Pero no hay mucha madeja de dónde tirar para pensar en un biopic. A todo crimen le hace falta un muerto que lo valide, y, hay que decirlo claro, Cruise jamás dejó de respirar y de hacer lucir pequeña la pantalla grande. A fuerza de buenas decisiones, esquivó el desplome de Val Kilmer, Mickey Rourke, Dennis Quaid y tantos otros astros ochenteros hoy en desuso.

A los 56 años, su nombre sigue encabezando con letras mayúsculas los carteles de sus películas, su poder de convocatoria se mantiene intacto y su influjo mediático es una marca sin discusión. The Numbers, una web que mide la influencia de cada artista para el éxito económico de un filme, lo ubicó en junio pasado como la persona de mayor rentabilidad en la industria. Con cada paso en falso (ha tenido algunos en años recientes), Cruise hace una apuesta segura y vuelve a agitar, orondo, su talonario de megaestrella.

En todo caso, su defunción es de otra clase: de credibilidad. Ha perdido la habilidad de reinventarse y, lo que podría sonar paradójico en su oficio, la opción de ser natural. Algo triste debe pasar en la cabeza de un artista cuando decide conducirse en automático. Porque por más que salte de edificios, se trepe a helicópteros y prescinda de dobles para sus acrobacias de acción —una noticia con la que se promocionó la última entrega de Misión imposible, que se acaba de estrenar en nuestra cartelera—, a Cruise se le mira de reojo. Como un acto de magia: mientras más grande y aparatoso sea el truco, más fuerte es la sensación de incredulidad y de negación.

Tampoco le ayuda su personalidad. Un perfil sobreproducido, definido en los últimos años por su ciega adhesión a la cienciología y, en especial, por los raptos de arrebato y euforia, que incluyen saltitos sobre el sofá de Oprah, críticas públicas a Brooke Shields por consumir antidepresivos durante su etapa posparto, y tensas entrevistas, como la que brindó al presentador australiano Peter Overton, a quien exigió “recuperar sus modales” luego de lanzarle una pregunta más bien ñoña: “¿Nicole Kidman es el amor de tu vida?”.

                                                   * * *
Tom Cruise es un blanco fácil. Una celebridad arrogante a la que los medios adoran caerle encima y alucinar con esa burbuja enigmática en la que parece pasar sus días. El eslabón perdido entre la bravuconería de Mel Gibson y el trato amanerado de Jude Law. Un incomprendido, de hecho y, a la vez, un tipo que parece obsesionado con su lugar e influencia en el mundo, capaz de inspirar al mismísimo Christian Bale para dar vida al delirante villano de Psicópata americano luego de verlo en una entrevista con David Letterman y sorprenderle “su extrema amabilidad, pero sin nada vivo detrás de los ojos”.

¿Qué ve entonces la gente en él y sus grandes producciones? En primer lugar, buenas películas. No extraordinarias ni redondas, sí productos 100% efectivos, elevados por una puesta en escena que respira clasicismo por doquier; pero que, a base de un ritmo sostenido y cierto refinamiento en las imágenes, deja al menos dos o tres secuencias de acción imponentes. Es la marca Cruise.

Truffaut decía que solo le interesaban aquellos cineastas que ofrecían una visión personal del mundo en sus filmes. En las últimas películas de Cruise suelen haber realizadores muy capaces —Christopher McQuarrie, Doug Liman—; pero pocos dudan de que la génesis, el desarrollo y el resultado de la cinta dependen más del actor. Él es el “autor”. Una estructura armada en torno a su sentido común: rodearse de un equipo humano calificado (sin ninguna estrella o director que le haga sombra), rentabilizar su carisma y ofrecer una película lo bastante potente y estilizada para que quede más tiempo en la retina de lo que en realidad hace falta.

En un cine cada vez más diverso y mutante por la eclosión de lo digital, Tom Cruise hace el camino inverso: mirar hacia sí mismo para encontrar allí un género. Un estilo. Un tipo de película. Una forma de sobrevivir al tiempo.

VIVIR ES VOLVER

¿Quien no arriesga no gana? El actor podría desdecirlo, producto de su protagonismo en sagas exitosas recientes. De sus últimas cinco cintas, dos pertenecen a la franquicia Misión imposible, una es el remake (fallido) de La momia y otra es la continuación de Jack Reacher. Y prepara, 32 años después, la continuación de Top Gun. Lucen lejanos aquellos papeles memorables (como los de El color del dinero, Algunos hombres buenos, Colateral, Jerry Maguire y Magnolia) por los que, de cuando en cuando, algún crítico se animaba a llamarlo el mejor actor de su generación.

Contenido sugerido

Contenido GEC