Partido definitorio, falta un minuto y el árbitro sanciona penal. Protestas, cabildeos, empujones... Al margen de todo, el arquero se acerca al ejecutante y se da un diálogo jugoso, a media voz:-Mirá que me tiro a la derecha-, avisa el uno.El rematador responde:-Vos tirate adonde quieras que yo la tiro afuera...Iban los dos a menos.
“River gana el partido de su vida y España aplaude de pie” | OPINIÓN por Jorge Barraza
La anécdota (o cuento), es chistosa y se reactualiza cada vez que se da un penal decisivo. Pero puede ser penosa cuando alguien lo falla. Ha habido tantos casos en la historia del fútbol… Algunos dieron pie a verdaderos novelones, como el de Djukic, del Deportivo La Coruña, contra el Valencia en 1994. William McCrum, un joven acaudalado que jugaba de arquero en el Milford FC, modesto club irlandés, ideó esta maravilla que es el penal en 1890.
Consideraba que el fútbol era un deporte de caballeros y, por tanto, las faltas intencionales para impedir un gol no tenían cabida, había que sancionarlas con rigor. Se lo aprobaron en 1891. Desde entonces se han registrado miles de historias de penales. De haber cobrado derechos de autor sería millonaria toda su descendencia. Es la instancia más dramática de este juego.A menudo alguien sale herido de una situación así.
Esta vez le tocó a Jarlan Barrera, el talentoso zurdito del Junior, un muchachito de 23 años. En el segundo tiempo suplementario de la final de la Copa Sudamericana, falló desde los doce pasos. Había hecho todo el Junior para ganarle al Paranaense y ahí estaba su ocasión. Ese penal que se le fue al cielo lo perseguirá por años. Lo machacará a él y no a su compañero Rafael Pérez, que también falló uno decisivo, pero como era el partido de ida, había revancha en el segundo. Por tanto, su responsabilidad queda diluida.
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Si le sirve a Jarlan: un eximio ejecutante como Cristiano Ronaldo ha marcado 113 penales y su porcentaje de acierto es altísimo: 83,7%; sin embargo ha fallado 23 en su carrera, algunos importantes como uno en la final de la Champions 2008 y otro en semis ante el Bayern Munich en 2012 (ambos en las tandas definitorias). Messi, menos efectivo que el luso, ha acertado 83, pero falló 24. Maradona, que los pateaba deliciosos, desperdició cinco consecutivos en el campeonato argentino, terrible récord negativo. Pelé marró uno en la semifinal de la Libertadores de 1965 frente a Peñarol. Todos han fallado, hasta los más extraordinarios. Y seguirá pasando.
El penal parece fácil, pero es cada vez más difícil. Ahora los arqueros son fenomenales, están superentrenados, estudian a los ejecutantes y, sobre todo, la presión es mayor que nunca. Más en una final. El exitismo y la exposición mediática actuales han elevado la exigencia a límites casi insoportables, sin razonar que un penal se puede malograr. Ojalá no suceda que un futbolista deba asumir un penal definitorio en el último minuto en una final del mundo. Es tan injusto que nadie debería patearlo, sería inhumano. Podría llevar al suicidio. O a vivir cual alma en pena el resto de sus días, como le pasó a Barbosa, el arquero brasileño del Maracanazo.
Lo contaba su hijo. Nadie le perdonó el segundo gol de Uruguay. Que fue un gol normal. En 1993 quiso entrar a la concentración de la Selección Brasileña para saludar a los jugadores y se lo impidieron por ser mufa (portador de mala suerte). “Llevo 43 años pagando por un crimen que no cometí”, dijo entonces. Vivió cincuenta años encerrado, crucificado, hasta morir en abril de 2000.Este de Jarlan tiene un morbo mayor: fue al minuto 111 del alargue y, si lo convertía, el Junior lograba el primer título internacional de su historia. Se fue todo al canasto.
Hizo bien Comesaña en reemplazarlo, faltaban diez minutos y no podía mantener en el campo a un hombre destruido anímicamente, Jarlan quedó de piedra. Hubiesen sido los peores diez minutos de su vida. Es inentendible cómo no asumieron la responsabilidad de patearlo Teo Gutiérrez, un crack veterano y consagrado, o el arquero Sebastián Viera, un hombre de 35 años, curtido. Pero, como dijo Carlos Bacca, los erran los que dan la cara.Aquel de Djukic forma parte de la leyenda del fútbol español. En 1994, el Deportivo estaba a un palmo de consagrarse por primera vez campeón de España. Llegó a la última fecha un punto arriba del Barcelona. Definía en casa ante el Valencia, que no parecía una valla insalvable.
Con un triunfo mínimo había vuelta olímpica. Pero el empate a cero se mantenía tozudamente. Y en el Camp Nou el Barsa goleaba al Sevilla 5 a 2. Debía meter un gol como fuera. El reloj, tirano, apretaba cada vez más, hasta llegarse al minuto 90. Ahí, los santos del cielo se apiadaron del Deportivo: penal a favor. Bebeto, el gran Bebeto que un mes después fuera figura del Brasil campeón del mundo, era el encargado de los penales. Pero venía de fallar dos y no quiso acometer tan dramática empresa. “Se escondió”, dice aún hoy Fernando Giner, defensa valencianista. “Me tuvo todo el partido con que éramos unos vendidos, que qué vergüenza y esas cosas… Y cuando llega el penal lo encaro para decirle: pues ahí lo tienes, mételo. Desapareció de mi vista, se escurrió y lo tuvo que tirar Djuka”.
El zaguero Miroslav Djukic dio un paso adelante y se encargó él. Le salió un tiro anunciado, débil y al medio del arco. Lo paró el arquero del Valencia y se coronó campeón el Barcelona. “La jugada, la imagen, el momento me persiguieron durante mucho tiempo, era como una obsesión insana. Un día decidí que no podía seguir pensando en aquel maldito instante, no quería volverme loco”, declaró el serbio años más tarde.“El primer gran requisito de todo lanzador de penalti es estar plenamente convencido de que va a marcar el gol. En caso contrario... que lo lance otro.
Algo tan simple, a veces es muy complicado”, sostiene Pichi Alonso, delantero del Barcelona en los ’80, actual comentarista del diario Sport, que era habitual lanzador. “¿Cómo explicar que tres estrellas del calado de Messi, Neymar o Luis Suárez fallan de forma reiterada una pena máxima y siguen ejecutándola? La confianza es la clave: un penalti no es más que un disparo fácil, a corta distancia y frente a una portería de grandes dimensiones.
Las dudas, en la mayoría de los casos y la habilidad del portero hacen el resto. Por experiencia propia recuerdo que, tras marcar un penalti, el siguiente lo lanzaba improvisando, apelando a la inspiración. En cambio, tras un fallo, siempre saltaba al campo sabiendo de antemano por dónde iba a disparar. A medida que las dudas eran mayores, la decisión era más clara: disparo fuerte y a romper. En un penalti, la mente manda”.Ese penal de Curitiba será una mochila pesada. Borrar ese instante cruel ya es el reto de toda una carrera. Suerte, Jarlan.