No es aquel que se anuncia en la Biblia, pero tenemos fe en él.
Si hay algo que nos caracteriza a los peruanos es precisamente eso: La fe.
¿Por qué? Sólo Dios lo sabe.
Nuestra historia está repleta de santos y beatos pero ninguno de ellos ha mostrado tanta evidencia como el argentino. La clasificación a un mundial después de 36 años así como una final y un tercer y cuarto puesto en la Copa América son la mayor prueba de su capacidad para obrar milagros. Debería dictar cursos.
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Claro está que nuestro entrenador/profeta no actuó solo, para eso se sirvió de sus discípulos; son más de doce y entre ellos no hay quien lo haya traicionado o negado.
Desde el 2015 nuestro Mesías nos hizo creer que se puede tocar el cielo, por más lejano que parezca.
No sé si en la historia del fútbol peruano ha habido alguien tan trascendente como “El Flaco”.
Ninguna religión ganó tan rápido tantos adeptos como Gareca; su palabra y la forma en la que la predicaba nos convenció.
Alguien que vino de otra tierra nos recordó que el amor es la fuerza más poderosa, la que todo lo puede, la que logra lo inimaginable, la que desoye la historia.
Así como Jesús de Nazareth tuvo detractores, también los tiene Ricardo. Y son necesarios, para recordarle que no es perfecto, que es humano, que también se equivoca.
Cada uno de sus discípulos profesan, viven su mensaje, aunque con distintas interpretaciones, tantas como las que tiene el texto bíblico.
Cuevita lo traduce en alegría, Piero (Gallese) seguridad, Carlos (Zambrano) en carácter, Alexander (Callens) en estoicismo, Aldo (Corzo) en perseverancia, Edison (Flores) en resiliencia, Gianluca (Lapadula) en entrega, André (Carrillo) en superación, Renato (Tapia) en fuerza, Yoshi (Yotún) en convicción, Lucho (Advíncula) en diversión, Miguel (Trauco) en claridad, Pedro (Aquino) en paciencia, Sergio (Peña) en tolerancia, Christian (Ramos) en solidaridad, Paolo y Jeffry en motivación, pero todos, además, comparten un elemento: el amor, ese que es incondicional, que habita en todos nosotros.
Cómo olvidar al buen Juan Carlos Oblitas, símbolo de la sabiduría, aquella que vive en el corazón, la que solo alguien como él sabe escuchar.
¿Podríamos seguir sin él? Sí, pero no sin su mensaje ni sus enseñanzas; aquel llegó para quedarse, para perdurar y cambiar nuestra forma de ver la vida, para entender que la fe es todo pero a la vez solo eso: creer.
Es cierto que su presencia nos da paz, sin embargo, debemos aceptar que en algún momento no lo veremos más caminando con Almendra, su mascota, por las calles de Miraflores. Por eso debemos propagar su mensaje, su filosofía, solo así podremos seguir por el camino de la salvación, ese que nos llevó a Rusia y que, por muy poco, no pudimos tomar hacia Qatar.
Quédate, Ricardo, tu pueblo te necesita.
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