Hoy se nos señala, a través de diferentes voceros del Gobierno, que en el 2021 hemos recuperado el liderazgo del crecimiento del producto bruto interno (PBI) en la región, que nuestra calificación de riesgo es la segunda mejor de Latinoamérica, que nuestra brecha fiscal se ha contraído como nunca situando el déficit en 3% del PBI y que, entre otros resultados, nuestras exportaciones en el 2021 podrían haber alcanzado el valor más alto de nuestra historia al bordear los US$61 mil millones.
Lo que se anuncia como éxito hoy tiene muy poco que ver con lo acontecido el último semestre del año pasado. Ningún gobierno se puede atribuir –seriamente– el origen de los mismos con solo seis meses de aparente gestión. Para empezar, debemos entender que gran parte de la magia de las cifras del 2021 se explica por la cosecha de lo sembrado años atrás en el marco del respeto a los fundamentos asociados al orden fiscal y monetario. De otro lado, la coyuntura actual asociada a la presencia de excelentes precios de nuestros minerales ha hecho el resto.
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Pues bien, revisemos brevemente qué es lo que realmente está detrás de los resultados de nuestro frente externo, la reversión parcial de nuestro déficit fiscal y la reciente evolución de nuestro riesgo soberano.
Es casi un hecho que en el 2022 nuestras exportaciones experimentarán una positiva evolución. El Banco Central de Reserva (BCR) ya se pronunció al respecto y estima que, para el transcurso del presente año, estas podrían alcanzar una cifra cercana a los US$68 mil millones. Si es así, dispondremos de dos récords consecutivos de exportaciones: el 2021 y el 2022. Sin embargo, ¿cuál es el origen de estos resultados?, ¿en la actual administración se nos dieron señales de fomento a la inversión y producción minera para alcanzar ello?, ¿se está haciendo algo determinante para impulsar nuestra agroexportación?, ¿se promovió o perfeccionó los tratados de libre comercio (TLC) que tanto bien nos han hecho?
Es claro que los precios de los minerales tienen mucho que ver con el creciente valor de nuestras exportaciones. Entre fines del 2019 y el término del año pasado, el precio del cobre se incrementó en 57,6%, el oro en 19,5%, la plata en 29,9% y el zinc en 59,2%. Para que se tenga una idea de su repercusión, únicamente esta alza de precios explica alrededor del 75% del incremento de nuestras exportaciones del 2021 y, paralelamente, nos ha permitido disponer de saldos superavitarios en nuestra balanza comercial como pocas veces se ha visto. Nuestro BCR ha estimado saldos superavitarios de US$14 mil millones para el 2021 y de alrededor de US$16 mil millones para el presente año. Estos montos casi duplican el promedio del saldos superavitarios que en promedio se alcanzó en el período 2017-2020.
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De otro lado, en el ámbito fiscal, se viene anunciando que nuestro déficit en el 2021 se logró reducir de manera significativa: pasamos de 8,9% en el 2020 a 3,1% el año pasado. Aunque esta magnitud no supera la reducción del déficit experimentado entre 1990 y 1991, dicho resultado no deja de ser relevante. Sin embargo, acá la pregunta fundamental es simple, nuevamente: ¿qué originó este resultado?, ¿acaso se amplió la base tributaria producto del inicio de un plan integral que lleve a los mineros informales a tributar y ponerse a derecho?, ¿acaso se desarrolló un programa de reordenamiento del sector público que comprometa optimizar el gasto corriente? Seamos sinceros. Gran parte de la reducción del déficit en el 2021 se explicó debido al significativo incremento en la recaudación asociada a los precios de los minerales por el equivalente a casi 2% del PBI. Punto.
Finalmente, se nos dice que, como resultado de la seriedad en materia de conducción económica, la evolución del Embig (Indicador de Bonos de Mercados Emergentes) y la tasa de rendimiento de nuestros bonos soberanos a 10 años resultan ser de las más privilegiadas de la región. Sin embargo, lo que no se nos menciona es que en el marco de la actual administración se han originado dos rebajas en la calificación crediticia del Perú, lo que no había ocurrido durante la última década cuando, por el contrario, había mejorado. No se nos dice que la verdadera razón por la que no se ha resentido aún ni la disponibilidad ni el costo del financiamiento exterior es porque, a pesar de las degradaciones experimentadas, continuamos siendo “grado de inversión” y dos de las tres calificadoras más importantes del mundo aún nos consideran BBB+. Bastaría que los próximos meses nos degraden una sola vez más para que las condiciones de financiamiento externo empiecen a resentirse. Cuidado.
Tenemos pues que entender dos elementos básicos de lo reseñado. Primero, parte de los aún resultados positivos y récords que se nos presenten el 2021-2022 no será producto de la actual administración, sino de la resiliencia de los fundamentos de nuestra economía y de que los vientos de los precios de nuestros minerales aún soplan a favor. Segundo, si no se logra recuperar la confianza del inversor nacional y extranjero, independientemente de los resultados que en el corto plazo podamos mostrar gracias a un entorno de precios de commodities favorables, experimentaremos inevitable y progresivamente el deterioro creciente de nuestra actividad económica. Eso es lo que expresan las proyecciones del PBI para el 2022 y 2023.
En función de lo que se decida pronto en el Gobierno, o se acentuará el deterioro productivo de nuestro país o, en todo caso, iniciaremos un progresivo proceso de recuperación de confianza que nos permita continuar siendo los líderes del crecimiento y del éxito de la región. No requerimos reformas constitucionales hoy. Requerimos reformas estructurales que nos permitan ser parte de mercados competitivos, transparentes y justos. Entendamos eso.
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