Muchas personas no entienden como existen sujetos que pasan desapercibidos en un lugar, pero que su sola presencia es tan importante como el cimiento de la construcción de un edificio. No es para menos, pues en nuestro país estamos acostumbrados a aquellos que se exigen bulliciosamente para que se reconozca su labor, excepto en el mundo de la selección peruana.
En ese plantel aparecen once deportistas que prefieren ejercer su trabajo con el perfil bajo. Aquí ha empezado a destacar la figura de un muchacho robusto llamado Miguel Araujo, quien años anteriores exhibía una imagen violenta y ruda tanto dentro como fuera de la cancha. Recordemos su episodio negro con los aficionados de Alianza Lima luego del 0-4 ante Huracán, por la fase previa de la Copa Libertadores 2015.
Esa noche, Miguel se enfrascó en un duelo verbal con algunos simpatizantes del equipo blanquiazul y a uno de ellos le dio un manotazo. Esa señal provocó un rompimiento con los de afuera. Se ganó el odio gratuito. Nadie lo quería. Su rendimiento, poco a poco, iba en picada por diversos factores. Alegría para muchos detractores, pero tristeza para sus pocos seguidores.
A pesar de esos precedentes marcados, Ricardo Gareca vio algo en él. Así como cuando reclutó a Cueva para la Copa América del 2015. El ‘Tigre’ analizó la personalidad de Araujo minuciosamente. Sabía que era un chico joven que podía cometer errores como todos, pero que estos podían desaparecer con un poco de confianza. Esta protección fue clave para que se supere durante cada segundo que entrenó en la Villa Deportiva Nacional.
La manera de Miguel para agradecer tamaña comprensión fue apagar las críticas con un mar de actuaciones fundamentales ante Ecuador, Uruguay y Argentina. Ni Felipe Caicedo, ni Luis Suárez, ni Edinson Cavani, ni mucho menos Lionel Messi pudieron sobrepasar su marca concentrada y feroz. El peruano jugó con tanta serenidad que parecía un experimentado.
Cuando la pelota entraba por cualquier zona de enfrente, aparecía Araujo para recuperarla con atención. Transmitió su calma a todos, incluso a los desconfiados que alguna vez lo reprocharon por sus fallos en el campeonato local.
Es que Miguel ha entendido que los gritos, choques y desesperaciones solo hacen que uno se toque de nervios y adquiera una ansiedad peligrosa que puede llevarte a la desconcentración. Ha entendido que siempre habrá alguien que te blinde cuando el mundo está en tu contra. Ha entendido que sus virtudes no pueden verse afectadas por sus arranques de ira. Ha entendido que con trabajo serio, responsable y silencioso puede alcanzar el triunfo. Ha entendido, sobre todo, que el fútbol da revanchas. Tan dulces como ahogar el grito de gol del rival con una intervención providencial en él área nacional.