En un campeonato raro y lleno de polémicas, la Federación Peruana de Fútbol no tuvo mejor idea que implementar el VAR para las finales entre Alianza Lima y Binacional. Como era de esperarse, cuando se apresuran las decisiones, la utilización del sistema de videoarbitraje desató un carnaval que superó cualquier situación folclórica de torneos anteriores.
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Que Agustín Lozano haya agotado esfuerzos para tener esta tecnología en la Liga 1 habría sigo elogiable siempre y cuando el objetivo hubiera sido estrenar la herramienta para las finales del 2020. De ahí a que el presidente de la FPF diga que “no es una improvisación”, ya que han venido “trabajando en esto tres meses atrás”, es una incoherencia que se hace evidente desde que se escucha. Basta mirar los estrenos del VAR en las otras ligas para darnos cuenta.
En su intento por dejar en claro que durante su mandato nuestra Primera División dio pasos de una liga de primer mundo, Lozano terminó por exponer aún más a los árbitros con una herramienta creada para corregir los errores humanos en el deporte que más pasiones despierta. Sin embargo, lejos de ayudarlos, los puso en el escaparate perfecto para seguir dudando de ellos.
Pero no todo es responsabilidad de Lozano. Alianza y Binacional firmaron antes de dar el visto bueno al arbitraje asistido. Si los íntimos estaban convencidos de que iban a fallar en contra de ellos, no debieron aceptar el acuerdo. Si el VAR no estaba estipulado en las bases, ningún finalista debió verse obligado a jugar con él, por lo que el lamento después de los 90 minutos en Juliaca, más allá de que los reclamos puedan ser válidos, carecen de validez.
El videoarbitraje, a pesar de sus imperfecciones, le da justicia al fútbol. Con tiempo y una buena implementación, que va más allá del capricho de una persona, su uso es necesario. Pero antes de pensar en esta opción, deberíamos vernos en el espejo como sociedad.
Bastó un partido con el VAR para olvidarnos de la pelota y mostrar una vez más que somos malos perdedores. Volvimos a un Mundial, obtuvimos un subcampeonato de Copa América, tenemos una selección ganadora, pero seguimos desfogando nuestras frustraciones en los otros. No hemos aprendido nada.
Ni siquiera con la final de la Copa Libertadores que vivimos hace unas semanas. Ver aquella fiesta camino al estadio Monumental, con hinchas de River y Flamengo compartiendo en paz mientras se acercaban al escenario crema, no nos dejó ni una sola enseñanza.
Por el bien del fútbol peruano y el orgullo de Alianza Lima, esperemos que la petición para anular el duelo de ida de la final quede archivada. El club íntimo y su técnico Pablo Bengoechea son ganadores. Recapaciten, enfríen la calentura, den marcha atrás con el pedido y esperen el partido del domingo. Ahí, en el campo de Matute, que estará lleno, se verá al verdadero campeón.