Marzo 2020. Las escuelas cerraron mientras las condiciones económicas en el hogar se deterioraron. Trescientos cincuenta millones de niños en el mundo perdieron su principal alimento. La vital interacción entre alumnos y maestros se perdió. Muchos niños pobres perdieron el acceso a un ambiente relativamente seguro. Para la mayoría de los estudiantes en el mundo, la pandemia ha sido una tragedia de múltiples dimensiones.
El inédito y monumental shock de la pandemia ha originado una experiencia de vida que estará por siempre en el recuerdo de maestros y estudiantes. Pero es una experiencia que ha sido extremadamente variada.
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Muchos maestros se convirtieron más rápido de lo que hubieran esperado en expertos en tecnología y se conectaron con sus alumnos usando plataformas digitales. Cuando los chicos tenían acceso a Internet, libros y un espacio para trabajar en casa, pudieron compensar parcialmente la falta de clases presenciales. Pero esa no ha sido la experiencia mayoritaria, principalmente en países pobres y de ingreso medio, como el Perú.
Una gran mayoría se pudo apenas conectar algunas veces con sus maestros y entregar algunas tareas usando el smartphone de sus padres. Un niño con varios hermanos en una casa pequeña difícilmente puede concentrarse. Quizás pudieron ver programación educativa en la televisión –que se aceleró y regresó de manera súbita en muchos países–. Esos esfuerzos de aprendizaje remoto en muchos países fueron positivos y loables, pero claramente insuficientes.
El aprendizaje remoto ayuda. Pero su capacidad de compensar el aprendizaje presencial es parcial, y aún más limitada con cierres de escuelas tan largos. En promedio, en América Latina, se han perdido 160 días de clases, siendo la región del planeta donde los niños han sufrido más. Aparte de Bangladesh, India, Pakistán y Filipinas, todos los países con cierres de escuelas más largos son los latinoamericanos.
No sorprenden las estimaciones del Banco Mundial que muestran que los aprendizajes van a sufrir muchísimo. Ya sabíamos que muchos chicos en la escuela no estaban aprendiendo lo suficiente. En América Latina, la “Pobreza de Aprendizajes” –el porcentaje de niños que a los 10 años no puede leer y entender un texto– era un altísimo 53%. Ya teníamos una crisis. Ahora la crisis es mucho mayor. Esa cifra puede crecer a 64%, a menos que se haga algo urgente. Hay una pérdida de aprendizajes, que además es inmensamente desigual. Por escasas que sean, las oportunidades de aprendizaje que ofrecen las escuelas a los niños de los hogares pobres son quizás una de las pocas opciones para escapar de la pobreza. Al cerrar las escuelas, las sociedades están también cerrando la posibilidad de salir de la pobreza.
En todo el mundo se debate la apertura de escuelas. Pero el sentido de urgencia es distinto. Por un lado, la conciencia del inmenso costo educativo, social y emocional sobre los niños está más presente en algunos países que en otros. Por otro lado, el uso y análisis de la evidencia es distinto. En Noruega, Irlanda, Singapur, Carolina del Norte (Estados Unidos) sucesivos estudios muestran que los niños se contagian menos, si se enferman es levemente, y la apertura de escuelas tienen un rol muy limitado en la transmisión del virus. En Reino Unido, se ha mostrado además que luego de la reapertura, los maestros no tuvieron un riesgo mayor de hospitalización que cualquier otro adulto. Obviamente, esos estudios se han podido hacer justamente porque había un gran sentido de urgencia y las escuelas abrieron cuando menguaba la primera ola.
No existe ninguna evidencia que muestre que, cuando existen condiciones para una reapertura paulatina de la economía, el riesgo para maestros y niños en una escuela sea mayor que ninguna otra actividad. Es, inclusive, menor. Dada esta evidencia, hacia febrero del 2021, mientras la segunda ola empieza a mitigarse en Europa, las escuelas están primeras en la lista de apertura. Y en muchos países los maestros están entre los primeros en ser vacunados. La escuela no es la misma, ya que hay distanciamiento físico, mascarillas, no hay interacción entre los adultos, días alternados de clases, etc. Pero hay un regreso intenso hacia la presencialidad. Son señales de la real prioridad social que es la educación. En cambio, en algunos países de ingreso medio, y en parte de América Latina sorprendentemente, o más bien, lamentablemente, se abren restaurantes, bares y casinos antes que las escuelas.
Durante el 2021, cada país va a tomar decisiones poniendo en la balanza el riesgo sanitario con la necesidad de minimizar las inmensas pérdidas económicas y reabrir paulatinamente. De manera análoga, es imperioso minimizar las inmensas perdidas de aprendizajes y evaluar la urgente apertura de escuelas. Las escuelas deben de ser una prioridad, quizás solo después de los establecimientos de salud y de distribución de alimentos.
El año escolar durante el 2021 tiene que ser un año de recuperación acelerada. Las reaperturas, usualmente escalonadas y parciales, deberán estar acompañadas de procesos acelerados de recuperación, tutoría adicional, simplificaciones curriculares, etc. Y en muchos casos con esquemas híbridos acompañado el aprendizaje presencial con el remoto, como vemos en muchos países. No es fácil, pero la educación nunca ha sido una inversión o tarea fácil.
Y en los momentos en que las condiciones sanitarias no permitan abrir, la inversión en aprendizaje remoto tiene que ser agresiva. No es lo mismo que la educación presencial, pero es mejor que el desenganche completo. Y lo que se invierta para mejorar las condiciones de aprendizaje en casa, son inversiones que se deben de mantener, para asegurar una continuidad del aprendizaje ente el hogar y la escuela.
Finalmente, las comunidades educativas deben estar preparadas para cerrar, abrir parcialmente y luego reabrir según la prevalencia de la transmisión del coronavirus, como ya se está experimentando en muchos países. Administrar esta flexibilidad requerirá de mucha madurez social y de trabajo conjunto entre las escuelas, los padres y las autoridades, pero sobre todo de un real compromiso con el futuro de nuestros niños y jóvenes.
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