Desafortunadamente, desde diferentes ángulos, el horizonte para la economía peruana se está nublando. A dos años de la recesión causada por la crisis del COVID-19, y luego de una normalización casi plena hasta el nivel de actividad económica prepandemia, resurgen las advertencias sobre una nueva fase recesiva en la actividad económica. Razones no faltan. Tanto el ambiente local como el global apuntan hacia una desaceleración del crecimiento, cuya magnitud o duración aún es desconocida.
En los últimos meses, el ambiente global ha ido adquiriendo tintes recesivos como consecuencia de una serie de fuerzas persistentes de distinta índole como la guerra Rusia-Ucrania, las restricciones económicas y los problemas financieros en China, la crisis energética en Europa y el retiro acelerado de liquidez global liderado por la Reserva Federal de los Estados Unidos. En el frente interno, las fuerzas también apuntan hacia una desaceleración. La lucha contra la inflación iniciada por el Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) eventualmente provocará que la demanda interna se expanda más lentamente. En el frente fiscal, la letárgica ejecución de las obras de infraestructura y el próximo cambio de autoridades municipales y regionales retardan los dividendos de la inversión pública. Asimismo, las protestas sociales bloquean continuamente el dinamismo de algunos sectores económicos.
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Aunque las cifras actuales no revelen aún con completa claridad el impacto conjunto de las fuerzas antes señaladas, tarde o temprano sentiremos sus ondas expansivas. Afortunadamente, gracias a las reformas introducidas 30 años atrás y al arduo trabajo de diversas instituciones como el Ministerio de Economía y Finanzas, la Superintendencia de Banca y Seguros y AFP y el BCRP, el Perú ostenta una serie de atributos macroeconómicos (solidez fiscal, solidez externa, solidez financiera y estabilidad de precios) que mitigan los efectos nocivos de una potencial recesión.
Sin embargo, existen retos muchos más grandes y difíciles de resolver. Uno de estos es el deterioro persistente del ritmo de crecimiento de economía peruana, evento que se podría denominar como “recesión de crecimiento”. Estos episodios están relacionados a situaciones de prolongada inestabilidad política y regulatoria que terminan ahuyentando la inversión privada y deprimiendo la generación de empleo. La coyuntura actual nos presenta preocupantes y abundantes señales al respecto.
Los efectos sociales de una recesión de crecimiento son potencialmente mayores, dependiendo de la duración del fenómeno. Una recesión normal implica cierta contracción temporal de la actividad económica, seguida de un periodo de expansión, lo que permite que el nivel de ingreso per cápita (ajustado por inflación) retorne eventualmente a su tendencia previa. Por el contrario, las recesiones de crecimiento implican que el ingreso per cápita se aleje permanente de su tendencia previa.
Adicionalmente, revertir un fenómeno como este puede ser una tarea más complicada. A diferencia de las recesiones normales, las herramientas para resolver estas situaciones definitivamente pasan por el consenso político, condición que puede ser inalcanzable si la polarización sociopolítica es extrema.
Un escenario de recesión de crecimiento implicaría que poco a poco nos alejaríamos de la condición de país de ingreso medio. Para entender la dimensión, tenemos dos escenarios. Consideremos un crecimiento potencial estimado de 3,5% y un crecimiento poblacional de 1,5% por año. Con estos números, el crecimiento del ingreso per cápita es 2%, un resultado ligeramente superior al registrado por economías avanzadas y con el que la brecha con los países de mayores ingresos se cerraría muy gradualmente. Bajo este escenario, es probable que mantengamos el estatus de país de ingreso medio.
En contraste, si por las razones antes expuestas el crecimiento del ingreso per cápita decae muy por debajo del 2%, la brecha con los países de mayores ingresos se ampliaría y es más probable que nos rezaguemos frente a otros países de ingreso medio.
Un país como el Perú, con tantas falencias, no puede darse el lujo de sufrir tamaño fracaso.
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