En 2016, al reconocer la victoria de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, Hillary Clinton dijo: “No hemos roto el techo de cristal, pero lo haremos, y espero que sea antes de lo que podemos imaginar ahora mismo”. Y añadió: “Todas las niñas pequeñas que están mirando, nunca duden de que son valiosas y poderosas y merecedoras de todas las oportunidades del mundo”. Cuatro años después, la victoria del Partido Demócrata le dio la razón con el triunfo de la plancha liderada por Joe Biden y Kamala Harris, la mujer que ha roto casi todos los techos de cristal con los que se ha cruzado.
“Soy la primera mujer en llegar a este puesto, pero no seré la última”, comentó Harris cuando se confirmó su victoria. Al asumir la vicepresidencia este mes de enero, el 2021 empieza marcando un hito en el feminismo. Tanto Clinton como Harris han puesto énfasis en las oportunidades de las mujeres que vendrán tras ellas para, justamente, romper ese famoso techo. Pero ¿qué es y por qué hay que romperlo?
Un poco de historia
El origen de la expresión “techo de cristal” se ubica en 1978, cuando Marilyn Loden, consultora laboral estadounidense, la dijo en una mesa redonda, añadiendo que “las mujeres no ascendían en el mundo laboral debido a una cultura que obstruye sus aspiraciones y no fomenta una equidad en oportunidades”.
En 1987, Ann Morrison, Ellen Van Velsor y Randall P. White escribireron el libro Rompiendo el techo de cristal. ¿Pueden las mujeres llegar a la cima de las corporaciones más grandes de Estados Unidos? Y en él lo definen como “una barrera tan sutil que se torna transparente, pero que resulta un fuerte impedimento para que las mujeres puedan moverse dentro de las jerarquías corporativas”.
En el artículo “Más allá del techo de cristal. Diversidad de género”, la catedrática en psicología de la Universidad de Valencia Ester Barberá y su equipo de investigación, escriben: “Con esta metáfora se pretende representar, de una manera muy plástica y elocuente, las sutiles modalidades de actuación de algunos mecanismos discriminatorios que obstaculizan el desarrollo profesional de las mujeres, las limitan y les marcan un tope difícil de sobrepasar. Pero las barreras no siempre se explicitan ni son evidentes, razón por la cual su indagación y afrontamiento se convierte, a menudo, en un camino sinuoso, largo y no exento de tropiezos. Muchas mujeres no pueden explicar por qué, con frecuencia, no consiguen escalar más puestos en su profesión.”
Romper y avanzar
En su libro, Morrison y compañía explican varias de estas barreras. Algunas de ellas son: El rol de cuidado del hogar y de la familia que se sigue adjudicando casi exclusivamente a las mujeres, las empresas consideran que los hombres se van a implicar más y a tener menos ausencias en empleo, las mujeres siguen teniendo que demostrar el doble que los hombres para ascender en la vida laboral o la cultura empresarial masculinizada, que establece redes donde las mujeres no tienen acceso,
Al respecto, Barberá escribe que estas barreras, sumadas a la menor retribución económica, son las que hacen que el trabajo femenino se vea como “complementario”: “Las actividades laborales femeninas van acompañadas de sueldos más bajos, mayor índice de desempleo, menor valoración social y mayor inestabilidad. Es bastante frecuente, en muchas unidades familiares en las que trabajan ambos miembros de la pareja, que cuando surge algún contratiempo inesperado, sea la mujer la primera en abandonar su puesto, so pretexto de haber sido explícita o implícitamente asumido por toda la familia como actividad subsidiaria”.
Mientras tanto, Kamala Harris ha hecho historia rompiendo techos de cristal como mujer, política, hija de extranjeros y descendiente afro, india y jamaiquina. No solo por llegar a ser vicepresidenta, sino porque antes ha sido senadora y hasta fiscal general. Aquí en el Perú, por primera vez en la historia tenemos una conjunción de mujeres en el poder: Marianella Ledesma en la presidencia del Tribunal Constitucional, Mirtha Vásquez en la del Congreso, Elvia Barrios en la del Poder Judicial, Zoraida Ávalos como fiscal de la Nación y Violeta Bermúdez como cabeza de la PCM.
Tal vez más de una niña que sueña con ser abogada puede hoy pensar también en dirigir un Estado. ¿Por qué no?
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