[Foto: Luis Centurión]
[Foto: Luis Centurión]


Por Katherine Subirana

Recientemente salió su último libro, Persona (Fondo de Cultura Económica), un conjunto de relatos en los que vuelve a mirar a los actores del conflicto armado interno. Pero, a diferencia de su anterior libro vinculado al tema —Los rendidos (IEP, 2015)—, esta vez amplía su perspectiva y apuesta por una mirada multidimensional no solo de sí mismo, sino también de los demás. Y de una historia que nos involucra a todos.

Es difícil entender la guerra y sus secuelas.
Sí. Yo doy cuenta de las secuelas, pero no es que las entienda. La gente es muy compleja.

Y no quieren hablar de la guerra.
Sí quieren. Hablan conmigo todos los días.

¿Quiénes?
Las personas que tienen algo que les duele de la guerra. El Perú no asume una agenda posconflicto porque esta no existe. Si no existe, es porque nadie asumió la responsabilidad de plantearla: ninguna institución, ni el Estado, ni la Iglesia (que a veces asume algunos liderazgos). Entonces, en este momento, ¿quién asume algo de esa agenda? Una cosa que suele pasar —y me refiero a investigadores y periodistas— es que no apuestan por conocer a las personas que estuvieron involucradas en uno u otro bando durante el conflicto, y se conforman con imaginar a la gente. La trayectoria vital de cada uno es muy compleja, y como consecuencia de ella algunas personas se endurecen más que otras. ¿Cómo crees que viven hoy?

No me lo puedo imaginar.
Es difícil, porque tampoco pueden ir por ahí contando sus cosas, porque seguro cualquier persona o la prensa les diría: “Terrucos, estos encima quieren que les den derechos”. O si es sobre una mujer: “¿La violaron? Bueno, se lo ganó”. La gente dice cosas así. Pero volviendo a tu pregunta anterior, la gente sí habla, la gente necesita hacerlo, porque así es como existes. No solo es terapéutico, sino que hay alguien más que te escucha, y te reflejas.

Hablar de las secuelas de la guerra en sus diferentes actores hace evidente que lo privado termina siendo público, que debe ser de interés común, más allá del estigma.
Y lo que se hace no es intentar abrirles espacios, sino cerrarlos.

Porque la gente le teme.
Sí, pero hay que ofrecer otra cosa. La política tiene que ofrecer otras cosas. El político, ¿qué vende ahora? Miedo. Y lo hace porque funciona, porque es lo que está en el aire. Este tipo de político no es una persona legítimamente preocupada por su carrera en relación con el interés público colectivo.

Por eso trabajar el tema de memoria es difícil. ¿Qué hizo que te compres el pleito de la memoria y la reconciliación?
Para mí fue inevitable.

Pudiste elegir no hacerlo.
Elegí no hacerlo por muchos años.

¿Te consideras una víctima?
Sí, claro, soy una víctima en términos estrictamente legales. No está mal ser una víctima. Está mal el “victimocentrismo”, hablar por la víctima, construirla como alguien indefenso, que no tiene agencia; querer dar lástima, que está ahí solamente porque es alguien que tiene un defecto, que es el daño que le ocasionaron a él o a alguien que amaba o formaba parte de su familia. O sea, un mutilado espiritual. Todas esas son maneras de construir personas más sujetables, pero hay otras maneras de entenderlo. No es justo que haya muchísima gente, no yo, que hayan sufrido lo que sufrieron. La víctima existe porque sobre ella se ejerció violencia, sobre su cuerpo. La víctima nace cuando alguien la crea, cuando el poder la crea. Ahora, no es lo único que uno puede ser. Uno no solo es una víctima, es un ser humano fluido, con muchas identidades que van mutando, cambiando; que se van entrelazando y que forman un sujeto, una persona.

Hay un pasaje de Persona en el que dos víctimas conversan y dicen: “Es increíble cómo siempre hablan de nosotros sin hablar de nosotros”. Nos cuesta hablar claramente de aquello que construye nuestra memoria.
Yo diría que hablamos de memoria sin hablar de la gente. Y lo hacemos porque es más fácil y no genera posiciones críticas ni radicales. Es un juego que no perturba y no confronta, así que mientras se pueda seguir haciendo cosas simpáticas sobre la memoria, como canciones o activismo, está bien, porque es funcional. Pero, si quieres hablar en serio, tendrías que preocuparte por temas como los que hemos hablado. ¿Qué es memoria? ¿Memoria de quién, memoria en qué sentido? ¿De alguien que ya no está? ¿Qué tipo de memoria deja? ¿La huella que deja es memoria? ¿Por qué tiene que ser todo memoria, si estamos hablando de alguien que ya no existe? Vamos a suponer que hablamos de toda una familia que ya murió, que no es nada que no sea real, ¿por qué se llama memoria y no destrucción sistemática de los cuerpos? Vamos a hacer memoria, a juntar cinco fotos de las personas que han muerto y hacer una exposición. ¿Dónde está esa gente? ¿Dónde las cosas que pensaron, que vivieron, los sueños que tuvieron? ¿Dónde?

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