Boston, 12 de junio del 2016. Hacía frío en el Foxboro, mucho frío. En las tribunas, unos cinco mil peruanos hinchaban por lo que parecía imposible: ganarle a Brasil, la selección descafeinada que dirigía Dunga, y clasificar a la siguiente ronda de la Copa América Centenario. Era el minuto 75 y una flecha llamada Andy Polo se escapa por la punta derecha, combina con Paolo Guerrero, llega a la línea final y mete un centro al corazón del área –”como Calatayud”, diría mi tío Elejalder Godos-. Por el medio llega Raúl Ruidíaz de atropellada, a tanta velocidad que la pelota le queda un poco atrás. Consciente que se le iba el balón, tira el brazo derecho hacia atrás y lo jala, como si fuera un gancho. Fue un movimiento instintivo, suficiente para empujar la redonda hacia el interior del arco.
¡Gol! ¡Goooool! ¡Golazo!
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Aún recuerdo las discusiones desatadas. Periodistas reconocidos, algunos amigos muy queridos, defendieron con ardor la licitud de un tanto hecho con trampa. De haberse usado el VAR, el árbitro Andrés Cunha se habría librado del papelón de su vida y el Perú, evitado una de las poquísimas victorias conseguidas sobre la verdeamarilla.
Son incontables las situaciones polémicas que el sistema de videoarbitraje podría haber resuelto en la historia del fútbol: el gol de Hurst a los alemanes en la final del 66, el cabezazo de Balán Gonzales a Colo Colo en la Libertadores del 91, el tiro de Trauco a los uruguayos en la última eliminatoria, la mano del brasileño Tulio ante Argentina en la Copa América del 95 o el penal no cobrado a Vallejo el último jueves en Matute. La tecnología está llamada a cubrir las falencias del ojo humano en el fútbol, tan afín a las controversias por situaciones extremas y por quítame estas pajas. ¿Es, entonces, una buena noticia la llegada del VAR a la Liga 1? Permítanme el pesimismo.
El VAR es una ayuda. Un consejero. Una suerte de Gran Hermano acotado que todo lo ve, todo lo vigila y, con ese cúmulo de información, sugiere. No manda. Quien decide es el árbitro central. ¿Se acabarán, entonces, los horrores que vemos todas las semanas? ¿Diremos adiós a los offsides no cobrados, los penales inventados, las zancadillas fantasmas, los aparatosos revolcones dignos de un Óscar?
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No hay liga donde no se critique el arbitraje. Sin embargo, muy pocas pueden exhibir errores tan groseros como la nuestra. ¿Esos mismos jueces que miran de costado tras una plancha feroz, esconden las tarjetas sin motivo o ven penales donde solo hay zambullidas serán los mismos que decidirán?
- ¿Acaso la evidencia de la imagen no basta para evitar esos equívocos?
Nuestros árbitros tienen graves problemas de formación y una asombrosa capacidad para actuar sin criterio. Mientras no se resuelvan esos puntos claves, difícilmente la situación mejore. La tecnología es una gran ayuda, pero es solo eso: una ayuda.
Los ojos de siempre -esos que miran para otro lado- serán los que decidirán.
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