EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORESPeriodista / Canchallena / GDA
“¿Por qué no me ponés también la gorra de militar?” Julio Grondona me llama enojado en 1984 a la agencia DyN. Le respondo que a él, como decían los informes, lo habían elegido los clubes. Pero al almirante Carlos Lacoste, que todavía seguía dentro del fútbol, lo habían puesto los militares.
En 1986, dos meses antes del Mundial, publicamos que “un importante miembro del Comité Ejecutivo de la AFA” se aprestaba a pedir la renuncia de Carlos Bilardo, en línea con presiones del gobierno radical. La fuente, Grondona nunca lo supo, era Hugo Santilli, su vicepresidente. Apenas después del 3-2 ante Alemania, Grondona pasa a las corridas por la sala de prensa del Azteca. Me hace un gesto más que popular: mete el índice de su mano derecha en una argolla que arma con el índice y pulgar de la izquierda. Lo mueve una y otra vez.
Los cruces, inevitables (cada uno hacía su trabajo), fueron muchos. En 1998, en medio de un cóctel en la embajada francesa, me gritó por otra nota de “esa revista de mierda, punto y coma”. La revista se llamaba tres puntos. “Elijan -decía en la AFA- arroz con pollo o pollo con arroz”. Y, como El Padrino, le dio de comer a casi todos. Pagó el fútbol, no él. Se ganaron títulos sí. Y hasta casi se gana en Brasil. El día a día sigue siendo mucho más oscuro: arreglos, violencia y deudas.
Ahora es 2010. Escribo en la confitería del hotel FIFA, sobre la mezcla de justicia y obscenidad del Mundial en áfrica. Siento que por detrás mío alguien lee el texto. Es Grondona. Se enoja, como siempre. Llamo a “Freedom”, el mozo. Le pido que le cuente al señor, “que es vicepresidente de la FIFA”, por qué su padre, exiliado en Zimbabwe por el apartheid, decidió llamarlo Libertad. “Porque algún día volverás a una Sudáfrica libre”. Grondona agradece con ojos vidriosos.
La AFA rechaza mi acreditación para el último Mundial. “Y.lo mejor -me responden- es llamarlo a Don Julio”. “¿Y qué medio es ese Ezequiel?”, me contesta Grondona, acaso fingiendo ingenuidad, cuando le pregunto por qué la AFA había rechazado mi acreditación como periodista “freelance”.
Vivo o ingenuo, intimidante o bonachón, grosero o respetuoso, siempre según lo aconsejara el momento, Grondona jugó con el poder de turno. Militar, radical o peronista. Clubes grandes o clubes chicos. Clarín o Kirchner. Así permaneció 35 años en la AFA y toda una vida en el fútbol: aspiró a debutar en primera, jugó a ser director técnico, fundó un club, presidió otro. Así hasta ser “vicepresidente del mundo”. Y no fue presidente FIFA porque en 2002, cuando le ofrecieron el trono, eligió permanecer leal a Joseph Blatter.
Fue tan leal que Blatter, igual que antes João Havelange, amenazó con sanciones cada vez que el poder político amagó sacarlo. Tan leal que con Blatter, ambos millonarios, sobrevivieron juntos a la filtración de cuentas suizas que derrumbaron a otros. Las que se filtraron sobre él no eran reales, le respondieron dos bancos a un diputado suizo que me envió los informes. “No digo que no haya, pero estas -me contestó- no son”. Sin inglés, pero con mucho potrero, Grondona siempre supo dónde estaba el poder. Su pelota favorita.