El año 2020 podría ser recordado como el año más volátil de la historia. Los mercados financieros tuvieron abruptas caídas, producto de los efectos negativos del COVID19, sin embargo, la gran magnitud de estímulos por parte de los gobiernos logró sostener a las economías, mientras se desarrollaban las vacunas.
Después de una gran expectativa sobre la recuperación de la economía de EE.UU., la cual muestra señales muy sólidas de crecimiento, y con el despliegue de las vacunas sumado a una política monetaria expansiva, el momentum de crecimiento era muy potente. Sin embargo, recientemente se aprobó un paquete de gasto fiscal por un monto de US$1,9 trillones; mientras que Joe Biden planea otro gran paquete de inversión pública que tiene como objetivo abordar el cambio climático, mejorar la infraestructura y renovar la educación.
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El objetivo parece ser reavivar una economía de “alta presión” generando un crecimiento por encima de las capacidades del país y un desempleo por debajo del natural. Para mantener esas condiciones, ejecutará políticas fiscales hiperexpansivas, sin tener en cuenta el impacto de ello en la inflación.
La FED por otro lado, ha modificado su objetivo de inflación, como tradicionalmente se conocía, y ha cambiado hacia una inflación objetivo “promedio”, dejando entender de que está dispuesta a dejar subir a la inflación más allá de lo que anteriormente consideraba alta, siempre y cuando espere que se modere en los siguientes periodos, de modo que un rebrote fuerte de inflación podría ser promediada con una moderación en el futuro (no especificado) y de esta manera no tendría que modificar el ritmo de política monetaria.
Adicionalmente, hace algunos meses se escucha en las declaraciones de la FED objetivos más subjetivos para la definición de la política monetaria, como por ejemplo el impacto del calentamiento global, o el desempleo de minorías raciales.
Con una FED bastante más permisiva sobre el control de la inflación y el gobierno de Biden hiperestimulando la economía, el riesgo que aparece es de la inflación. El exceso de gasto debería tener un impacto en la inflación de largo plazo. Si bien los estímulos masivos que se han puesto en marcha durante la pandemia no han generado ningún indicio de inflación aún, la sobreestimulación parece ser un experimento económico bastante arriesgado que podría traer efectos desastrosos en el futuro.
Por el lado del mercado financiero, el incremento en las expectativas de la inflación ha generado un gran miedo, lo cual se dejó sentir rápidamente en caídas en las bolsas. En caso se materialice una mayor inflación, las tasas de interés de mercado van a subir, pues los inversionistas de renta fija tendrán que demandar una mayor tasa nominal como compensación al riesgo de que una subida de la inflación. Asimismo, una subida en las tasas de interés significa una revisión a la baja en las valorizaciones de las acciones y con ello casi todos los activos financieros.
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