Alonso Cueto

Según algunos, la con la que convivimos ahora –es decir, – es un descubrimiento que solo puede equipararse con la invención del fuego o de la rueda. Con apenas unos meses en uso, hoy en día podemos ordenarle que nos escriba un ensayo sobre el Renacimiento o el guion de una película cuyo argumento le demos.

De acuerdo con Vivek Wadhwa, profesor de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Carnegie Mellon, todo va a cambiar gracias a las nuevas tecnologías. Iremos al supermercado y unos sensores identificarán el precio de lo que llevamos, el mismo que se descontará automáticamente de nuestras cuentas (adiós, cajeras). Los robots manejarán los ómnibus y harán las tareas domésticas. Las empresas le encargarán a la IA sus estrategias de marketing.

En vez de los médicos, será un dispositivo digital el que identificará nuestras dolencias de inmediato y nos ofrecerá los medicamentos adecuados. Nos hará un diagnóstico sobre el futuro de nuestra salud. En el campo educativo, hoy en día, en colegios y universidades, cada vez más alumnos encargan sus trabajos al ‘chatbot’, que produce un ensayo con un tema a pedido, una masa de información integrada de diversas fuentes. Basta con que los alumnos modifiquen algunas frases para que los presenten. No pueden ser acusados de plagio. Algún día los robots podrán dar clases.

El periodista Andrés Oppenheimer, sin embargo, contaba en un programa que le encargó a ChatGPT que hiciera su semblanza biográfica. El ‘chatbot’ le devolvió en segundos un texto con alguna información verdadera, pero con un error. Decía que Oppenheimer había entrevistado al presidente Putin, lo que nunca había ocurrido.

Por otro lado, puesto que la inteligencia artificial está al servicio de cualquier usuario, también puede producir información textual y visual falsa. Puede crear la foto de una persona decente con uniforme nazi, sin trazos de que la imagen haya sido manipulada. La tecnología puede ser la mayor enemiga de la verdad.

Y no solo eso. Algunos ven a la IA como un sirviente, pero que puede convertirse en amo y señor muy pronto. Hace pocos días, el doctor Geoffrey Hinton, quien difundió el diseño del algoritmo de ‘backpropagation’ en los orígenes de la inteligencia artificial, renunció a su puesto en Google. Su dimisión nos recuerda la frase que el físico Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, dijo sobre su invento: “Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.

Según Hinton, la tecnología de la inteligencia artificial, en manos inescrupulosas, puede desatar el fin de la humanidad. Es inimaginable lo que dictadores, sátrapas o simples delincuentes podrán hacer para manipular a sus víctimas. La respuesta de Google ha sido que el uso que hacen de la inteligencia artificial es muy responsable y cuidadoso de su parte.

Pero la advertencia de Hinton va más allá. Según el científico británico-canadiense, estos robots de la IA, en pocos años, podrían ser más inteligentes que nosotros. Cuando le preguntaron si era imaginable un universo dirigido por robots que han sojuzgado a los seres humanos, él dijo que sí. Un universo de personas que cree que su vida es mejor porque confían en sus dueños cibernéticos es enteramente posible en pocos años. Según Hinton, cuando sean más inteligentes que nosotros, todo habrá terminado.

En su novela del 2019, “Máquinas como yo”, el escritor Ian McEwann nos habla de un robot que le aconseja a su dueño que deje a la chica con la que está saliendo. En “2001, Odisea del espacio”, la computadora HAL lee los labios y así sabe lo que traman los astronautas. En la pesadilla anunciada por Hinton, los robots destruirán a los seres humanos, sus esclavos. Un planeta donde solo vivirán nuestros hijos digitales. Y será obra nuestra.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alonso Cueto es escritor