ROGER AGUILAR
Soy de Camaná, Arequipa. Tengo 46 años de edad y cuatro hijos. Resido con mi familia en Salamanca, España. Solo por nombrar algunos de mis títulos, a los 13 años gané el Campeonato Mundial Infantil de Ajedrez en México y a los 19 el Capablanca de Cuba, que me dio el título de Gran Maestro. Más recientemente he ganado el Continental de Ajedrez del 2007, 2012 y de este año. Mi plato favorito lleva arroz, frejol canario y fritanga de camarones.
A primera vista se le ve tan serio que es difícil imaginarlo corriendo detrás de un balón. Bastan unos segundos en la cancha y Julio Granda nos sorprende con su dominio de la pelota. La pisa, juega en pared, mete piques. Sabe lo que hace. Pero una vez fuera del campo de juego se convierte nuevamente en ese hombre de caminar pausado y escasas palabras: un misterio andante que carga consigo toda clase de leyendas. “El mundo no me entiende”, decía hace algunos años este ajedrecista que detrás de un tablero le ha dado innumerables títulos al Perú; sin embargo, nadie se le acerca para pedirle una foto o un autógrafo en la calle.
— ¿De dónde viene esta pasión por el fútbol? Cuando era pequeño jugaba con mis hermanos. Recuerdo que mi padre hacía un esfuerzo extraordinario por enseñarme a jugar ajedrez y por respeto a él yo acataba. Pero en realidad lo que yo quería era jugar fútbol. Dentro de mí decía: “¡A qué hora acabará esto para irme a pelotear!”. No soy tan apasionado al ajedrez como la gente piensa.
— ¿Y quién es su ídolo? Maradona. Él fue un jugador que marcó la diferencia. Me gustaba su habilidad y potencia.
— ¿Messi o Maradona? Messi, evidentemente. Tiene que ser bueno para destacar en estos tiempos tan conflictivos. Pero es difícil comparar: cada quien en su época.
— ¿En qué posición suele jugar? Soy más de marca, de despliegue físico y de estar en el centro del campo generando, eventualmente, un contraataque.
— Usted dejó el fútbol por el ajedrez. ¿Qué otra cosa siente que no pudo gozar en su niñez? Me hubiese gustado aprender a bailar, disfrutar de cosas tan sencillas. Tampoco sé nadar.
— Ha contado que cuando ganó el Mundial Infantil del 86 lo aventaron a la piscina y casi se ahoga Sí. Me estaba ahogando y ni siquiera en la parte más honda.
— ¿Y cómo se salvó? Fue porque una uruguaya comentó: “Che, ¿el pibe no se está ahogando?”.
— De todos los títulos que ha ganado como ajedrecista, ¿a cuál le tiene más cariño? Fue muy emotivo ganar en 1996 el Donner Memorial, en Ámsterdan, Holanda, donde jugué contra Vasili Ivanchuk.
— ¿Se imaginó llegar a ese torneo? No, para nada. Alguna vez me preguntaron cuándo tomé la determinación de dedicarme al ajedrez. Yo respondí: nunca. Los mismos resultados me fueron ayudando en el ajedrez. Siento incluso que de alguna manera el ajedrez me robó mi infancia.
— ¿Y cómo ha hecho entonces para ganar las competencias de ajedrez si no es un apasionado del deporte? Soy muy competitivo. Cuando estoy en el tablero, me olvido de todo, pero fuera del tablero llevo una vida normal. Incluso ahora anhelo vivir en el campo, pero las circunstancias de la vida me han empujado a vivir en España con mi familia.
— ¿Quién es su referente? En 1972 hubo un famoso match, en plena Guerra Fría, entre Bobby Fischer, de Estados Unidos, y Boris Spassky, de la ex Unión Soviética. El campeón de ese momento era Spassky y el retador Fischer, quien le gana y completa la hazaña de derrotar solo a toda la escuela soviética. Yo tenía 5 años, mi padre se acuerda de que él sabía jugar ajedrez y nos enseña tanto a mis hermanos y a mí. Fischer ha sido el máximo jugador. Cuando me enteré de la noticia de su muerte, no pude evitar las lágrimas. Lo sentí como si fuera alguien bien cercano. Lloré dos días.
— Usted ha dicho que, al ser el ajedrez un deporte individual, cuando se pierde no puedes echar la culpa a otro y solo queda aceptar que el rival ha pensado mejor que uno. Claro. Por eso, si no cultivas la humildad, evidentemente te va a costar perder. Yo no soportaba la derrota. Hasta los 13 años lloraba si perdía. Me afectaba tremendamente, hasta que con los años he aprendido a digerir la derrota. Sería horrible que perder te sea indiferente, pero lo racionalizas. Ahora me doy cuenta de que solo es una contienda que puedes ganar o perder.
— ¿Cuándo aprendió a digerir la derrota, a los 13 años? No. A los 40 años. Me costó un montón digerir la derrota.
— ¿Cómo era en el colegio? Las mismas circunstancias de mis viajes me hicieron descuidar mis estudios. Desde muy pequeño empecé a competir. Cuando estaba en primaria, debía viajar todos los viernes a Arequipa para competir los sábados y domingos. Y me regresaba los domingos en la noche. Casi no tenía tiempo para estudiar. No he tenido rigor en los estudios.
— ¿O sea que su libreta está llena de onces? Probablemente sí. Había algunos profesores generosos que me ponían notas más altas sin mayor mérito.
— ¿Llega a pesar la fama? Como el ajedrez no es una pasión de multitudes, no hay esa presión.
— ¿Volverá a vivir a Camaná? Ese es mi objetivo. Cuando vivía en Camaná, estaba feliz sembrando, podando mis árboles. Tengo mi huerta en Camaná. En España llevo otro tipo de vida, vivo en un departamento.