Editorial El Comercio

Las imágenes de las llamas que vienen asolando la región de Evros, en Grecia, han dado la vuelta al mundo. El que ha sido bautizado como de la historia de la Unión Europea cumple dos semanas desde que se desató mientras legiones de bomberos buscan, por tierra y aire, contener su avance. Hasta ahora, las autoridades hablan de 20 fallecidos, pero es difícil dar con el número exacto, pues la zona que arde es un paso habitual de los migrantes que buscan alcanzar territorio europeo desde Turquía. Lo que sí sabe es que el fuego ha devorado hasta el momento más de 155.000 hectáreas de bosque, un área equivalente al doble de la ciudad de Nueva York.

Al otro lado del globo, en Hawái, un incendio destruyó a mediados de agosto , una de las tantas que componen el archipiélago, causó la muerte de 114 personas, arrasó decenas de edificaciones y ocasionó daños por un valor de US$5.600 millones. Las labores de reconstrucción tomarán años y, aun así, hay bienes con un alto valor histórico que ardieron y que ya no podrán recuperarse.

Uno puede pensar que hablamos de fenómenos de los que nos distancian demasiados kilómetros como para que algún día nos alcancen. Esa percepción, sin embargo, sería errónea y peligrosa. Errónea porque, como informó , se han registrado 4.400 incendios forestales en nuestro país en los últimos cinco años. La semana pasada, por ejemplo, un incendio forestal que consumió más de 100 hectáreas de pastizales en Aymaraes, Apurímac, causó la muerte de cinco personas y dejó a otras cuatro heridas de gravedad. Unos días después, en Urubamba, , las llamas calcinaron aproximadamente 120 hectáreas de cobertura vegetal, aunque sin dejar muertos. Y este martes un incendio forestal en Huaraz, Áncash, arrasó y afectó parte de la reserva del Parque Nacional Huascarán.

Según los expertos, el aumento de las temperaturas producto del calentamiento global hará que estos eventos sean más recurrentes. Pero, además, en nuestro país tenemos otro factor que podría catalizarlos: . Este, como sabemos, altera el ciclo meteorológico, provocando sequías y distorsionando la dinámica de las lluvias. Climas más tórridos y secos son, en fin, el abono para que las llamas corran sin encontrar mucha resistencia.

Pero decíamos antes que ignorar el peligro que supone este tipo de siniestros sería peligroso porque, pese a las advertencias de los expertos, es evidente que muy pocos gobiernos municipales y regionales están preparados para amenazas de este tipo. Según el general Ricardo Pajares, coordinador general del Centro de Operaciones de Emergencia Nacional (COEN), pese a que en los últimos siete años se han registrado incendios forestales en todas las regiones del país, solo una estaría preparada para gestionar estas emergencias: Cusco. “Todas aquellas regiones que tienen una geografía donde normalmente sufren de estos peligros deberían ser conscientes [de realizar las labores preventivas correspondientes]”, explicó.

La realidad, sin embargo, es que nuestras autoridades parecen emular la actitud de aquel que espera a que llegue la lluvia para recién tratar de tapar los huecos del techo. Esta semana, por ejemplo, el contralor general de la República, Nelson Shack, reveló un dato alarmante: las autoridades nacionales, regionales y locales solo han ejecutado destinado a obras de prevención ante el fenómeno de El Niño, que llegará . Un porcentaje por el que en los próximos meses, cuando las lluvias comiencen a hacer estragos, las autoridades tendrán que dar explicaciones.

De hecho, según Shack, dado que las precipitaciones comenzarán en noviembre, ya no hay tiempo para la descolmatación y limpieza de los cauces y quebradas. Eso por no hablar de los otros impactos que tendrá el fenómeno de El Niño, como, por ejemplo, en la proliferación de epidemias como , cuya fiereza ya vimos este año y que el próximo corre el riesgo de repetirse si no hacemos nada.

Parece que nuestras autoridades están esperando por las llamas, las lluvias o las plagas para recién espabilar. Para entonces, sin embargo, ya será tarde.

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