La economía de Estados Unidos ha sido increíblemente resistente a las debilidades que afectan a la economía mundial, hasta ahora. Las amenazas duales que surgen del presidente Donald Trump y sus rivales demócratas para las elecciones de 2020 pondrán a prueba su resiliencia.
Los principales indicadores económicos en Europa y Japón han caído este año, pero la economía de EE.UU. se ha mantenido sorprendentemente próspera. En cierto modo, esto no es difícil de comprender: el Congreso aprobó una reducción de impuestos en 2017 y aprobó alzas récord en el gasto, lo que dio una inyección de energía a la economía.
De hecho, la economía estaba tan cerca del pleno empleo, que muchos temieron una aceleración de la inflación y poco crecimiento adicional. Ambas predicciones estaban equivocadas.
El crecimiento económico real superó 3% a mediados de 2018 antes de retroceder debido a la incertidumbre comercial, la desaceleración de la economía mundial y el endurecimiento de la política monetaria de la Reserva Federal de EE.UU.
La Fed indudablemente reaccionó de forma exagerada a la perspectiva de inflación en el último año. Sin embargo, su cambio radical más reciente la convierte en uno de los bancos centrales más receptivos del mundo.
Su reducción de las tasas de interés ha salvaguardado la economía de EE.UU. e incluso provocó una pequeña reactivación del sector de viviendas, la parte más cíclica de la economía.
Pero la economía aún no está fuera de peligro, y es el Poder Ejecutivo el que pesa sobre las perspectivas.
En primer lugar, está la investigación de juicio político. Es tentador pensar que la acusación de Trump puede finalmente ser el mismo tipo de fiasco que el de Bill Clinton. Eso no es así. La posibilidad de un juicio político castigó la presidencia de Clinton, pero está provocando la distracción de Trump.
El presidente se vuelve cada vez más errático en sus tuits. Está encendiendo las tensiones partidistas y aumentando la incertidumbre. Trump ha dicho que es inminente un acuerdo con China, pero es imposible pensar cómo mejora este comportamiento su posición para negociar.
También es difícil pensar cómo un Trump enfurecido se traga su orgullo y acepta un acuerdo de los chinos que no logra cumplir su ambicioso y equivocado objetivo de cerrar la brecha de comercio bilateral.
Peor aún, es posible que el comportamiento del presidente lleve a los demócratas hacia la izquierda. Algunos candidatos demócratas han dado a conocer planes tributarios cada vez más punitivos.
Incluso el ex vicepresidente Joe Biden analiza la idea de un impuesto en Wall Street. Esto tiene sentido en un entorno donde Trump está agravando las diferencias partidistas; el incentivo para los demócratas no es cooperar con los republicanos, sino aprovechar la creciente ira de la izquierda.
Esta combinación -un presidente republicano errático y amenazado por un juicio político y sus opositores demócratas cada vez más radicales- pone a los negocios estadounidenses en una situación difícil.
A pesar de la creciente demanda, ahora no es el momento ideal para evaluar nuevas inversiones importantes. Todos los presidentes ejecutivos que pueden, sin duda intentan esperar hasta después de 2020.
Esa misma precaución, a su vez, puede sembrar las semillas de una debilidad económica. A medida que las empresas continúan replegándose, es posible que el crecimiento del empleo se desacelere, lo que debilitará el gasto de consumo y, a su vez, justificará una mayor reducción.
¿Es inevitable este tipo de condena? No. Es posible que la economía de Estados Unidos atraviese por dificultades en los próximos trimestres sin caer en recesión; es posible que la Fed reduzca aún más las tasas de interés; incluso es posible que Trump se vuelva más tranquilo y centrado. Es posible, pero no probable, y eso debería preocupar a todos los estadounidenses.