Recientemente se dio a conocer que Bloomberg nos calificó como la economía más sólida en la región. A pesar de la buena noticia, debemos hacer notar que de los tres aspectos que se consideraron en su evaluación: el económico, el financiero y el político; el único que desentonó significativamente, fue este último. No sólo eso, la misma entidad internacional de provisión de data, ubicó al entorno político peruano dentro del quintil más deficiente del mundo.
En dicho contexto, es necesario que tomemos real conciencia del lastre que constituye disponer de limitaciones institucionales y, dentro de ellas, aquellas asociadas a un frente político inmaduro, desordenado, casi caótico.
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Aunque, como es conocido, nuestro desempeño macroeconómico ha sido destacable las últimas décadas, este aún contrasta sustancialmente con muchas limitaciones estructurales pendientes de solución. Muestra de ello se hace notar revisando los deficientes estándares de educación, salud y justicia. Muestra de ello es el tremendo fracaso de la experiencia descentralizadora y del intento de construir mercados realmente formales, transparentes y competitivos.
Hoy estamos distantes de alcanzar las condiciones que le den sostenibilidad a nuestros logros en materia económica y eso es así, entre otros elementos, debido a que no hemos sido capaces de construir un mínimo de institucionalidad que democratice oportunidades y derechos al interior de nuestra población, así como tampoco hemos sido capaces de emprender una reforma integral del Estado que lo convierta en un generador eficiente y transparente de servicios a favor de todos los segmentos sociales del país.
Reseñemos la problemática institucional que aqueja nuestro país en su frente puramente político, electoral y partidario.
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Hoy día, por ejemplo, todos somos testigos que disponemos de una estructura política basada en partidos que sólo reflejan intereses particulares, carentes de representatividad y que únicamente utilizan la voluntad popular para acceder al poder sin considerar ningún esquema de rendimiento de cuentas real. Hoy los partidos políticos son, realmente, instancias poco democráticas, de carácter vertical, con propietarios permanentes cual sociedad anónima y con espacio para camuflar intereses sectoriales.
Es más, desde una perspectiva electoral, esos partidos llegan al gobierno sin autentica representatividad y hasta con candidatos ajenos a su propia organización. Peor aún, la barrera que perenniza esa situación y que limita la presencia de nuevas y renovadas alternativas políticas está en el mismo marco legal construido por la clase política vigente. Todo preparado para el no cambio.
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En ese contexto, resulta imposible dejar de privilegiar prácticas alejadas de la competencia y eficiencia. Es más, así es como surgen espacios que acentúan problemas como la informalidad, las prácticas comerciales deficientes y la corrupción. Lo peor es que al final ese entorno es el que fomenta indirectamente la presencia de posiciones políticas extremistas, demagógicas y trasnochadas. Aunque parezca increíble, la misma ineficiencia de nuestra estructura política constituye una puerta abierta a alternativas distantes y contrarias a la democracia. Un entorno político mediocre es el mejor escenario para el desarrollo de prácticas mercantilistas y para el surgimiento de posiciones extremistas.
Seamos honestos, ¿alguien en su sano juicio puede creer que en dicho entorno se puede construir una verdadera economía social de mercado? No hay opción, el lastre político debe terminar, mientras exista esta carga los conceptos de competencia, eficiencia, bienestar serán sólo una aspiración, una quimera, una mentira.