“La pelota es lo más antiguo del fútbol y sigue siendo lo más importante”, proclamaba desde su admirable erudición deportiva don Ángel Tulio Zof. El célebre entrenador rosarino discurría: el juego carece de nacionalidad, pero hay escuelas influyentes. Tras el arribo de numerosos estrategas y jugadores desde el ‘Río de los caracoles’ al Perú pareciera que el torneo nacional, este 2020, va a tener ascendencia uruguaya. No es común que los técnicos de los dos equipos más populares del país sean profesionales que en el pasado trabajaron juntos y ganaron títulos en la misma escuadra. ¿Es saludable esta suerte de uruguayización de nuestro fútbol?
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Hagamos memoria: las únicas dos veces que los equipos nacionales disputaron la final de la Copa Libertadores fueron comandados por técnicos orientales: Roberto Scarone y Sergio Markarián. En ambos planteles, el de Universitario en el 72 y el de Sporting Cristal en el 97, brillaron jugadores charrúas. El aguerrido Rubén Techera con los cremas y el elástico ‘Viejo’ Balerio con los rimenses. De todas formas, el mayor suceso de nuestros clubes, la Copa Sudamericana del 2003, tuvo el liderazgo del limeño Freddy Ternero. Esa proeza del Cienciano, sin embargo, no oculta la realidad: con timoneles extranjeros o locales a la cabeza, las estadísticas de los representantes peruanos en las copas han sido, salvo honrosas excepciones, decepcionantes. Ese es el enorme desafío que Gregorio Pérez y su otrora discípulo más destacado Pablo Bengoechea enfrentarán: tratar de lavar la cara de los nuestros en el ámbito continental.
El paso del tiempo no es sinónimo de obsolescencia, el ‘Maestro’ Óscar Tabárez va a cumplir 73 años en marzo, pero ha sabido renovarse sin renunciar a las exitosas raíces del fútbol oriental. Su selección preserva el temple y la pericia del juego aéreo, pero se ha modernizado en cuanto a las formas de llegar al gol. Uruguay siempre ha tenido virtuosos, pero ahora la pone más en el piso. A los colosales Luis Suárez y Edinson Cavani, goleadores en la línea de Juan Schiaffino, Fernando Morena o Enzo Francescoli, se les suman, en estos tiempos, volantes con talento y capacidad de desdoblarse como Federico Valverde, Rodrigo Bentancur, Lucas Torreira y Georgian de Arrascaeta. El proceso se sigue respetando, lo que ha mutado es la elaboración en la forma de generar peligro.
Gregorio Pérez, un líder empático, amante del juego largo y contemporáneo de Tabárez, tiene ante sí la posibilidad de demostrar que todavía está vigente. El problema es que la institución que dirige hoy es sinónimo de inestabilidad. De peores tormentas ha sabido salir Pérez. ‘Goyo’, como le decían de joven, formó parte de aquel plantel de Defensor Sporting campeón en el 76 y él, que no tenía dinero para ir a las prácticas del ‘Violeta’, lo hacía caminando.
“El Evangelio según Pablo”, hacen llamar los bengoecheístas a la prédica futbolística que ha instalado en Alianza ese eximio ejecutor de tiros libres al que todavía llaman el ‘Profesor’. Sus detractores lo acusan de no respetar el estilo tradicional de los blanquiazules y de ganar ‘a la uruguaya’. Pablo se ha defendido blandiendo como espada los títulos históricos de la celeste y no apelando a sus muy buenos números con los blanquiazules. Esta Libertadores es su prueba de fuego. Hace mucho que los íntimos no están a la altura de la Copa.
El fútbol uruguayo ha evolucionado. A la tradicional fuerza, coraje, estupendo juego aéreo e inspiración individual le ha agregado ahora el vértigo de la modernidad y el juego a ras de piso. “La pelota es lo más antiguo del fútbol y sigue siendo lo más importante”, filosofaba don Ángel Tulio. Si Pablo y Gregorio lo entienden así y lo trasladan con sus equipos a la cancha… bienvenido sea el candombe.
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