(Foto: El Comercio)
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Editorial El Comercio

Los cambios sociales realmente profundos avanzan sigilosos pero constantes, despertando poca atención a su paso lento –de años, de décadas– hasta que, cuando se hacen obvios, es ya demasiado tarde. Es lo que sucede con uno de los cambios demográficos más significativos que inevitablemente experimentará el Perú en un futuro no tan lejano: el envejecimiento de su población.

El fenómeno del  no es novedoso. Varios países en Asia y Europa han visto sus tasas de fecundidad caer mientras que la expectativa de vida aumentaba considerablemente. La consecuencia es una transición de una pirámide poblacional tradicional –en la que la ancha base está conformada por niños y jóvenes– a una suerte de rombo y, eventualmente, hacia un triángulo invertido –en el que la población mayor sería mayoría–.

El Perú aún se encuentra en etapas tempranas de este proceso, pero el camino parece inexorable. La proporción de población adulta mayor pasó de 5,7% en 1950 a 10,4% para este año, según el . De acuerdo con las , hacia el 2050 uno de cada cuatro peruanos tendría 60 años de edad o más, y la tendencia solo se profundizaría con el tiempo.

Hay varias reflexiones importantes al respecto. En primer lugar, el país tiene hoy la enorme responsabilidad de aprovechar su llamado “bono demográfico”. Este consiste en la ventana de oportunidad –transitoria y única– que se produce durante aquellas décadas en que la población en edad de trabajar supera ampliamente a la población dependiente (es decir, a aquellos que son o muy jóvenes o muy mayores para labores productivas). De acuerdo con la CAF, para el Perú este bono se extendería hasta el 2038 aproximadamente. Luego de entonces, será más difícil mantener a la población mayor con la cantidad relativamente reducida de personas en edad laboral. Son apenas dos décadas, entonces, las que quedan para sacar el máximo provecho –a través de mejoras en la productividad– de una demografía que hoy juega a favor en términos económicos, pero que luego será más difícil.

En segundo lugar, el país debe preparar también un sistema previsional funcional, del que hoy carece. Apenas un tercio de los adultos mayores cuenta con algún sistema de pensiones, y entre las mujeres mayores, de hecho, la cifra baja a solo una de cada cuatro. Frente a este panorama, el desfinanciamiento de la , la informalidad de la economía, y, quizá sobre todo, la indolencia política, pueden llevar a una situación insostenible económica y socialmente en el mediano plazo. El Perú entra, pues, a un proceso de envejecimiento poblacional sin estar remotamente preparado para ello.

En tercer lugar, el envejecimiento poblacional pondrá una presión significativa sobre los gastos en salud. A nivel de la , este gasto podría subir de aproximadamente 6% del PBI hoy a 14% del PBI en el 2060. Conforme la población aumenta su expectativa de vida, los costos del cuidado de la salud en los últimos años se incrementan de manera exponencial. ¿Qué capacidad tienen el SIS, Essalud o el sector privado de atender esta nueva demanda? ¿Cómo se financiaría? Estas y otras preguntas quedan hoy en el aire mientras el tiempo corre.

Finalmente, queda también el reto de adecuar el mercado laboral no solo para potenciar el bono demográfico de hoy, sino para dar espacio a la población adulta mayor de mañana.

Capacitación permanente, jornadas laborales reducidas y edades de jubilación extendidas son apenas algunos de los temas que deberían estar desde hoy en la agenda pública.

Los cambios demográficos, decíamos, son profundos y avanzan de manera silenciosa. Pero eso no quiere decir que no sean predecibles y, por tanto, sujetos a preparativos a su debido tiempo. Y el tiempo es hoy.