La pandemia causó más de un efecto insospechado en las personas alrededor del mundo: nos reencontramos con la cocina, con la familia, con nosotros mismos... y con los rompecabezas. Y no es exageración. En marzo de 2020, Amazon reportaba un aumento de ventas de 3.000 % de este producto.
En mayo, milenio.com daba a conocer que Mercado Libre México aumentó la venta de juegos de mesa y rompecabezas en más de 300 %. “Usuarios reportan, además, desabasto en plataformas de venta en línea y tiendas especializadas”, añadieron en su informe. No sorprende, entonces, que, en junio del año pasado, las ventas de Ravensburger Games, líder global en la fabricación de rompecabezas, aumentaran en 370 %.
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Aunque no hay un estudio sobre el aumento de ventas de estos productos en nuestro país, sí hubo, en redes sociales, reportes de desabastecimiento, sobre todo en los primeros meses. ¿A qué se debe esto? La psicóloga Cery Alvarado ensaya una respuesta: “Empíricamente, puedo decir que le proporciona tranquilidad al consciente. Al ser humano le hacen bien los rituales o secuenciación de pasos, y la dinámica de los rompecabezas se ajusta a esta definición. Además, el armar un rompecabezas representa un desafío y, al superarlo, recibimos una compensación: las hormonas de la felicidad aumentan y nos ponen de buen humor”.
Breve historia para armar
Podemos decir, con la certeza que nos da la rigurosidad inglesa, que los rompecabezas —llamados inicialmente dissected maps— empezaron a comercializarse hace 245 años, en 1776. Así lo señala la descripción de un ejemplar del primer lote vendido, que se encuentra en el archivo de la Biblioteca Británica. Se trata de un rompecabezas de 21 piezas de madera dura, que, al juntarlas, forman el continente europeo. ¿El autor? El cartógrafo y ebanista inglés John Spilsbury (1739-1769), de quien se dice que fue aprendiz de Thomas Jefferys, el geógrafo real del rey Jorge III.
Esas primeras piezas eran, por supuesto, muy distintas a las que conocemos hoy. El mismo archivo de la Biblioteca Británica especifica: “El proceso de disección se realizó a mano. A diferencia de los rompecabezas modernos, las piezas no tienen tapones (también llamados lengüetas o lengüetas) y se topan entre sí en lugar de unirse. Solo con la mecanización del corte se pudieron crear formas más pequeñas y complicadas”. El nombre ‘rompecabezas’ no se usó hasta mediados del siglo XIX.
Aunque, al inicio, su uso fue solo didáctico —ya que ayudaba a los estudiantes a aprender geografía—, la Revolución Industrial de los siglos XIX y XX cambió también la historia del rompecabezas, pues los avances en las técnicas de impresión litográfica hicieron más sencilla su manufactura.
En el libro The Jigsaw Puzzle: Piecing Together a History, la investigadora y coleccionista de rompecabezas Anne D. Williams explica que, aunque llegaron a Estados Unidos a mediados del siglo XIX, fue tras la Gran Depresión de 1929 cuando los rompecabezas se volvieron populares, dado que los costos se abarataron definitivamente cuando empezaron a fabricarse ya no en madera, sino en cartón. En esta etapa, las familias que no podían costear otras actividades recreativas se abocaron a la compra de rompecabezas. Esta situación fue aprovechada por los publicistas para producir imágenes de sus productos en este formato, mientras nacieron empresas, como la famosa tienda neoyorquina Par Puzzles, que empezaron a explorar diseños más creativos.
La complejidad de imágenes y el número de piezas han ido creciendo con el paso del tiempo. El rompecabezas más grande del mundo tiene 51.300 piezas. Quizá necesitemos más de una cuarentena para armarlo. Hoy, 29 de enero, Día Mundial del Rompecabezas, ¿se animaría a hacerlo?
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