El capital humano de una empresa o institución es lo más valioso que posee para poder lograr sus objetivos institucionales, y en el caso de las compañías, para cumplir sus metas de negocios. Considerando este transcendental activo, la pregunta que nos debemos hacer quienes tenemos la responsabilidad de manejar equipos de personas es ¿cómo motivamos a nuestro capital humano? Si bien existen muchas condiciones que deben estar presentes, en este caso quisiera referirme al rol del liderazgo, el reconocimiento y la meritocracia.
Hace un tiempo atrás leí un libro titulado “Cuando los profesionales tienen que liderar: un nuevo modelo de alto rendimiento”, el cual me hizo pensar sobre la indiferencia y el desconocimiento que existe acerca de lo que se requiere para ser líderes eficientes y que inspiren respeto, admiración, inspiración, motivación y compromiso. Esta debilidad es común en muchos ejecutivos o funcionarios públicos que tienen la responsabilidad de dirigir grupos de individuos.
Por ejemplo, históricamente en el Perú no ha sido una práctica común en el Estado que se reconozca el buen trabajo de los funcionarios, sus logros, esfuerzo y sacrificio en algunos casos. En contraste, una de las características más resaltantes de los países desarrollados es justamente su compromiso y capacidad de incentivar a aquellos individuos quienes tienen el potencial de destacar y de contribuir al bienestar colectivo a través de su trabajo y empeño. Evidentemente estas sociedades se basan en el gobierno de la meritocracia, cuyo principal objetivo es el empoderamiento de su capital humano más valioso, y la abolición de la mediocridad.
Ciertamente, La meritocracia es un concepto lleno de connotaciones positivas que surgió en el siglo XVIII cuando el mérito floreció con el fin de transformar la dominación de la nobleza como clase social en Europa. Pero más allá de sus orígenes en contra de la aristocracia y honras académicas, ésta significa el gobierno de aquellos quienes tienen mérito, logros, talento, formación, espíritu competitivo y excelencia en educación. Por lo tanto, es un valor indispensable que toda sociedad debe cultivar y proteger, particularmente quienes pretenden y lideran equipos de personas.
Si la meritocracia es tan valiosa, por qué es que en el Perú algunos ejecutivos y funcionarios públicos no la incentivan como base para la formación de un capital humano ejemplar, y que por el contrario, permiten que la mediocridad prevalezca, perjudicando así los cimientos de nuestra sociedad y el debilitamiento de las instituciones.
Ernest Hello, escritor y filósofo francés del siglo XIX, considera que “el hombre mediocre es mucho peor de lo que él cree y de lo que los demás creen, porque su frialdad encubre su malignidad”. “Comete infamias pequeñas, que, de puro pequeñas, parecen no ser infamias. Pica con alfileres, y se regocija cuando ve manar sangre, mientras que aún al asesino le da miedo la sangre que vierte. El hombre mediocre nunca tiene miedo. Se siente apoyado en la multitud de aquéllos que se le parecen”.
Sin lugar a duda, el gobierno de la meritocracia es a lo que deberíamos de aspirar como país, para de esa forma ir eliminando la perversidad de aquellos que buscan sobrevivir en el mundo de la mediocridad y su vileza, generando conflictos, infamia y celos. Para ello, es esencial que las empresas e instituciones públicas y privadas cuenten con un sistema de incentivos para aquellas personas que se esfuerzan, que poseen talento y que se diferencian del resto por la calidad de su trabajo. Por lo tanto, no se puede desestimar el poder y efecto del reconocimiento como base del fortalecimiento del capital humano.
Mientras los líderes no se tomen el tiempo en reconocer y felicitar a su capital humano, difícilmente se podrá garantizar el compromiso y motivación de éste para la institución o empresa en la que laboran. Lo positivo es que hacer esto solo toma segundos o minutos, enviando un correo electrónico, decir personalmente “buen trabajo”, o dando sugerencias, constituyen formas fáciles de valorar su esfuerzo.
En todo caso, considero que alcanzar la excelencia puede ser muy difícil si como líderes de nuestro personal no somos capaces de proteger y promover el esfuerzo individual, la productividad y el compromiso. Un país que castiga esas cualidades y que no elimina la mediocridad y su “malignidad”, simplemente tendrá muchas dificultades en asegurar su desarrollo y competitividad frente a aquellos que sí celebran y fomentan al mérito como columna vertebral de los valores de su capital humano.