[Foto: Christian Ugarte / Archivo]
[Foto: Christian Ugarte / Archivo]

Mi padre fue autor de 50 libros de creación literaria, historia, arte y antropología, todos sobre el Perú. Desde su juventud avizoraba que el valor del país recae en su cultura milenaria y en la herencia de dos destacados imperios.

Formó parte de la generación de poetas de los sesenta junto con Javier Heraud y Luis Hernández. Luego escribiría los relatos que le valieron tres Premios COPÉ y con los cuales creó un nuevo género denominado “indagaciones”, que transgrede los límites entre la historia y la ficción.

Como afirmaba el escritor colombiano Germán Arciniegas, sus relatos son “de tal exactitud histórica, con documentos tan precisos, que me ha ocurrido creerle” y podrían ser “los capítulos que se le olvidaron a los historiadores”. Sin embargo, no todo resultó ser ficción: en Oro de Pachacámac (1985), se adelantó a los estudios históricos que confirmaron la relación entre el Señor de los Milagros y la deidad prehispánica.

Su erudición le otorgó el privilegio de enseñarle a Borges dónde se ubicaba en Cuzco la casa de su antepasado, el conquistador Jerónimo de Cabrera, que aquel desconocía. En esa oportunidad le confesó su deseo de ser escritor, a lo cual Borges respondió con una sonrisa: “Yo también pretendo lo mismo, pero usted tiene más posibilidades. Recordemos que ya tengo casi 80 años”.

Quizá su mayor legado sean las cuatro novelas históricas que componen la saga épica “Dioses, hombres y demonios del Cuzco”, que abarca desde la resistencia inca hasta la formación del Virreinato del Perú. Una de ellas, Sol de los soles, le valió el Premio Nacional de Novela. El 2016 recibió el Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro por Pasiones del Norte, una de sus dos novelas líricas.

Mi padre también nos deja importantes descubrimientos como los 16 templos coloniales del valle del Colca y obras de arte virreinal de pintores como Angelino Medoro, Mateo Pérez de Alesio y Pedro Pablo Morón.

El título de sus relatos, “Oro de Pachacamac”, es una ironía: los conquistadores esperaban encontrar un ídolo de oro, pero en realidad el oro era Pachacamac, el dios de los temblores. Como esa deidad, la partida de mi padre nos remece, pero tenemos el consuelo de que el tesoro de su obra permanecerá por siempre.

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