Fama anónima, por Alfredo Bullard
Fama anónima, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

“¿Sabe quién fue Jorge Villanueva Torres?”. Pregunté a distintas personas en las últimas semanas. Varias respondieron que fue un famoso futbolista de Alianza Lima, confundiéndolo probablemente con Alejandro ‘Manguera’ Villanueva. Otros dijeron que fue un boxeador. Por allí alguien lo identificó con un congresista y hasta con un presidente del siglo XIX, de esos que derrocaban y eran derrocados todos los días. La mayoría movía la cabeza en señal de no saber. 

Tuve más suerte preguntando: “¿Quién fue el ‘Monstruo de Armendáriz’?”. Casi todos contestaron que fue un violador de niños fusilado hace varias décadas (a fines del 2017 se cumplen 60 años de su ejecución). El recuerdo es más claro cuanto más edad tiene el entrevistado. Casi todos saben que era negro. Preguntada sobre cuántos niños violó y asesinó, la gente da números que van entre cinco a veinte. 

La ambigua letra de la canción que sobre este personaje popularizaron los Nosequién y los Nosecuántos hace un par de décadas ha contribuido a que más personas jóvenes sepan de quién estamos hablando. Y la letra dice así: “Monstruo de Armendáriz, Monstruo de Armendáriz, divino arquetipo, que el imperialismo, que el imperialismo quiso sojuzgar. Repetiré las palabras de nuestro mesías. Dejad que los niños vengan a mí”. 

¿Cómo se llamaba el ‘Monstruo de Armendáriz’? Casi nadie lo sabe. Pero quizás usted acaba de adivinar que Jorge Villanueva Torres era justamente su nombre. Villanueva y el ‘Monstruo’ son la misma persona. 

Fue bautizado como ‘Monstruo’ por el diario “Última Hora” antes de ser juzgado. Jorge fue privado de su nombre y, con ello, de su identidad. Fue transformado en un apodo, en un alias, asociado a un perfil espantoso e infame. El resto de su vida dejó de ser importante. Es, paradójicamente, un personaje famoso recordado como un NN. Es un anónimo. Solo es un monstruo. Jorge Villanueva Torres murió sepultado por los prejuicios mucho antes de ser fusilado. 

Fue acusado de una sola violación y un solo asesinato. No de veinte ni de cinco. Ni siquiera de dos. La imaginación popular le ha endilgado números con dos dígitos. Y no fue condenado por violación. En el informe de la autopsia del médico forense no existían indicios de que la víctima hubiera sido ultrajada. Dicho cargo fue retirado de la acusación. Además es altamente probable que el niño no haya sido asesinado y que, en realidad, murió en un accidente de tránsito (como lo determinó un estudio posterior) y que el cadáver fue abandonado por el causante en la quebrada de Armendáriz. 

Jorge era un ladronzuelo al que el racismo y la pobreza convirtieron en asesino. La frase “a todos se les presume inocente hasta que se pruebe lo contrario” no es igual para todos. A algunos se les presume más inocentes que a otros. 

La historia de cómo la fama de Jorge Villanueva lo condujo al anonimato inspiró este año a la Comisión de Arte y Derecho de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú a montar la obra de teatro “El Monstruo de Armendáriz”, que se estrena la semana entrante. Escrita por Sebastián Eddowes y Malcolm Malca y dirigida por este último, cuenta con la actuación de reconocidos abogados y profesores de Derecho como Enrique Ghersi y Manuel Monteagudo. La obra nos cuenta la historia de ese anonimato y de cómo la manipulación del derecho, la presión mediática, la necesidad de cortinas de humo, la influencia política y la manipulación del Poder Judicial (¿le suena conocido?) hacen que ley y justicia vayan por caminos separados. 

Villanueva no fue juzgado. Fue prejuzgado. Un prejuicio es negarnos a conocer la realidad de algo guiados por una idea preconcebida. Y el prejuicio privó a Villanueva de su nombre, de su identidad y de su vida. 

La obra muestra eso y más. El teatro es mirarnos a nosotros mismos. A veces los espectadores sienten que la ficción nos libera de la realidad en la que se inspira. La fantasía crea el espejismo de ver de lejos lo que nos rodea y pensarlo como algo que no nos incumbe. Pero el teatro, por el contrario, debe recordarnos que somos responsables de lo que ocurre en dicha realidad. Por eso no es casual que “El Monstruo de Armendáriz” se presente en El Lugar de la Memoria, porque no debemos olvidar que todos tenemos prejuicios.