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Wynton Marsalis se lució con histórica presentación [RESEÑA] - 3

Pocas veces he tenido la ocasión de asistir en mi ciudad a conciertos de jazz del más alto nivel. Una de ellas ocurrió en agosto del 2013, cuando TQ producciones trajo a Lima a Herbie Hancock, uno de los músicos contemporáneos que mayor peso han tenido en la construcción del canon jazzístico. Dos años más tarde, la empresa liderada por Alberto Menacho ha vuelto a hacer historia al ofrecerle al público peruano la oportunidad de escuchar en vivo a , el más grande trompetista de jazz de las últimas décadas, acompañado por la prestigiosa Jazz at Lincoln Center Orchestra.

La expectativa era considerable. Es necesario precisar que Marsalis, además de ser reconocido por su extraordinaria calidad como solista y compositor, es también una figura que suele desatar apasionados debates por su acérrima defensa del neoclasicismo, una concepción del jazz que, si bien pone de relieve la importancia de los grandes maestros del pasado, tiende también a descartar los aportes de las corrientes más progresistas del género. La polémica, pues, se ha vuelto un elemento consustancial a cada una de la presentaciones de este músico.

En el fondo, lo que Marsalis pone en juego ─y lo que explica, en mi opinión, su importancia más allá de lo puramente musical─ es la relevancia cultural de toda una tradición. Marsalis ha decidido hacer del jazz una fuerza cultural comparable, en su dimensión expresiva y en su prestigio, a la música clásica, y es evidente que nadie es más convincente que él a la hora de sustentar esta posición. Por eso, cada uno de sus triunfos es celebrado como un acontecimiento susceptible de cambiar el curso del jazz, y cada uno de sus traspiés representa del mismo modo un peligro para el inmenso legado que este artista carga sobre sus hombros.     

La seriedad de esta situación se ve reflejada en todos los detalles de su personalidad, incluso en la sofisticación con la que Wynton se viste: el trompetista tiene por costumbre subir a escena con traje y corbata, como si se tratara de un profesor universitario alistándose para impartir una conferencia. Su presentación en Lima no fue distinta en este aspecto, y debe haber sorprendido a más de un melómano acostumbrado a las excentricidades de sus ídolos jazzeros.

La Jazz at Lincoln Center Orchestra sorprendió a la audiencia por la calidad excepcional de cada uno de sus músicos.

El concierto que se llevó a cabo en el Gran Teatro Nacional se abrió con una entrañable composición de Duke Ellington escrita en los años treinta. El sonido de la Jazz at Lincoln Center Orchestra, fundada por Marsalis en 1988 como un vehículo ideal para implementar su visión del jazz, me impresionó de inmediato por el rigor clásico de su disciplina, la creatividad de sus arreglos (10 de sus 15 miembros son compositores y arreglista) y la belleza de sus timbres. El tema de Ellington que abrió la velada era exactamente el tipo de jazz que obsesionaría a Woody Allen. Esto es, hasta que Wynton inició un solo explosivo en el que la época dorada de Ellington, Fletcher Henderson, Count Basie y los hermanos Dorsey se dio una improbable cita con el post-bop de Freddy Hubbard, uno de los grandes referentes modernos de Marsalis. El resultado fue sobrecogedor.

Lo cierto es que la calidad de los solos de este artista no parece haber menguado un ápice desde que Marsalis saltara a la fama a inicios de los años ochenta como uno de los miembros estrella de los Jazz Messengers de Art Blakey. Lo que sí ha cambiado con la madurez, y para bien, es la extraordinaria facilidad con la que el trompetista logra navegar entre la atención de orfebre que le brinda al timbre de su instrumento ─es notoria su preferencia por las cualidades vocales de la trompeta y por un uso sofisticado de las sordinas, que comparte con Armstrong y otros hijos ilustres de Nueva Orleans─ y un fraseo angular donde el uso frecuente del registro agudo sorprende por su creatividad y estremece por la seguridad técnica con la que el solista comunica sus ideas.      

El concierto no estuvo, sin embargo, centrado en exhibir las poderosas dotes para la improvisación de Marsalis. Claramente, el credo de este líder es dejar que sus músicos brillen con luz propia. Marsalis declinó la oportunidad de solear durante el segundo tema de la velada, el clásico “Señor Blues” de Horace Silver, no dudando en pasarle la posta al saxofonista Victor Goines, quien aprovechó la ocasión para ejecutar un memorable solo que fue recibido con desbordante entusiasmo por la audiencia.  

El saxofonista Sherman Irby se lució en

La orquesta dio luego inicio a una emotiva interpretación de dos movimientos de la “Abyssinian Mass”, una reciente composición de Marsalis escrita con motivo de la conmemoración del 200 aniversario de la Iglesia Bautista Abisinia, uno de los símbolos más poderosos de la cultura afroamericana en Nueva York. Las cualidades elegíacas del primer movimiento, reminiscente de los momentos más delicados de la obra de Mingus, contrastó con un segundo movimiento de carácter festivo en el que el líder de la orquesta, claramente inspirado, lanzó el solo más brillante de la noche.

En “All of me” de Benny Carter, el protagonismo recayó en el saxofonista Sherman Irby. La sorpresa latina de la noche llegó con una composición a cargo del contrabajista del ensamble, el músico de origen cubano Carlos Henriquez. Titulada “2/3's Adventure” en referencia a los juegos rítmicos que plantea, esta suite mezcla con impecable pericia el mambo, el swing y la guajira, alcanzando un resultado que deleitó a la audiencia y arrancó numerosas carcajadas de felicidad.

El gran momento de la noche llegó con un singular arreglo de “Epistrophy”, el clásico tema escrito por Thelonious Monk a fines de los cuarenta en la cuna del bebop, el Minton's Playhouse del Harlem. Adaptado al ritmo del reggae, este original arreglo fue el marco propicio para notables solos de Marsalis y del saxofonista Walter Blanding, sin duda el músico más moderno del ensamble.

De más está decir que sería imposible enumerar todos los momentos notables de la velada. Me gustaría al menos señalar que las composiciones originales de los miembros de la orquesta no solo no palidecieron frente a las composiciones de grandes maestros como Ellington, Monk y Gillespie, sino que marcaron incluso algunos de los episodios más interesantes de la presentación: este fue el caso de “The Presidential Suite” de Ted Nash, una obra cuyo material temático se deriva de un análisis de la entonación de diversos discursos pronunciados por famosas figuras de la política. Aunque la idea suena bastante vanguardista (de hecho no está muy lejos del principio que gobierna la obra “Voices and Piano” de Peter Ablinger, uno de los clásicos del vanguardismo musical de inicios del siglo XXI), el resultado sonoro no podría ser más encantador y accesible, situándose a medio camino entre el post minimalismo de John Adams y las exploraciones modales de Coltrane en la época de Giant Steps.  

 

La presentación culminó con una cálida sesión de música intimista en la que el trompetista estuvo acompañado por un trío de piano, bajo y batería.

El concierto terminó de manera inesperada: luego de lucirse por turnos sobre el escenario, los miembros de la orquesta se fueron retirando hasta que solo quedaron sobre escena Marsalis y una compacta sección rítmica compuesta por un trío de piano, bajo, y batería. El líder de la banda, que durante todo el concierto mantuvo firmemente la voluntad de brindarle a sus acólitos el espacio necesario para dar lo mejor de sí, recuperó entonces el protagonismo en una breve pero inspirada sesión de música intimista cuya calidez fue recibida con gratitud por una audiencia completamente transportada. Una larga ovación terminó de coronar esta velada que quedará para el recuerdo.

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