César Luis Menotti, fallecido a los 85 años, fue un polemista ardoroso, fumador empedernido, amante del tango, alto, delgado e idealista como un Quijote contra los molinos de viento del mal fútbol y el hacedor de un cambio histórico en la selección argentina.
La hora más gloriosa del Flaco como DT fue la tarde del 25 de junio de 1978. En el estadio Monumental de Buenos Aires, la Albiceleste se coronó por primera vez campeona del mundo al vencer a Holanda 3-1.
Nacido en Rosario, patria chica de Lionel Messi y de Angel Di María, sostenía: “¿Quienes marcan las diferencias? ¿Los técnicos con sus tácticas? Mentira, el que desnivela es el jugador”.
Aquella escuadra se consagró con los goles del ‘Matador’ Mario Kempes, las atajadas de Ubaldo Fillol, la capitanía caudillesca de Daniel Passarella, las diabluras de René Housemann, la astucia estratégica de Osvaldo ‘Pitón’ Ardiles.
Argentina dejaba atrás 20 años de desencantos. Nadie quería jugar en la Selección. Los jugadores eran silbados por hinchas burlones y pesimistas.
Pesaba como un lastre emocional el llamado Desastre de Suecia. Argentina fue goleada y eliminada en primera ronda de aquel Mundial de 1958.
Menotti, de indudable influencia en su país y en el resto de la región, rescató una herencia: “El futbolista argentino tiene un ADN, una genética, una escuela, respetada en todo el mundo”.
Pero el Mundial-1978 le dejó un estigma. Se ganó en medio de una dictadura con 30.000 desaparecidos, según entidades humanitarias.
Menotti dijo una vez: “Fui usado, claro. Nadie podía imaginarse que se tiraban personas al oceáno”. No pudo evitar los reproches.
De joven había sido peronista, como su padre, y luego comunista, convencido por un dirigente sindical ferroviario. Nunca hizo campañas políticas, ni participó en manifestaciones.