Se ha dicho que la campaña electoral será como ninguna que se haya visto antes en el país. Y no solo por los mítines vía Zoom, el exceso de publicidad política en redes sociales, la desinfección de lapiceros y las colas con distanciamiento social en el día de las elecciones.
En un año en que la gran mayoría de políticos ha dejado de lado el trabajo reflexivo para enfocarse en el populismo más puro (como bien ha demostrado el Congreso), las circunstancias se están dando para que la campaña ponga en riesgo casi tres décadas de desarrollo económico.
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Así, la semana pasada empezó a sonar el tema de la reforma constitucional en el Perú. Esta vez no ha sido solo el típico discurso de la izquierda local. El asunto apareció también en informes periodísticos, columnas de opinión y en caricaturas de diarios locales.
Es cierto que se trata de un debate que ha surgido en algún punto de al menos los últimos tres procesos electorales. Pero existen factores que sugieren que esta vez podría escucharse más fuerte que antes.
En primer lugar, el constante choque entre poderes del Estado ha fomentado la polarización política en el último lustro. En cinco años de pullas, exmandatarios presos, vacancias presidenciales y cierres de Congreso, la clase política se ha encargado de construir un mensaje enfrentado de ‘los unos’ contra ‘los otros’. Esto, en manos de una clase política irresponsable, puede ser pólvora para que más de uno agarre la bandera de reforma constitucional como propuesta.
La idea se apoyaría, además, en los bolsillos golpeados de la gente. Con la producción nacional cayendo por encima del 10% este año debido al manejo de la crisis sanitaria y el desempleo en niveles no vistos en más de una década, no faltará algún oportunista que aproveche las circunstancias para cuestionar el modelo económico (ignorando, por supuesto, que han sido precisamente las libertades económicas y la reducción del Estado empresario las que han permitido que la pobreza caiga cerca de 40 puntos porcentuales y el presupuesto público se multiplique al menos por cuatro en lo que va del siglo).
Finalmente –y probablemente el punto más importante a considerar–, el ejemplo de lo ocurrido en Chile en los últimos días puede rebotar fácilmente en el imaginario político local. Con una reforma constitucional en marcha en el país vecino, más de uno buscará que esta se replique en el Perú. Esto último ya lo sugirió, por ejemplo, el ahora precandidato presidencial Ollanta Humala, quien la semana pasada saludó en Twitter el plebiscito chileno y ha pedido lo mismo para el país.
La pobreza de ideas en el debate político podría afectar la economía peruana incluso más allá de lo que lo ya lo está haciendo el Congreso. Pero basta con que algunos irresponsables apunten sus armas hacia la Constitución para abrir una puerta que podría desencadenar consecuencias mucho más graves.
Como bien dijo el economista Sebastián Edwards en una entrevista publicada el último sábado en este Diario: “la historia de América Latina nos da una lección muy simple y horrible: es relativamente fácil arruinar a un país. Basta mirar a Argentina y Venezuela”. Ojalá la campaña electoral no lleve al Perú a engrosar esa lista.
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