Migrar para buscar mejores condiciones de vida es algo frecuente. De hecho, en las décadas de los años 80 y 90, miles de personas talentosas dejaron un país convulsionado por el terrorismo, la hiperinflación y las significativas adversidades económicas de la época. Un buen número de compatriotas encontró oportunidades -que el Perú no estaba en condiciones de ofrecer- en países como Estados Unidos y España. Algunos regresaron. Muchos, no lo hicieron.
Este es un fenómeno que se repite a lo largo de la historia en muchas partes del mundo, normalmente como una reacción a la falta de oportunidades, a la inseguridad o a la inestabilidad prolongada. Y esta circunstancia suele desembocar en un círculo vicioso, pues muchas veces las capacidades, conocimientos y energía requeridos para lograr los cambios que un país necesita, se van en buena medida justamente con esos emigrantes.
Me preocupa que esto pueda estar volviendo a ocurrir en Perú y que, cuando decidamos ponerlo en la agenda pública, sea demasiado tarde. Especialmente, porque hoy la competitividad de los países se sustenta más en las capacidades intelectuales de sus habitantes que en sus recursos físicos.
En el 2022, el número de peruanos que dejó el país y no volvió se cuatriplicó con respecto al año anterior. Fueron 401.740, según la Superintendencia Nacional de Migraciones y, para junio del año pasado, esa cifra aumentó a 415.393. Asimismo, un estudio de finales del año pasado de Equilibrium CenDe y presentado por la Universidad del Pacífico, muestra que 56% de peruanos entre los 18 y 29 años tiene intenciones de irse del país.
Las razones que generan esta migración masiva las conocemos todos: la crisis política y económica, la inseguridad ciudadana, la falta de institucionalidad, la inestabilidad en el frente social y la desconfianza generalizada que todo ello ha desatado.
A manera de ejercicio, pensemos en qué pasaría si al menos la mitad de los jóvenes que quiere migrar logra su cometido. ¿De cuántos cientos de miles de jóvenes talentosos estaríamos hablando? El impacto en la sociedad, en la economía y en las opciones de desarrollo en general sería enorme.
De nada nos sirve ser uno de los países con las mayores reservas de cobre, tener atracciones turísticas de nivel mundial o una geografía que nos permite producir y exportar una variedad inmensa de productos agrícolas, si no tenemos personas que exploten de manera eficiente y productiva esa inmensidad a de recursos que tiene el Perú.
Creo que el ritmo de emigración exige trabajar dos rutas con suma urgencia. La primera implica reconstruir el compromiso y la relación entre los jóvenes y el Perú. La segunda, recuperar el atractivo del país para incentivar a que los migrantes regresen. Tenemos la urgente responsabilidad, tanto en el sector publico como privado, de generar un punto de quiebre en esta tendencia.
Quisiera ser enfático: no solo necesitamos detener la ‘fuga’ de talentos, necesitamos que los que ya salieron regresen. Y no hay otra manera de lograrlo más que mejorar las condiciones que el país ofrece. Entre otras cosas, tenemos que hacer que las oportunidades del mercado sean atractivas para los talentosos y que la calidad del acceso a servicios básicos (salud o educación, para empezar) mejoren radicalmente. Esta -no nos equivoquemos- es una cuestión crítica para el futuro del Perú.