El tiempo es un enemigo cruel, injusto e inexorable. Es cruel pues se empecina; es injusto en tanto no responde a otro criterio que al de un lento determinismo; es inexorable porque su avance es anunciado y, a pesar de ello, inevitable. En el deporte, estos factores se extreman.
El tenis, por ejemplo, ha expuesto incluso a los mejores. Federer intercaló lesiones con caídas de rendimiento al punto de que, cuando se retiró, nadie tuvo sorpresa; en la práctica llevaba fuera mucho tiempo. Nadal, hace unas semanas, antes de su prematura derrota en el Abierto de Australia, bromeaba con los periodistas acerca de que no había una conferencia de prensa en la que no le pregunten sobre el fin de su carrera profesional. Días después abandonada un grand slam en segunda ronda.
El fútbol, este mes, ha visto dos casos paradigmáticos: el de Hugo Lloris, quien ha decidido dejar de jugar por la selección francesa mientras los aficionados del Tottenham se preguntan si no debería abandonar también el arco de los “Spurs”; y el de Cristiano Ronaldo, quien ha visto empañado su debut en el Al Nassr con la pérdida de la Supercopa ante el Al Ittihad, encuentro en el que tuvo un desempeño, digamos, discreto respecto a un contrato de 200 millones de dólares.
El boxeo, como adivina el lector, suele convertir esta decisión en un evento ya no solo triste, (cuánto ha costado ver a Nonito Donaire, por ejemplo, doblándose ante el rigor de Naoya Inoue el año pasado), sino trágico.
Que este largo preámbulo sirva para enmarcar el singular otoño en la carrera profesional de Paolo Guerrero. Sus decisiones últimas no han sido lógicas para el aficionado peruano, menos aun para el blanquiazul. Luego de haber roto la maldición mundialista con Perú, de haber superado su traumática suspensión y de sobreponerse a no pocas lesiones, el delantero jugó para un ignoto club brasileño que descendió en vez volver al seno aliancista. Ahora, en lo que parece un acto de desesperación mutua, Racing le firma un contrato límite, por desempeño, atento a cuánto puede rendir y cuánto puede cobrar un crack al borde de los 40. Si no fuera justo sería un corolario dudoso a una carrera magnífica.
Ahora, las expectativas ajenas no tienen por qué ser atendibles para un futbolista. Solo Guerrero sabe por qué declinó regresar a Perú, cuán conveniente es para él y su agenda el contrato que ha firmado en Argentina y cómo piensa dosificar su físico y mentalidad para competir en una liga exigente. Solo Guerrero es dueño de su narrativa y de su legado. Pero así como la novela de su vida se construye en base a decisiones quizás opacas para la tribuna, sobre todo en el último lustro, el hincha tiene el derecho de leer y cuestionar el proceder de su ídolo: una de las caras del amor es el reclamo.
Uno de los grandes tabúes en el deporte profesional es el retiro. Nadie habla de él, pocos lo planifican y prácticamente nadie sabe qué hacer el día después de. No deja de ser irónico que el fútbol haya progresado en todos sus aspectos (técnico, táctico, atlético, administrativo, mediático, reglamentario, medicinal), mas no en el humano: la preparación psicológica para que miles de profesionales que bordean los cuarenta en todo el mundo entiendan cuándo dar un paso al costado y sepan qué deben hacer para reinventarse y vivir.
Mucha suerte en El Cilindro, Paolo.
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