William Burroughs
William Burroughs

Por: Pedro Cornejo
Junto con Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti y Jack Kerouac, William Burroughs (1914-1997) es uno de los miembros más notables de la generación beat norteamericana. Poseedor de un discurso narrativo difícil, fragmentario, casi colindante con el surrealismo, ha sido identificado durante años como el escritor de la droga, merced a su dura experiencia con ella. Pero sus libros no solo son un testimonio de viaje, sino también una visión crítica del poder y sus soterrados mecanismos de control social. “El modelo establecido que aceptamos como realidad ha sido impuesto por el poder que controla este planeta, un poder primariamente orientado al control total” (Nova Express).

El poder es, para Burroughs, un sistema que se sostiene en lo que él llama “el álgebra de la necesidad”. Un mecanismo de retroalimentación por medio del cual se crean constantemente tantos conflictos insolubles como sea posible y se agravan los ya existentes. De este modo, el sistema asegura su autopreservación —más conflictos, más leyes, más aparatos de control— dando la imagen de que se están solucionando los problemas. De hecho, lo único que cambia son ciertos aspectos particulares —por ejemplo, quienes ejercen el poder—, pero el sistema en cuanto totalidad permanece imperturbable. Al igual que la droga que, una vez que actúa, se reproduce interminablemente a sí misma, así también el poder se constituye, según Burroughs, como una entidad parásita que se reproduce a costa del exterminio de la creatividad humana.

¿A qué se refiere cuando habla de “entidad parásita”? A la burocracia. “Una oficina arraigada en un punto cualquiera del Estado... [que] crece y crece reproduciéndose sin descanso hasta que, si no es controlada o extirpada, asfixia a su huésped, ya que son organismos puramente parásitos” (El almuerzo desnudo). El Estado, en tanto organización total, y la burocracia, como su parásito, constituyen el núcleo mismo de esta enfermedad viral que corroe la cultura: un Estado que se sostiene sobre la base de la generación artificial de conflictos que lo justifiquen, así como una burocracia que subsiste sobre la base de la invención de necesidades que ‘expliquen’ su razón de ser. Y el ‘médium’ a través del cual se reproduce esta estructura parasitaria es, según Burroughs, la palabra y la imagen, es decir, la información procesada y distribuida a través de los mass media. La ‘realidad’ no es otra cosa que la imagen que tenemos de ella formada a partir de un modelo establecido por el poder.

La única salida que ve Burroughs es atacar el virus, la burocracia y el núcleo mismo de su parasitismo: la información. Para ello es imprescindible no entrar en el juego de las imágenes reproducidas por el sistema: toda imagen retroalimenta la máquina productora de imágenes. Lo único que queda es desconectarse. “Interrúmpase todo el asunto —Silencio—. Cuando respondes a la máquina le proporcionas más grabaciones que serán oídas por tus enemigos y mantienes en funcionamiento toda la máquina Nova —No respondas a la máquina— Desconéctala” (Nova Express). Se trata, pues, de que cada individuo, desde el Silencio, pueda reconstruir y recomponer los datos a su disposición sin recurrir a ese Emisor. El Emisor, parásito por excelencia, no tendría dónde subsistir. El Silencio, metáfora de la no colaboración, se muestra como la única alternativa posible.

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