Como en un estado de guardia perpetuo, disimulado por su hablar meticuloso y pausado, Mariano Soso no puede darse el lujo de convivir con el sosiego. Quienes han compartido el oficio del fútbol con el rosarino lo describen como un ciclón de ideas, adrenalínico e intenso. El entrenador, precisamente, ha ejercido esa misma dinámica para convertirse en el revulsivo que tanto reclamaba Alianza Lima en su necesidad de reinvención a medio andar del campeonato. Enfrente, apenas un escalón por encima gracias a la diferencia de goles, su paisano Fabián Bustos es otro volcán hecho espíritu, cuyos argumentos en Universitario calan desde la docencia, el sentido de pertenencia y una evolución constante cuyo propósito ha sido agregarle consistencia a una idea de juego que ya gobernaba la Liga 1. ¿Quién reúne mayor mérito y hasta dónde es posible fundamentar con justicia un juego que, por su propia naturaleza, muchas veces se termina definiendo por el azar y la suerte?
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Empecemos por el favorito. El Universitario de Fabián Bustos es un equipo con una idea de juego consistente. El cordobés de 55 años ha sabido apropiarse de un camerino que germinó en manos de Jorge Fossati y terminó floreciendo con la obtención del campeonato 2023. Era, sí, un grupo funcionando en base a un libreto efectivo y un plantel plenamente convencido, pero es con Bustos que encontró el camino para potenciar las lecciones aprendidas y obtener así números sumamente convincentes como para creer en un proceso evolutivo exitoso: 100% eficiente en casa y como visitante, con mejoras progresivas.
Debe ser el Apertura más contundente de Universitario, pese a que Bustos apareció en el escenario crema de manera intempestiva, producto de la repentina partida de Fossati a la selección. El DT tuvo entonces que adecuarse a un ecosistema prexistente propiciado por jugadores que él no eligió y cuya concepción y habilidades en el juego no necesariamente coincidían con su doctrina.
La ‘U’, que algún altibajo tuvo que resistir en el proceso evolutivo, se hizo del Apertura sin atenuantes, teniendo en ese tránsito figuras sólidas como las del arquero Sebastián Britos y una defensiva colosal con Riveros, Di Benedetto y Corzo. Tal vez la eficiencia en el gol y la dificultad creativa tras la salida de Piero Quispe fueron las evidencias más notorias de que era un equipo en proceso de adaptación, aunque sin perder el hábito del triunfo.
Universitario, además, con Bustos se dio gusto de imponer condiciones frente a todos los rivales en competencia directa por el título. Venció a Sporting Cristal, a Alianza Lima en el clásico y a Melgar en el Monumental. No hubo atenuantes en el año que pongan en duda su poder de ejecución en casa.
Supo adaptarse también a la ausencia de Alex Valera y a la irregularidad de algunas de sus figuras. Moldeó el ejercicio de sus funciones al contrincante de turno. Por eso terminaron siendo tan figura Jairo Concha como Horacio Calcaterra. Incluso Murrugarra, Portocarrero y hasta Costa. Hubo espacio -y tiempo- para casi todos. Eso es un guiño a la buen pulso del técnico. Así, al respaldo numérico siempre estuvo la conciencia del juego. Un Universitario que siempre supo mantener la intensidad para atarantar al rival y en el camino, encontró recursos para afianzar la finalización en ataque. Un equipo a medida para el título.
Luego está el Alianza Lima de Mariano Soso, un equipo con más altibajos y picos de rendimientos tan evidentes como preocupantes desde la etapa de Alejandro Restrepo. Incapaz de lidiar con éxito ante los rivales directos (léase Universitario, Sporting Cristal y melgar), además de presentaciones desconcertantes como el 0-0 ante ADT en Matute que este domingo puede costarle el título.
Soso, quien tampoco tuvo la oportunidad de armar un plantel a su antojo, y que por el contrario -como Bustos- debió adaptarse a un grupo de futbolistas ya en funciones, tuvo un agregado: a diferencia de Bustos que encontró un proyecto sólido y de funcionamientos estables; el rosarino debió lidiar a contrarreloj en la urgencia de reanimar un equipo en crisis.
De ahí que debió reconstruir a riesgo de generar conflictos. Intervino en el funcionamiento, movió piezas, cambió posiciones y en el apresuramiento propio de un torneo que no espera, fue encontrando un equipo más eficiente en los procedimientos hacia el triunfo. Peor aún, tuvo que moverse con inteligencia en un camerino sorprendido por la llegada de Paolo Guerrero, un arma de doble filo en el sentido bueno de que -por su experiencia y jerarquía- se convertía en una competencia de peso en un sector del juego que parecía resolverse con Hernán Barcos.
Finalmente, aunque quedan como pendientes algunos tropiezos en casa, el Alianza de Soso supo recuperar esos puntos asumiendo la condición de uno de los mejores visitantes del torneo. Con triunfos categóricos en plazas complicadas por la geografía y el clima, como en la altura de Cusco o el agresivo calor de Sullana, el entrenador dio evidencias de reajustes efectivos en su pizarra y sobre todo, afianzó la idea de que es un técnico con habilidad para librar al equipo de los aprietos. La igualdad en la tabla con Universitario es la mayor demostración de un rush final al que ha llegado en igualdad de condiciones, apenas condicionado por la diferencia de goles.
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