Diego Macera

¿La de en el mundo viene creciendo o cayendo? Es una pregunta que parece tener una respuesta obvia. A partir de trabajos minuciosos de economistas en las últimas décadas, y bastante prensa ansiosa, todos parecen saber que la desigualdad global ha aumentado, y que este es un serio problema, sobre todo para los países en desarrollo, como los de Latinoamérica.

La realidad, sin embargo, es más compleja. La evidencia disponible apunta a que, si tomamos al mundo como la unidad de evaluación y no a cada país de forma independiente, la inequidad ha venido cayendo consistentemente durante el siglo XXI. Es decir, el ingreso de todos los ciudadanos del mundo es más parejo hoy de lo que era hace 20 años. Es más, estamos en el menor punto de desigualdad global en más de 100 años.

¿A qué se debe este fenómeno y cómo puede la opinión pública tener una idea tan equivocada sobre este hecho? Como es obvio, la reducción de la desigualdad se basa en que los ingresos de la población más pobre del mundo han crecido más rápido que los ingresos de la población más rica. En este contexto, el ascenso de China ha marcado la diferencia. Antes de su despegue, hacia la década de los 80, la desigualdad global llegó a su pico. De ahí empezó a caer. El tamaño de la población china y su vertiginoso enriquecimiento explican casi tres cuartas partes de la reducción global de la pobreza.

Aunque en menor escala, otros países en desarrollo se sumaron también a la contribución de la caída de la desigualdad, entre ellos el Perú. Entre el 2000 y el 2019, por ejemplo, el promedio anual de los ingresos por peruano (en dólares internacionales constantes) fue de 3,5%. Entre los países desarrollados, este llegó solo a 1,2% en el mismo período.

La razón por la que la percepción mundial es de crecimiento de la inequidad es que, al interior de varios países grandes –incluyendo EE.UU., Rusia, India, la propia China y muchos de los que ponen la agenda de la discusión global–, la disparidad de ingresos ha subido. Y esa historia vende más que la caída de la desigualdad global. Además, si antes la población más pobre en países ricos tenía de cualquier modo un lugar alto dentro de la distribución de ingresos globales (porque en el resto del mundo todos eran mucho más pobres), ese es cada vez menos el caso. Para aquellos de nivel económico bajo en Europa o en EE.UU., el privilegio de pertenecer a un país desarrollado en comparación con el resto del mundo es menor que en el siglo pasado. Hace 35 años, por ejemplo, el 10% urbano más rico de China tenía ingresos menores al 10% más pobre de Italia; hoy, el chino urbano promedio tiene más ingresos que casi el 20% de italianos. Eso causa fricciones internas considerables, sociales y políticas, en países desarrollados.

Aun así, este proceso de incremento de la desigualdad a nivel nacional no se repite dentro de la mayoría de los países de Latinoamérica: entre los diez países más grandes de la región por población, en nueve la desigualdad ha bajado durante el siglo XXI (la excepción sería Venezuela). En el Perú, la reducción en la desigualdad de ingresos ha sido, más bien, notable.

La evolución de la desigualdad ofrece, sin duda, titulares noticiosos atractivos y diatribas políticas desorientadas en todo el mundo –sobre todo cuando se puede argüir que esta sube–. Pero esta retórica se debe tomar con varios matices. El primero es que el énfasis central del desarrollo de cualquier país debe estar en levantar la calidad de vida de su población más vulnerable, mucho más que en una comparación arbitraria entre ingresos de diferentes personas. El segundo es que el mundo, en realidad, ha tenido un proceso de igualación de ingresos en las últimas décadas –no lo opuesto–, con millones saliendo de la pobreza. Y lo tercero es que países como el Perú no solo han crecido más que el mundo desarrollado en lo que va del siglo, sino que lo han hecho con una reducción de la desigualdad interna.

A pesar de todo esto, es solo cuestión de tiempo antes de que el siguiente titular o discurso político tendencioso vuelva a mencionar el incremento de la desigualdad como una prioridad en la agenda global y nacional.

Diego Macera es director del Instituto Peruano de Economía (IPE)