Miles de hinchas alzaron su voz en los estadios rusos cantando “Contigo, Perú”. [Foto: EFE]
Miles de hinchas alzaron su voz en los estadios rusos cantando “Contigo, Perú”. [Foto: EFE]
Daniel Parodi Revoredo

Hace tres años, cuando muriera Manuel Acosta Ojeda, este recibió como homenaje uno de los obituarios más sui generis que haya leído, que básicamente mancillaba la cultura que aquel gran compositor amara, la que le otorgó contexto y motivo a su obra musical. En pocas líneas, dicha nota reunió todos los lugares comunes y falsas dicotomías con las que se ha zarandeado la cultura criolla peruana en las últimas décadas.

Tildaron a esta de oligárquica por algunas letras de Chabuca Granda, de velasquista por dos valses —“Y se llama Perú” y “Contigo, Perú—, de Augusto Polo Campos. También la contrapusieron a las manifestaciones musicales andinas, como si el criollismo se tratase de una cuña de folclor oficial, conscientemente interpuesta entre el Perú costeño y el serrano. A estas críticas se han añadido otras más duras, como la de reducir algunos barrios antiguos de Lima a la condición de antros de perdición, debido a que en algunas de sus calles se expenden estupefacientes. “Barrios criollos, como Renovación en La Victoria, terminaron convirtiéndose en reductos del comercio de droga, y no es el único caso. No se trata de una ‘cultura pobre’ sino de una cultura de gente pobre”, ha señalado Nelson Manrique.

                                —Una joven nación—
Siempre he sostenido que entre 1950 y 1990 se conformó la ‘nación peruana’. Esta se expresa en el milagro de ciudades que emergieron del indoblegable espíritu de los migrantes, los que convirtieron el comercio informal en pilar del progreso económico de un país cuyo Estado se encontraba largamente desbordado, como señalase José Matos Mar.

Pero “los caballos de los conquistadores, otra vez” —parafraseando a Alberto Flores Galindo— no vinieron para vengar la historia, ni para vengar en el ‘Perú criollo’, ni en los músicos Oscar Avilés o el Zambo Cavero 300 años de dominación colonial y cien más de explotación gamonalista. La conquista de un nuevo espacio alrededor de la ‘gran Lima’, y de las principales capitales regionales del país, supuso básicamente diálogo, encuentro, interrelación y transformación.

Dicha transformación, como escribiera Hugo Neira, provincializó Lima, pero después limeñizó las provincias. Se refiere Neira a las paradas, paraditas, mototaxis y nuevos barrios que modificaron el paisaje urbano capitalino para hacer lo mismo, seguidamente, en muchas otras ciudades importantes del Perú.

La migración masiva del campo a la ciudad fue una represa rebalsada tras 400 años de contención. Sin embargo, en lugar de ahogar a quienes vivían debajo de ella, propició el encuentro de unos con otros, y creó espacios públicos en donde los peruanos de distintas procedencias se conocen e interactúan cotidianamente. Lo veo a diario en las aulas universitarias, en el transporte público, en la calle, en todas partes.

                          —Entre un valsecito y dos goles—
El Perú emergente creó las condiciones para que se generase una nación también emergente y joven. A esta solo le faltaba una ocasión para reconocerse como tal, para mostrarse ante sí y para exigir una relectura de sí misma, que, sin negar las grandes desigualdades sociales y herencias por superar, como el patriarcalismo y el racismo, destaque e identifique qué es lo que nos une y caracteriza.

Y se abrió, a través de la campaña de la selección peruana de fútbol en Rusia 2018, aquel espacio que necesitaba una nación naciente para verse en el espejo de su propia existencia. Y sucedió la increíble mutación en la que los símbolos oficiales, como los colores rojo y blanco de la bandera, junto a la música y letra del himno nacional, se convirtieron en íconos populares, en referentes que compartían, unidos, los peruanos de la costa, de la sierra y de la selva, porque así lo querían.

Y resulta que un vals recién lo corearon decenas de miles de peruanos en los estadios rusos, acompañados por algunos millones más desde sus hogares, aquí, frente a la pantalla. Y muchos lloraron emocionados, dando “gracias al cielo por darme la vida, contigo, Perú”, el descubrimiento de la peruanidad. El vehículo de esta toma de conciencia, vaya paradoja, ha sido un vals criollo.

                         —Vernos, escribirnos, narrarnos—
No voy a concluir adoptando la cara opuesta del mismo maniqueísmo; no diré que el vals derrotó al huaino, ni barrabasada por el estilo. Lo que quiero señalar es que la represa que se desbordó no lo hizo con la intención de que el Perú provinciano le declare la guerra al limeño, ni el serrano al costeño; sino para crear una nueva cultura, peruana, compuesta por la suma de nuestras tradiciones. Y en este espacio tienen cabida el huaino, el vals, la tecnocumbia y la marinera; la costa, la sierra y la selva.

“Contigo, Perú”, la canción que sentencia que estamos unidos se compuso hace mucho, la nación se terminó de crear hace tiempo también, solo faltaba la ocasión para reunir ambas y resulta que acabamos de disfrutarla, todos juntos, en unos estadios al otro lado del mundo.

Colegas académicos, la historia del Perú nos ha contradicho y superado, debemos reescribirla desde las nuevas coordenadas que nos ofrece la peruanidad.

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