El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, (Foto: EFE)
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, (Foto: EFE)
Farid Kahhat

En vísperas de la cumbre del 2001 en Monterrey, Vicente Fox llamó a Fidel Castro para pedirle que se retirara del evento antes de que llegara George W. Bush (el célebre “comes y te vas”). Antes de la cumbre en Cartagena del 2012, Juan Manuel Santos viajó a La Habana para explicarle a Raúl Castro las razones por las que no estaba invitado. Días después Barak Obama confirmó su asistencia.

No existe evidencia similar que demuestre que el retiro de la invitación a Nicolás Maduro para asistir a la en Lima tenía entre sus motivos hacer posible la asistencia de . Pero el hecho de que su autoritarismo no impidiera extenderle una invitación en noviembre del 2017, que fue ratificada por el propio Pedro Pablo Kuczynski en febrero del 2018, sugiere cuando menos que esa no fue la única razón por la cual se retiró la invitación a Maduro en marzo pasado.

La hipótesis de que uno de los propósitos de retirar la invitación fue hacer posible la asistencia de Trump no parece descabellada cuando se recuerda que la decisión se adoptó días después de la visita al Perú del Secretario de Estado Rex Tillerson, quien hizo de Venezuela el tema fundamental de agenda durante su periplo por la región.

Sea cual fuera el caso, esta vez fue Donald Trump quien revirtió su decisión de asistir a la cumbre de Lima. Su primer discurso sobre el Estado de la Unión ofrece algunos indicios sobre las razones tras esa decisión. La novedad en ese discurso no fue que América Latina y el Caribe estuvieran virtualmente ausentes. Después de todo, nuestra región nunca fue por sí misma una prioridad en la política exterior de Estados Unidos. La que conocemos, por ejemplo, como “la crisis de los misiles en Cuba” tuvo a esa isla como escenario no como protagonista: la negociación que resolvió la crisis fue entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

La novedad en el discurso de Trump fue que las referencias tangenciales a nuestra región la presentaron como fuente de riesgos y amenazas: se refirió a nosotros de refilón cuando habló de los crímenes cometidos por inmigrantes latinoamericanos.

No es solo que Trump no tenga ninguna agenda constructiva para la región, es además que los temas conflictivos de agenda no se restringen a aquellos gobiernos a los que Estados Unidos considera rivales (como Cuba o Venezuela), sino que se hacen extensivos a gobiernos que hasta la víspera se consideraban sus aliados.

El viaje de Tillerson a Lima, por ejemplo, fue precedido por su anuncio de que la Doctrina Monroe (a la que había renunciado la Administración Obama en el 2013), “es tan relevante hoy como el día en que fue redactada”. Y lo dijo pocos meses después de que Donald Trump declarara que no descartaba el empleo de la fuerza en Venezuela. Estando ya Tillerson en la región, Trump lanzó una amenaza contra varios de los países incluidos en la gira porque “les enviamos una enorme ayuda y están mandando drogas a nuestro país y se están riendo de nosotros […] Quiero detener la ayuda”.

De haber acudido a la cumbre, por ejemplo, ¿alguien cree que la posible deportación de cientos de miles de jóvenes latinoamericanos (por el fin del programa DACA), no hubiera surgido durante su estancia?

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