BRUNO RIVAS Enviado Especial – La Habana
En Santa Clara, ubicada a 270 kilómetros de La Habana, está el memorial del Che Guevara, una figura que se ha convertido en símbolo de la revolución cubana y del gobierno de los hermanos Castro. Paradójicamente, en esa misma ciudad, vive un personaje que, en la actualidad, lucha contra la dictadura castrista, pero que, a diferencia del argentino, lo hace de forma pacífica: el disidente Guillermo Fariñas. El psicólogo cubano está en la oposición desde la década del 90, y, por ello, ha sido encarcelado y golpeado por el Gobierno en varias oportunidades. Su extrema delgadez y lentitud al hablar reflejan las varias huelgas de hambre que ha realizado y que le han valido ganar el Premio Sajarov a la Libertad de Conciencia en el 2010. Una de ellas, la que realizó durante más de cuatro meses en el 2010, captó la atención mundial y fue uno de los factores que obligó al gobierno de Raúl Castro a liberar a 52 presos políticos. En esta entrevista que El Comercio le hizo en su casa y a puerta cerrada, para evitar ser interrumpidos por seguridad del Estado, nos cuenta el proceso de desilusión que lo llevó a romper con el régimen de Fidel Castro, de la desunión de la disidencia cubana y de las esperanzas que tiene para el futuro de su país.
Está terminando un año que se caracterizó por las protestas sociales y la caída de dictadores. ¿Es posible ver movilizaciones como esas en Cuba en un futuro próximo? ¿Qué lo evita? Creo que ellos están evitando, a toda costa, que haya un estallido social como en Medio Oriente y el norte de África. La primavera árabe nos dio la lección a nosotros como luchadores por la democracia, pero también al aparato de control cubano. Ellos evitan la visualización de la oposición por parte de la ciudadanía. Desde hace un año, se han realizado una serie de maniobras de corte neoliberal dentro del Gobierno Cubano, pese a que, durante cuarenta años, habló mal de ese sistema. Esto nos favorece a nosotros como oposición, porque el nivel de insatisfacción de la ciudadanía con quien los gobierna es grande. El gobierno está preparando un aterrizaje suave que les dé una solución tipo Rusia o Ucrania. O sea, los que están ahora con el poder comunista terminarán siendo los capitalistas de la era post-Castro. En la conferencia del partido, que se realizará a finales de enero del 2012, van a crear un Partido Martiano, que no sea exclusivista como el Partido Comunista Cubano (PCC) y que incluya a todo el que esté con el gobierno. Están realizando esa maniobra, porque para tener credibilidad, van a tener que reconocer a la oposición. Van a tratar de crear una dictadura perfecta como pasó con el PRI en México.
Uno de los problemas de la disidencia es que no ha podido unificarse. ¿Es posible que se consiga crear una alternativa frente al partido que el gobierno quiere crear? Depende de tres factores: de las asociaciones de disidentes aquí, de las organizaciones en el exilio y del Gobierno Cubano. El último es el más importante, porque el régimen ha creado durante muchos años sus propios disidentes. Ellos han provocado las rupturas durante los ocho intentos de unidad desde 1994. Los opositores verdaderos tenemos a estas personas delimitadas y su nivel de maniobra cada vez es menor. El caso del exilio, lamentablemente, no ha logrado unificarse. Estos grupos, junto con la disidencia interna, son vasos comunicantes, y el Gobierno Cubano hace que todo opositor pierda su trabajo y eso hace que uno dependa del exilio. El último factor es la disidencia interna. Históricamente, desde la guerra de independencia del siglo XIX, el caudillismo y la parte tribal nos lleva a un personalismo excesivo. Personalidades valiosas que estuvieron presas, pero que si no están al frente de un proyecto, no lo apoyan. Yo diría que la oposición no está dividida, sino atomizada, tanto por maniobra del gobierno como por rasgos de personalidad de los líderes.
Formaste parte del partido… Del partido no. Fui de la Unión de Jóvenes Comunistas, que era como la parte juvenil del partido. Soy de una familia de revolucionarios. Mi padre fue integrante del Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro y funcionario del gobierno, y mi madre fue enfermera y alfabetizadora. Ese fue el lugar donde yo nací y creo que esto fue como un gran sueño que se transformó en una pesadilla. Mi ruptura con el régimen se dio poco a poco. La primera fue en 1980, cuando me percato de que había varios miles de cubanos que no estaban contentos cuando se dieron los sucesos de la embajada de Perú que desembocaron en el éxodo masivo de Mariel. Fui custodio y me di cuenta de que había un alto grupo de opositores de los que nunca se hablaba. Yo era un adolescente de 17 años y quedé impresionado, me di cuenta de que todo no era como decían ellos. Después, al quedarme en La Habana durante un tiempo, tuve que custodiar las casas de los grandes jerarcas y me di cuenta de que no éramos iguales. Luego, por suerte o por desgracia, tuve un accidente y fui dado de baja. Empecé a estudiar psicología en 1983 como civil. En esa época, todavía no había aparecido la perestroika, pero, con el paso de los años ,se formó un debate nacional sobre ella y me convertí en una persona incómoda, porque decía que la Unión Soviética la necesitaba. Después, me ubicaron en el Ministerio de Salud Pública como psicólogo clínico, y, en 1989, vino el fusilamiento indebido y manipulatorio del general Ochoa Sánchez. Yo me opuse y fui separado de la Unión de Jóvenes Comunistas. En 1991, fui enviado al hospital clínico Santo Espíritu: no se me dio casa, porque no era confiable y, como estábamos en pleno período especial, tuve que irme a La Habana. Allí se me asignó en el hospital Pedro San Blas, donde tuve un enfrentamiento con Fidel Castro. Él fue a una reunión con los trabajadores, porque iba a ser cerrado para ser remodelado. Como trabajador del hospital, le exigí ante las cámaras de la televisión que cumpliera con su palabra y él se encolerizó conmigo. Poco después, la seguridad del Estado determinó encarcelarme.
¿Por qué? Porque del hospital salían muchas denuncias. Y también porque me dediqué a tratar a los hijos traumatizados de los opositores pacíficos. Todo empezó cuando la seguridad del Estado me pidió que hiciera un informe sobre los actos de corrupción que ocurrían en el hospital y que eran cometidos por la directora del centro. Me enfrenté a ella y le dije que era una asesina, porque se robaba camiones de leche en polvo o de sábanas. Le dije: “Una persona como tú se merece ocho tiros de una makarov”. Se agarraron de ahí para acusarme de haber hecho una amenaza de muerte, me tuvieron once meses detenido. Cuando salí, hice una huelga de hambre exigiéndole al ministro de Salud Pública que expulsara a la directora por corrupta. Fue sacada, pero le dieron un mejor puesto. Pregunté cuándo se le iba a procesar y me dijeron que Fidel Castro había tomado la decisión de ascenderla. Resultó que ella había sido la alergista de los nietos de Fidel. A partir de ese momento, decidí públicamente ser opositor. Aquí, en Cuba, te inculcan el miedo desde que naces; por eso, no se puede ser opositor de un solo golpe. Uno va perdiendo el miedo poco a poco.
Ya no tienes miedo… Tengo miedo de que, en algún momento, pueda tener miedo; que algún día yo decida irme del país y me desilusione la lucha que llevo a cabo. Es a lo único que le tengo miedo.
COMPARACIÓN CON GADAFI ¿Las reformas económicas están provocando que esa desigualdad de la que hablaste se haga más evidente? El régimen sabe que se va a caer. Más allá de la generación histórica, Fidel y Raúl saben que nadie más tiene estatura histórica para mantener el statu quo existente desde hace más de cincuenta años. Ellos están tratando de que no ocurra lo de Libia, que por el aferramiento de la familia Gadafi lo perdieron todo, incluso las vidas. A ellos ya no les importa tanto su futuro, sino el de sus hijos, nietos y bisnietos. Tienen propiedades en España, Argentina y Chile, negocios con Bacardi y en la industria del vino. Tienen mucho que perder. Son muy comunistas, pero viven como capitalistas. Además, se lo restriegan al pueblo cubano constantemente. Solo hay que sentarse en un banco de la Quinta Avenida a las siete de la mañana y ver pasar los carros que llevan a los hijos y nietos de Raúl y Fidel. Si te paras seis meses después, verás que han cambiado el carro. A eso se llama consumismo capitalista, pese a que ellos son jerarcas comunistas. Ellos están preparando todo el escenario para que el aterrizaje al capitalismo sea lo más suave posible y, además, sin costo político para ellos. Dan libertades económicas restringidas para que los pequeños empresarios dependan del Estado y no puedan convertirse en un peligro político en el futuro. Quieren quedar ante la historia como que nunca se vendieron al capitalismo, pero desde el momento en que Fidel Castro aceptó las inversiones extranjeras, se rindió para seguir en el poder, porque a él nunca le ha interesado el pueblo de Cuba, sino seguir en el poder. No es fascista ni comunista, peronista, estalinista o chavista: es fidelista. Piensa que todo gira en torno a él; por eso, se cree un dios en la tierra.
¿Cuál es tu sueño? Quisiera un día que todos los cubanos puedan sentarse a discutir en una mesa. Yo conocí a representantes y senadores de la época capitalista que me contaron que ellos, en el Congreso, discutían y se decían lo que tenían que decirse, pero después iban afuera del Capitolio a tomar cerveza. Y digo esto, porque tengo amigos que me preguntan por mi salud y mi familia a pesar de que son fidelistas. ¿Por qué hay que satanizar a los opositores o a los castristas?
¿Cómo estás? La salud está deteriorada. Tengo una trombosis muy peligrosa que puede causarme la muerte. Estoy tomando medicamentos anticoagulantes. Si me hacen una herida, me desangro en un momento. Las huelgas de hambre me han causado un desgaste óseo que me causa mucho dolor en las articulaciones. Pero creo que lo principal es el espíritu.
¿Y de espíritu cómo estás? Un teniente coronel de seguridad del Estado, y entrenadores chinos y vietnamitas me enseñaron a tener dolor, a sufrir y a no hablar cuando me torturaban, a evadir el dolor y pensar en otra cosa. Estoy preparado para eso. Ojalá pueda seguir contribuyendo, pero estamos atravesando un momento histórico único y no podemos sentarnos, pase lo que pase, porque está en juego el futuro de Cuba. Si no logramos hacer un cambio sin derramamiento de sangre, esto va a ser un desastre.