Alonso Cueto

Al cumplir su primer año en el gobierno, el nos ha hecho sentir que ha pasado mucho tiempo más. Hoy cada día está cargado de noticias y declaraciones nuevas. Estamos más pendientes de todo lo que ocurre porque no sabemos lo que puede pasar. Discursos aparte, este año ha hecho envejecer al Gobierno sin nadie que se anime a administrar los santos óleos. Es un gobierno anciano, en el que han pasado muchos años en uno. Y es imposible pensar en que podemos seguir así un año más.

Al margen de cualquier discurso, la ineptitud y la corrupción siguen siendo sus banderas. En la campaña electoral de Pedro Castillo era fácil darse cuenta de su ineptitud. Sus frases hechas revelaban a una persona sin la más mínima formación para asumir el puesto al que aspiraba. En cambio, no había indicios de su corrupción aunque sí de su inclinación al engaño. Hoy todavía muchos recuerdan que, obedeciendo a la sugerencia de un compañero suyo, decidió tirarse a la pista para simular una lesión. Fue durante una de sus protestas en agosto del 2017 (luego el actual presidente aclararía que no le dijeron “tírate”, sino “retírate” para apartarse de la policía, claro).

Pero entonces no había realmente indicios de una corrupción como la que se ha visto durante su ejercicio en el poder. Desde que empezaron a aparecer las primeras señales, Castillo confirmó una consigna política: la repartija de poder entre paisanos, amigos, advenedizos y familiares.

A pesar de que podemos encontrar todavía algunos buenos funcionarios y hasta ministros y congresistas (muy pocos), la situación de decepción, desánimo y frustración es lo más grave. Hace poco, José Luis Pérez Guadalupe propuso un tema actual. Sabemos lo que puede hacerse frente a la corrupción, pero no frente a la ineptitud. ¿Qué podemos hacer los frente a los ministros de salud que proponen el “agua arracimada”? ¿Hay modo de enfrentar al presidente de la Comisión de Educación del Congreso que afirma que el terremoto de Chile se produjo como consecuencia del matrimonio homosexual en ese país? ¿Podemos explicar cómo alguien como Esdras Medina tuvo tantos votos en su postulación? ¿No debían pedirse nuevos requisitos, entre ellos conocimiento de su campo, a funcionarios y líderes?

En una entrevista esta semana con Jaime Chincha, Gonzalo Zegarra y Augusto Álvarez Rodrich en “Canal N”, surgió una pregunta sobre la viabilidad del Perú. Frente a la tradición de nuestras debilidades, frustraciones y corruptelas, ¿podemos todavía aspirar a ser un país que progrese? ¿Estamos condenados por nuestras costumbres, nuestras divisiones, nuestros políticos? Un ejemplo que dio Augusto Álvarez me pareció relevante para pensar que sí es posible. El hecho ocurrió en la comunidad de Tumuya en la provincia de Azángaro, en Puno. En octubre del 2020, los alumnos de la institución educativa 72088 subieron junto a una madre de familia y el director de la escuela Freddy Cruzado a un cerro. Había otros niños en cerros aledaños. Su propósito era captar la señal de Internet del programa “Aprendo en casa” del Ministerio de Educación. En las imágenes difundidas por Radio Programas del Perú, los niños estaban en cuclillas, atendiendo a las clases, protegidos por una manta de la granizada.

Uno puede deducir con estos ejemplos que la educación sigue siendo una prioridad para los peruanos. Si podemos ser aún viables es debido a nuestros recursos naturales, pero sobre todo a nuestra gente. Allí está el ejemplo de . Con casi nula protección del Estado, solo con el apoyo de la familia y la empresa privada, logró sus objetivos. En personas como ella se renueva nuestra capacidad de emprendimiento.


Alonso Cueto es escritor