El Villarreal es un equipo. El Liverpool es una máquina. Es la obra definitiva de un alemán con pinta de despreocupado, que dirige en buzo y gorrita a uno de los equipos más poderosos y poéticos del planeta.
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Porque cuando la pelota besa los pies de Thiago Alcántara, ese Xavi reencarnado con pelvis de bachatero, hay lírica. El fútbol recupera su quintaesencia, y le saca la lengua a esa filosofía desabrida que nos imponen los resultadistas.
El verbo se hace fútbol cuando Alexander-Arnold —el mejor lateral derecho en la actualidad kilo por kilo— envía un centro teledirigido a Robertson, trazando una línea de fuego en el campo. Se escriben versos cuando Luis Díaz encara a sus marcadores, con el mismo desparpajo con el que ha encarado su vida. Se produce música cuando Mané y Salah, enemigos íntimos en África, tejen paredes con sutilezas.
Fabinho y Van Dijk, llamados a desafinar por su corpulencia y su rol en el equipo, nos hacen ver nuestros prejuicios cuando elevan la carita y mandan una asistencia de cuarenta metros o cuando se ponen quimbosos con los atacantes y les esconden la pelota.
Todo eso y más es el Liverpool de Jürgen Klopp. Una oda al fútbol total. Pero que ayer, sin embargo, pecó: dos goles para semejante derroche de calidad solo puede ser un autosabotaje.
Si los ‘Reds’ se hubieran animado a traducir en el resultado la mitad de las ocasiones que generaron, tendrían que tomarse un té esta mañana, aguardando al ganador del Manchester City-Real Madrid.
Pero no. Han dejado al ‘Submarino Amarillo’ intacto para el partido de vuelta. A diferencia de los ‘citizens’ que flaquearon ante la historia de los merengues, lo del Liverpool fue una negligencia ante un rival que nunca ha ganado la Liga española y que está disputando por segunda vez en su historia unas semifinales de Champions League. Y como se sabe, este deporte es ilógico e injusto.
Después de un primer tiempo donde Thiago Alcántara estrelló un derechazo en el poste, el Liverpool tuvo unos cuantos minutos de hambre de gol. A los 53′, el capitán Henderson envió un centro que el ecuatoriano Estupiñán rozó con su botín. Ello bastó para descolocar al argentino Rulli, arquero del Villarreal, y quebrar el cero.
Dos minutos después, Mo Salah y Sadio Mané fabricaron una pared en el corazón del área española. El egipcio sirvió con una caricia y el senegalés definió con la punta para el 2-0.
Unai Emery, un experto en ganar Europa Leagues (tres con el Sevilla y una con el Villarreal), movió la banca. Pero mucho no había de dónde escoger.
El argentino Lo Celso jamás pudo establecer conexiones con el holandés Danjuma ni tampoco con el nigeriano Chukwueze. Boulaye Dia, el franco senegalés, tuvo una chance ante el brasileño Alisson, pero la desperdició.
Liverpool, en lugar de ir por más, se contentó, como si acaso fuera una epidemia de los equipos ingleses. Demasiado premio para el ‘Submarino Amarillo’ que llegará con oxígeno a la vuelta el 3 de mayo, en el estadio de la Cerámica.
Tendrán que ser más que un equipo compacto. Si el Liverpool sucumbe, ni la poesía ni el buen gusto lo perdonarán.
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