(Ilustración: Archivo El Comercio)
(Ilustración: Archivo El Comercio)
Mario Castillo Freyre

Durante las últimas semanas, el tema de primera plana ha sido el relativo a los profesores de los colegios nacionales.

Sin embargo, por lo general, cuando se trata acerca de los maestros, las personas se refieren solo a aquellos que enseñan en los colegios, pero no a quienes imparten enseñanza en las universidades, las mismas que constituyen el siguiente eslabón del sistema educativo de todo país.

A propósito de conmemorarse el tercer año de su fallecimiento, quiero recordar como ejemplo de maestro universitario a don , quien durante medio siglo fue incansable difusor del derecho civil en las aulas de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Felipe encarnaba a esa especie de maestros por absoluta vocación. Quienes fuimos sus alumnos siempre recordaremos el gran interés que tenía por transmitirnos los conocimientos adquiridos en el ejercicio profesional. Sus clases eran una permanente mezcla de la mejor doctrina jurídica y de las experiencias vividas, lo que daba como resultado que recibiéramos una síntesis óptima de conocimientos, que los proporcionaba en justa medida, a efectos de que supiésemos lo fundamental de todas las instituciones que componían tan importante materia como es el derecho de las obligaciones.

Osterling sabía que debíamos aprender lo fundamental e importante, descartando aquellos temas que resultaban prescindibles en la vida profesional.

Era dueño de una metodología de enseñanza muy particular, con clases magistrales que se convertían en dinámicas, al fomentar de manera intensa las intervenciones de sus alumnos, quienes nos veíamos atraídos por ejemplos de la experiencia vivida, los mismos que en muchos casos siguen siendo emblemáticos, no solo dentro de los cursos de derecho civil, sino también en la práctica jurídica.
Ya aquejado por la enfermedad que le impidió continuar dictando clases, lo visité una tarde en su estudio de abogados y me pidió que leyera una carta que había redactado dirigida a la Universidad Católica, en la que renunciaba a su condición de profesor principal debido, precisamente, a su estado de salud. El texto era breve. La leí de inmediato delante de él, y debo decir que en los veinte años de amistad que tuvimos, nunca lo vi tan triste. Cuando su secretaria imprimió la versión final de la carta y él la firmó, de seguro Felipe sentía que en ella se iba buena parte de su vida y que no volvería jamás.

Con estas breves líneas rendimos homenaje a la memoria de don Felipe Osterling Parodi, maestro por antonomasia, quien dedicó buena parte de su vida a que sus enseñanzas terminaran definiendo el rumbo de un sector muy importante del Derecho y quien contribuyó, con maestría, sapiencia, prudencia y sobriedad, a dirigir la elaboración del Código Civil peruano de 1984, sólido cuerpo normativo que constituye la columna vertebral de las relaciones jurídicas entre los particulares. Si bien no se trata de la ley de mayor jerarquía (pues, primero está la Constitución), sí es aquella a la que más recurren los ciudadanos en sus vidas. En buena parte, el Perú se lo debe a Felipe Osterling, ejemplo de esos otros maestros a quienes nuestro país debe tanto.