Recientemente, el Banco Mundial ha publicado su último reporte sobre la pobreza y equidad en el Perú. Además, el INEI está próximo a publicar las cifras oficiales de pobreza monetaria de 2022. Por ello, es propicio reflexionar sobre por qué algo que ha sido motivo de orgullo antes de la pandemia -la innegable reducción de la pobreza - resultó ser también un avance precario.
Entre 2004 y 2019, la pobreza cayó de casi 60% a 20%. Según el Banco Mundial, esta mejora se explicó en un 85% por el crecimiento económico, lo cual nos indica que este no puede ser descuidado si queremos avanzar en los años posteriores. Pero la pandemia nos trajo un retroceso de diez años en términos de lucha contra la pobreza en solo uno. En 2021, un cuarto de los peruanos eran pobres –no podían costear una canasta básica de consumo- y más de un tercio vulnerables a caer en pobreza ante choques negativos.
A pesar del crecimiento, las cifras de vulnerabilidad e informalidad no han seguido el mismo ritmo de la pobreza monetaria en los años de bonanza. Según mediciones del Banco Mundial, mientras la pobreza se iba reduciendo, la vulnerabilidad iba avanzando moderadamente. Por su parte, aunque varios indicadores del mercado laboral mejoraron, la informalidad laboral no presentó mejoras importantes en los últimos años y el índice de calidad del empleo era de los menores en la región antes de la pandemia. ¿Cómo no ser vulnerables cuando más de la mitad de los ingresos de los hogares dependían del empleo informal –sin protección social alguna- ya antes de la pandemia?
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Detrás de la informalidad hay múltiples factores, en particular la productividad. La productividad en el Perú está muy por detrás de otros países. De hecho, esta representa el 13% de la productividad de los países de ingresos altos. ¿Por qué? Más del 90% de nuestras empresas son microempresas, cuya productividad no alcanza ni el 10% de una gran empresa. Las microempresas albergan al 73%de nuestros trabajadores. Las reglas de juego no están configuradas para que las empresas crezcan.
Por su parte, la calidad educativa en todos sus niveles, la limitada capacitación, el deficiente sistema de salud y la ausencia de un sistema de cuidados dificultan la capacidad de los trabajadores de acceder a empleos de mejor calidad y de las empresas para cubrir plazas. Finalmente, una normativa frondosa y enfocada en proteger más al trabajo que a la persona trae consigo derechos que terminan aplicándose a un grupo reducido de la fuerza laboral.
Hoy, la inflación trae consigo un problema adicional, en tanto reduce el poder adquisitivo de los hogares en medio de un mercado laboral precarizado. Se estima que esta habría contribuido 2 puntos porcentuales en el avance de la pobreza. El Banco Mundial estima que ante la inflación en 2022, 1,2 millones de personas sufrieron de movilidad social descendente; es decir, pasaron de ser vulnerables a ser pobres, o de ser de clase media a ser vulnerables. Estas no son cifras menores y se traducen en los indicadores de hambre e inseguridad alimentaria que Carolina Trivelli expuso recientemente en este espacio. Atender el hambre a la par de asegurar las condiciones para que se generen empleos de mejor calidad es crítico.
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Así, es importante reconocer que, junto con impulsar la inversión privada y la reactivación, deben impulsarse medidas complementarias que retomen la senda de reducción de la pobreza considerando los nuevos retos que enfrentamos y los que nos quedaron pendientes de trabajar. Un nuevo reto ineludible es que la pobreza es cada vez más urbana. Actualmente casi siete de cada 10 personas en condición de pobreza viven en áreas urbanas, donde la infraestructura de los programas sociales no llega actualmente. Las necesidades urbanas y rurales son distintas, por lo que requieren diseños específicos. Es también necesario asegurar que la salida de la pobreza no sea solo un objetivo cumplido y abandonado, sino que la estrategia abarque también superar la vulnerabilidad. Así, es necesario articular la “graduación” de la pobreza con oportunidades laborales y es aquí donde nuevamente entra a tallar la trascendencia del crecimiento económico. Un círculo virtuoso.
Entender la agenda más específica que complemente el impulso de la actividad económica es clave porque muchas veces nos perdemos en el debate de la necesidad y la suficiencia del crecimiento para el desarrollo. Lo cierto es que el crecimiento –elevado y sostenido- es como el combustible que necesita este carro que nos lleva a la reducción de la pobreza y el desarrollo. Sin él, simplemente nos quedamos estacionados. Necesario (y urgente) es. Pero en un carro sin mantenimiento, golpeado y descuidado, por más gasolina que pongamos, aún si esta es suficiente para avanzar hacia la meta, nada asegura que no nos quedemos varados cuando lleguen los baches. Y vaya baches que nos han tocado.
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